Para un político, no hay mayor esperpento ni vergüenza que la derrota electoral. Después de la noche del 6 de junio Claudia Rivera Vivanco se convirtió en un cadáver que no aceptó digna sepultura.
Aplastada por 320 mil votos de castigo a su persona, a su gestión, a su desgobierno, regresó una semana después de la derrota como quien se tropieza y cae, pero adolorido se levanta con cara de ‘no pasó nada’.
Pero sí pasó: su toxicidad le provocó un socavón electoral a su partido Morena que no sólo perdió la cuarta ciudad más importante del país, sino la zona metropolitana de Puebla y cuatro curules federales que ahora hacen falta en la batalla de la contrarreforma energética.
Este día se acaba la pesadilla que duró, exactamente, mil 95 días en los que Puebla capital retrocedió en todos los aspectos. Hoy es una ciudad peor: más sucia, más insegura, con menos desarrollo económico y urbano, con más pobreza.
Morena pagó el error de designarla candidata a la alcaldía de Puebla en un cálculo político erróneo. Quienes la nominaron pensaron que podían controlarla y ejercer una tutoría. Pero como siempre ocurre, sentada en la silla rompió sus ataduras y comenzó a labrar su destino fallido.
El desastre de Rivera Vivanco era previsible porque nunca formó parte de la clase política ni económica ni gubernamental de Puebla. Su mayor cargo había sido una jefatura de departamento en la delegación del Inegi. Tampoco tenía la mínima experiencia en la administración pública municipal.
En pocas palabras, Claudia Rivera era lumpen. Y llegó acompañada al poder por una horda de lúmpenes que conocieron el bon vivant del presupuesto municipal.
Literal: ¡los lúmpenes al poder!
La alcaldesa llegó sin saber ni entender, y se va en el mismo estado de ignorancia. Encuestas externas fueron advirtiendo su caída a un agujero profundo de desaprobación y nunca intentó siquiera revertir ese desastre de opinión pública que proveía genuinamente de una sociedad irritada.
Quizá el punto de quiebre en el divorcio fue la célebre entrevista de la alcaldesa con el periodista Iván Mercado en marzo de 2019, cuando deslindó a su gobierno de la responsabilidad en la crisis de seguridad pública que ya se vivía y pretendió entregarla a los ciudadanos. Fue una imagen lastimosa que no tuvo regreso.
El acercamiento a trasmano con el morenovallismo la condenó políticamente a los ojos de Luis Miguel Barbosa que después de su victoria en la elección extraordinaria de 2019 todavía hizo esfuerzos por entenderse con ella partiendo del replanteamiento en la estrategia de seguridad pública, lo que requería un cambio de titular en la SSC.
El acuerdo se cerró y a minutos de concretarse en la sesión de Cabildo en marzo de 2020 se echó para atrás con pretextos de avales negados en Seguridad Pública federal. No hubo regreso, como ya no lo había en la opinión pública.
Para 2020 ya todo fue tobogán, y aun así puso en marcha un plan para reelegirse pese al evidente desprestigio que vivía. Desoyó todas las encuestas y maniobró en Morena con suficiente habilidad para llevarse la candidatura pese a la fractura con el barbosismo.
Claudia entró derrotada a la campaña electoral pero nunca se enteró, y todavía fue bochornoso su cambio de imagen a una ‘chica Pantene’ que corroboraba la mezcla de frivolidad y estulticia con la que gobernó. Literalmente fue abandonada por la clase política de Morena, comenzando por el gobernador.
Entre todos sus fracasos dolorosos para los poblanos, especialmente la empina su rendición a Andrés García Viveros, su hermanito y hombre más cercano, pero también corazón de la corrupción que se aceleró desde la pandemia. Proteger y cobijar a un acosador demostró que no había legado ni siquiera en su activismo feminista, sino que todo era simulación.
La pesadilla se acaba hoy, pero quedan las consecuencias.
Una ciudad devastada en todos los aspectos. Prostitución, ambulantaje, basura, corrupción, bolardos.
Salvamos a Puebla al impedir que se reeligiera.
Mañana comienza la reconstrucción.
Arturo Rueda
@Nigromanterueda