Thursday, 16 de May de 2024


Nada nuevo bajo el sol




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En los años 30, un personaje surgido de la Revolución de 1910 mandaba en el país, incluso a los presidentes de la República que él mismo ponía. Era el general Plutarco Elías Calles, autonombrado jefe máximo de la Revolución.

Como era su costumbre, nombró al candidato del Partido de la Revolución Mexicana para el primer periodo de seis años al general Lázaro Cárdenas del Río, que una vez electo fue, como era la costumbre, a ponerse a sus órdenes al rancho El Tambor, de su propiedad.

 

 

El general y jefe máximo estaba jugando una partida de ajedrez con otros generales. Le avisaron: “señor, el general Lázaro Cárdenas está ahí y pide hablar con usted”. La respuesta de Calles, seca y malhumorada, fue: “que espere”.

 

 

Y por más de media hora, el que sería uno de los mejores presidentes de la época posrevolucionaria tuvo que aguantar la humillación. Ya era presidente electo.

 

 

Una vez en el poder Lázaro Cárdenas empezó a actuar como presidente que era, sin consultar nada a Elías Calles. Éste hizo declaraciones criticando al gobierno, lo que provocó prácticamente un rompimiento entre ambos jefes revolucionarios.

 

 

Calles pasaba los fines de semana en su casa de Cuernavaca y hacia allá se encaminó una larga fila de automóviles con generales y altos funcionarios que iban a solidarizarse con él. Se hablaba ya de un cambio de presidente.

 

 

Cuando la enorme columna de generales y políticos iba llegando a la capital de Morelos, escucharon por la radio que el presidente Cárdenas había pedido la renuncia de todo su gabinete (el que le había impuesto Calles) y que de inmediato empezó a designar nuevos funcionarios.

 

 

La columna que iba a rendir pleitesía al jefe máximo emprendió ahí mismo el viaje de retorno a la capital del país. Se habían percatado de que el presidente podía quitar y poner funcionarios y de que el general Calles no era el presidente.

 

 

“General, ¿nos van a matar?”.

 

 

Fueron días de gran tensión en el país. Unos creían que Calles daría un golpe de Estado y otros que simplemente a Cárdenas se le haría renunciar como al presidente que el pueblo llamaba “El Nopalito”.

 

 

La gente sabía y se burlaba de los presidentes de ese entonces que eran puestos y quitados por Calles, según su estado de humor. Un refrán que surgió en ese entonces decía: “Aquí vive el presidente y el que manda vive enfrente”.

 

 

Bueno, pues hubo días de gran tensión y algo tenía que pasar.

 

 

Había un dirigente obrero que acumuló un gran poder, pues además de dirigente y fundador de la CROM fue secretario del Trabajo en la época callista. Era un hombre, según cuentan las crónicas, voluntarioso y arbitrario que daba órdenes incluso a los presidentes peleles de Calles. Se sentía el socio del dueño del país. Era Luis N. Morones.

 

 

Cuando el conflicto entre Cárdenas y Calles llegó a su punto culminante, un grupo selecto de policías y militares se presentó a las 3 de la mañana a la casa de Morones e inmediatamente después se dirigió a la casa de Calles y no les permitieron ni cambiarse la piyama que tenían puesta. Sólo pudieron echarse encima un abrigo y los hicieron subir a los automóviles que llevaban.

 

 

El general Calles preguntó al jefe del grupo: “general, ¿nos van a matar?”, y la respuesta seca del militar fue: “no, señor”.

 

 

Fueron llevados a un avión que los esperaba y trasladados a los Estados Unidos. Estaban desterrados.

 

 

Y no pasó nada.

 

 

Bueno, el gobierno de Cárdenas pudo llevar a cabo proyectos ambiciosos que cambiaron la historia de este país sin interferencias que pudieran impedirlo.

 

 

Se avanzó en el reparto de tierras, se impulsó como nunca la educación popular, lo mismo que la salud pública, se crearon instituciones como el Instituto Politécnico Nacional, las normales rurales, los internados para estudiantes pobres, se expidió la Ley Federal del Trabajo, hubo un fuerte impulso a la agricultura y a la ganadería, en fin, se pusieron las bases para el México que con sucesivos gobiernos revolucionarios llegó a ser ejemplo para todos los países hermanos de América Latina.

 

 

La historia se repite

 

 

Nunca en la historia de este país ha habido una mujer que haya adquirido tanto poder político como la dirigente del magisterio nacional, Elba Esther Gordillo.

 

 

Durante 23 años manejó al Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación como se le dio su real gana y recibía mensualmente por concepto de cuotas del millón y medio de afiliados a su organización, una millonada de la que no rendía cuentas a nadie.

 

 

En los dos sexenios panistas (Vicente Fox y Felipe Calderón) llegó a su máximo esplendor pues aprovechó la falta de oficio político y la ignorancia en el manejo de la administración pública de los panistas para acrecentar su poder, que llegó al grado de exigir cargos de primer nivel para sus allegados.

 

 

Quiso continuar abusando durante el retorno del PRI y le falló el cálculo.

 

 

Una minuciosa investigación del manejo de los fondos sindicales, sólo de un corto lapso de tiempo, demostró que lavaba dinero para utilizarlo en beneficio personal. Son miles de millones de pesos.

 

 

Fue aprehendida el lunes en la noche en Toluca, donde aterrizó su avión, y puesta a disposición de las autoridades judiciales.

 

 

Se supo que pretendía, con el pretexto de oponerse a la reforma educativa, iniciar un movimiento nacional contra el gobierno.

 

 

La poderosa lideresa sindical que gobernó al SNTE, el sindicato más fuerte de América Latina, en la tribuna actuaba como una tigresa y unos días antes había anunciado casi a gritos que no dejaría la dirigencia de los maestros a menos que éstos así lo decidieran. Tuvo que pedir a sus captores que no la detuvieran pues ya era una persona mayor.

 

 

Y todo el poder se esfumó. En menos de 24 horas era sustituida por Juan Díaz de la Torre durante la asamblea extraordinaria número 36 del SNTE, por 278 votos y una abstención.

 

 

Y el primer día de su estancia en la cárcel de mujeres de Santa Martha Acatitla no hubo nadie ni del SNTE ni de la CNTE, sus adversarios, que hubiera ido a protestar o a manifestar su alegría. No pasó nada.

 

 

Los gobernadores de todos los estados del país y el jefe de Gobierno del Distrito Federal se reunieron en Los Pinos con el presidente para manifestarle su apoyo. Era lo que tenía que pasar.

 

 

La nueva dirigencia del SNTE expresó su solidaridad con “La Maestra”, que es algo similar a los telegramas de apoyo que recibía la Universidad Autónoma de Puebla en los años 70 de otras instituciones de educación superior, apoyando a la UAP y protestando contra el gobierno por la violencia con la que policías reprimían al movimiento estudiantil poblano. No pasó nada.

 

 

 

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