Monday, 06 de May de 2024


Peña Nieto no pagará el costo de las reformas. Lo pagará el PRI




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Se extraña en este escenario altamente riesgoso para el PRI la ausencia de voces autocríticas capaces de replantear internamente los costos electorales que pagará el partido. A esos diputados federales y senadores también les convendría recordar los efectos desastrosos de la sumisión a la “línea” presidencial

En la fotografía principal de los diarios nacionales del 18 de marzo de 1995 se observa al coahuilense Humberto Roque Villanueva, coordinador de los diputados federales del PRI, festejar exultante con aquello que la historia señalaría como la “Roqueseñal” luego de que en San Lázaro se había aprobado el aumento del 50 por ciento del IVA, que pasó de 10 a 15 por ciento para subsanar la crisis económica producida por el “error de diciembre”. El costo fue altísimo para todos los involucrados. La mayoría de los 285 diputados que votaron a favor prácticamente vieron canceladas sus carreras políticas, dejando atrás aspiraciones de llegar a la gubernatura de sus estados. En los dos años siguientes el PRI perdió 13 entidades federativas, así como el control de 15 congresos estatales. Cinco años después, en el 2000, los mexicanos expulsaron al PRI de la Presidencia de la República y lo dejaron morir en la inanición los siguientes 12 años. Roque Villanueva se convirtió en una figura circense que ya no tuvo lugar en la política nacional y solamente se le recuerda por su seña obscena.

 

 

Este repaso viene a cuento porque el presidente Peña Nieto ha declarado, en su gira por el extranjero, que está dispuesto a pagar el costo político de la cada vez más impopular reforma hacendaria. Pero se equivoca: él no lo pagará. Lo harán los 220 diputados federales del PRI-PVEM que no tendrán cara para regresar a sus distritos, hablar con sus electores, volver a pedir su voto, enfrentar cuestionamientos de los medios. Los va a perseguir el fantasma del aumento de impuestos, de la misma forma que a los legisladores de 1995 les ocurrió, y también a los de 1997 que aprobaron el Fobaproa. A veces el pueblo sí tiene memoria. Roque Villanueva es la prueba.

 

 

El costo para el PRI será aún mayor si, como parece, el cambalache de las negociaciones implica la aceptación de la reforma electoral condicionada por el PAN-PRD. De entrada, la creación del instituto nacional de elecciones afectará a los 21 gobernadores del PRI que perderán la capacidad de controlar sus sucesiones a través de los órganos electorales locales. La competencia será más equitativa, no podrán violentar impunemente la equidad tal como lo hacen hoy y, eventualmente, nadie podrá garantizar que el tricolor siga en el poder en esas 21 entidades. PAN y PRD pierden, pero menos que el PRI. La ecuación a todas luces es desventajosa. Un disparo en el pie.

 

 

Pero el cambalache legislativo no termina ahí. Según varias fuentes, el PRI incluso habría aceptado ceder en la madre de las reformas electorales del sistema político: la segunda vuelta en la elección presidencial y de gobernadores. Una auténtica revolución copernicana que pone al tricolor contra las cuerdas, una vez que las megacoaliciones de facto entre PAN-PRD se volverán moneda común. Alianzas cuasi invencibles, muy semejantes a las que el morenovallismo puso en marcha en 2010 y 2013. ¿En verdad los priistas quieren enfrentar esas maquinarias electorales?

 

 

De acuerdo con fuentes del CEN tricolor, el PRI había aceptado las segundas vueltas a condición de que entren en vigor más allá del 2018 o 2021, pero sólo se trata de alargar la agonía. Más tarde o más temprano, el tricolor enfrentará en clara desventaja las elecciones a presidente y gobernador. Si eso no es ponerse un epitafio por adelantado, que nos expliquen qué es. Crónica de derrotas electorales anunciadas.

 

 

Se extraña en este escenario altamente riesgoso para el PRI la ausencia de voces autocríticas capaces de replantear internamente los costos electorales que pagará el partido. A esos diputados federales y senadores también les convendría recordar los efectos desastrosos de la sumisión a la “línea” presidencial. Ernesto Zedillo se fue, los tecnócratas se mudaron a los organismos internacionales. Los únicos que pagaron la cruda de los impuestos fueron los priistas de a pie que se vieron en la orfandad y el desempleo durante 12 años.

 

 

Los priistas reaccionaron tardíamente introduciendo modificaciones a los estatutos para impedir que los tecnócratas continuaran usufructuando al partido. Pero el daño ya estaba hecho. ¿Les costó 12 años volverse a ganar la confianza de los mexicanos para dilapidarla inmediatamente otra vez?

 

 

¿Quieren los priistas arrancar una peregrinación al desierto que ahora sí puede ser definitiva? ¿Van a aguantar la crítica y caricaturización, así como la cancelación de sus aspiraciones políticas? ¿Van a entregar por adelantado la presidencia, así como la mayoría de gubernaturas, a cambio de la reforma hacendaria y de la modificación constitucional que permitirá la inversión privada en el sector energético? ¿Valen tanto esas modificaciones como para poner al PRI por la calle de la amargura y retornar al escenario de 1995?

 

 

Si yo fuera diputado federal o senador tricolor, empezaría a pensar cómo escurrirme de la votación o la forma de rechazar la cultura de la “línea” que una vez ya hundió al PRI, y ahora lo puede hacer de forma definitiva.

 

 

Que Roque Villanueva los redima.

 

 

 

 

 

 

 

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