Equivocación. La llamada Ley bala aprobada por el Congreso del Estado a iniciativa del gobierno estatal tiene todos los tintes de un desliz, de un error, involuntario tal vez, pero al fin y al cabo un error de texto que al paso del tiempo puede tener dimensiones inimaginables y resultados lamentables si no se corrige. El tiempo para este tipo de marcos jurídicos cuenta mucho y la citada ley parece no coincidir con los tiempos actuales.
La intención pudo ser buena, pero el resultado se percibe malo, muy malo; abolla de muchas formas las desgastadas reputaciones de los diputados y los partidos políticos que la aprobaron, a los ojos de una sociedad más fijada, más atenta, más crítica y más dispuesta a hacerse escuchar. En lo particular confieso que se me erizaron los pelos cuando me enteré del asunto, me asusté. Y pregunto: ¿Cuántos más se asustaron y se seguirán horrorizando al paso de los días?
La carnita de la Ley bala pueden ser muchas cosas nobles a favor de una sociedad que en su conjunto detesta las manifestaciones en la vía pública, las rechaza y pide castigo para quienes obstruyen el tráfico y les hace perder el tiempo, las afecta y las ofende, pero darle la oportunidad, un resquicio, una grieta jurídica para que las fuerzas policiacas utilicen las armas de fuego contra quienes piensen distinto a una administración gubernamental, institución, sindicato, empresa o negocioes de ponerse a pensar.
Y en ese pensamiento, habría que adelantarse a la probabilidad (reciente o futura) de que un presidente municipal del interior, así como el de La ley de Herodes, sepa que cuenta con esas facultades y, lo peor, las considere como herramienta de gobierno y de tranquilidad pública. ¿Qué es lo que puede pasar si la gente se le manifiesta en la presidencia municipal?¿Qué si le toman la alcaldía? Claro que preocupa.
Ojalá y todos los que ejercen autoridad y control sobre los cuerpos policiacos fueran gentes de fiar, capacitadas y con buen criterio, pero en nuestra historia reciente hemos comprobado que no ha sido así, y ahí está el exgobernadorMario Marín con Lydia Cacho y el magistrado Genaro Góngora Pimentel con su esposa; y más atrás, Chapa Bezanilla y El negro Durazo. Se antojan tiempos difíciles.