El poder presidencial en México fue precisado en varios de textos de dos intelectuales liberales: Octavio Paz y Daniel Cosío Villegas. Sus ideas se pueden resumir, ajustándola al lenguaje contemporáneo, en pocas palabras: el sistema político priista de entonces era una monarquía política absolutista individual, sexenal y hereditaria a través del partido. Por eso el relevo presidencial fue típico de la realeza: el rey ha muerto, viva el rey.
Este modelo funcionó en torno a la fuerza de una ideología histórica articulada en una hegemonía de clase: la Revolución Mexicana y las clases sociales productivas garantes. Es decir, el poder del PRI se sustentó en la herencia sistémica de Alvaro Obregón y Lázaro Cárdenas: el liderazgo caudillista del primero basado en el carisma y la estructura corporativa del Partido de la Revolución Mexicana del segundo sustentada en el proletariado organizado como ‘masa’ y no como clase.
La 4T, antes de presuponer si existen o no condiciones para un ‘maximato’, no pudo construir cuando menos tres estructuras de poder: una organización social mayoritaria de masas-clases articuladas con capacidad de confrontación a los intereses sociales de la derecha, una ideología con fundamentos históricos y derivada de las masas organizadas y una élite o clase política o, en el mejor de los casos, una clase dirigente con mecanismos escalafonados del poder para evitar las disputas con herencia.
La oposición y los medios críticos al Gobierno de López Obrador han estado utilizando la categoría de ‘maximato’ como un discurso político, pero sin aportar siquiera alguna fundamentación explicativa -sería demasiado pedir que fuese teórica- sobre los ‘maximatos’ en la historia de México: Antonio López de Santa Anna, Benito Juárez, Porfirio Díaz, Alvaro Obregón y Plutarco Elías Calles, y junto a ellos los intentos de Miguel Alemán, Luis Echeverría y Carlos Salinas de Gortari.
La categoría analítica de maximato no alcanza a explicar los supuestos intentos del presidente López Obrador para imponer un sucesor a modo y seguir gobernando –como Elías Calles- frente a la casa del presidente en turno -el castillo de Chapultepec-, designar a funcionarios del gabinete y gobernar a través de declaraciones periodísticas.
A pesar de la relación de hermandad por una vieja amistad desde la adolescencia, Echeverría designó sucesor al solitario José López Portillo y quiso cogobernar desde su residencia en San Jerónimo -el Centro de Estudios Económicos y Sociales del Tercer Mundo-, pero el presidente en funciones tomó una sola decisión que desmoronó el presunto ‘maximato’ echeverrista: le quitó al expresidente su extensión de la red telefónica presidencial y ahí se terminó el ciclo de Echeverría.
En la argumentación en modo de pánico de que viene un ‘maximato’ lopezobradorista no se ha intentado analizar el modelo histórico del cardenismo. Cárdenas terminó su gobierno con cuatro decisiones históricas de largo plazo: la construcción de la clase campesina, la reformulación del poder obrero, la expropiación petrolera y la transformación del Partido Nacional Revolucionario de los militares que derrocaron a Díaz en el Partido de la Revolución Mexicana con la corporativización de las clases productivas en un modo de lucha de clases controlada por el estado.
Al entregar la banda presidencial, Cárdenas se retiró de la política activa y se negó a intentar siquiera seguir gobernando, aunque en el ambiente político existió una corriente que no pudo consolidarse como cardenismo como grupo de poder. Este modelo fue caracterizado, con dureza histórica, por José Revueltas en su ensayo México una democracia Bárbara, diciendo que el cardenismo era “una iglesia sin papa”.
Más que un ‘maximato’, el próximo sexenio tendrá un desafío inevitable: un expresidente con liderazgo personal muy fuerte, pero sin instrumentos reales de poder para intentar cogobernar con su sucesor(a).
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Política para dummies: La política es la peor enemiga de la política.
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