Y Pacheco rechazó Las golondrinas


Crónica


La gerontocracia terminó oficialmente su ciclo con la jubilación del último de los cinco lobitos. Dominaron la vida política de Puebla durante treinta años, pero el tiempo implacable los mandó a cuidar a sus nietos



Arturo Rueda

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Pacheco Pulido se despidió del Poder Judicial en la soledad de los sobrevivientes. De aquellos, como afirma Elias Canetti en Masa y Poder, que han conseguido eludir los riesgos y la muerte.


La gerontocracia terminó oficialmente su ciclo con la jubilación del último de los cinco lobitos. Dominaron la vida política de Puebla durante treinta años, pero el tiempo implacable los mandó a cuidar a sus nietos.


Ninguno de los compañeros de antiguas batallas estaba en Ciudad Judicial. Miguel Quirós Pérez, Carlos Palafox y Marco Antonio Rojas Flores, soldados en retiro pacífico, evadieron la nostalgia del poder. O quizá la envidia de que Pacheco logró transitar unos años más el umbral del retiro.


Tampoco estaba ahí Melquiades Morales, quien como gobernador llevó a Pacheco Pulido a ocupar la Presidencia del Tribunal Superior de Justicia y le permitió dignificar la vida laboral de jueces y magistrados con la Ciudad Judicial. Con el pretexto de sus trabajos como senador, también dejó solo a Memo.
Entre los ausentes, llamó la atención la inasistencia de don Alberto Jiménez Morales, su gran compadre en el sexenio de Mariano Piña Olaya.


En la ausencia de los veteranos de guerra, El Maestro encontró cobijo en su larga progenie jurídica y política. ¿Quién, en treinta años de política activa, no fue tocado por Pacheco Pulido?

***

Flanqueado por Mario Marín —marincito, como solía llamarlo cariñosamente— y Mario Montero, Guillermo Pacheco se jubiló con la templanza del veterano: sin nostalgia, lágrimas o tristeza.


Nunca pareció una verdadera despedida, sino apenas un episodio más de su dilatada vida política.


El Maestro no dio espacio a las manifestaciones de duelo. Mucho menos se prestó a una salutación de despedida. Presumió, en voz de sus magistrados pretorianos, sus logros en nueves años al frente del Tribunal Superior.


Margarita Palomino habló de la modernización de los procedimientos; Elba Rojas de la capacitación para los funcionarios judiciales. Y como buen profeta, el joven Fernando Rosales Bretón se hizo de las palabras de Pacheco y pronunció la despedida que El Maestro no quería hacer. Un compendio breve de su ideología institucional.


“Puebla ha conformado a través de su historia un ambiente social de concordia, libertad y tranquilidad. La libertad fructifica, conjugada indispensablemente con el orden. Libertad sin orden es anarquía”.


En voz de Rosales Bretón, Pacheco Pulido respondió indirectamente a todas las acusaciones que debió soportar por culpa del escándalo Marín-Cacho.


“!Qué difícil es satisfacer honradamente las exigencias de todos! ¡Cuán amargo es que se trate de destruir, por medio de la intriga, un prestigio cabalmente ganado en años de esfuerzo! ¡Qué injusto es que se lancen acusaciones viles contra algunos y se generalicen los cargos contra todos!”
La referencia era obvia.


Después, Pacheco Pulido subió a la tribuna para recordar sus tiempos de orador novel en los legendarios concursos de El Universal.


Una vez más, se negó a despedirse. Agradeció, sí, a los magistrados y a los jueces que le permitieron el avance del Tribunal, mientras sus ojos se centraban en Ciudad Judicial, su obra imperecedera.


Fiel a su personalidad, eludió el autoelogio y la beatificación, prefiriendo la broma a Rosendo Huesca: “insiste en ser mi pariente”, y arrancó las carcajadas.

***

Varias generaciones de abogados pasaron lista de asistencia en la explanada de Ciudad Judicial.


La lista sería interminable: desde la matatena Lazcano, compañero generacional, hasta sus socios, amigos y cómplices como Alejandro Carcaño y Guillermo Peláez. Jóvenes protegidos como Jorge Sánchez, presidente del IEE, Mario Chapital, Rosalba  Velázquez Peñarrieta, Guillermo Fernández de Lara y hasta recién egresados como Daniela Galindo. No faltaron jueces y secretarios.


Todos fueron a rendirle tributo. Y es que no hay abogado poblano que en el transcurso de su vida no se haya topado con don Memo.


Sí, por eso es El Maestro.


Escondida entre el público se encontraba doña Isabel Pensado, repuesta de su enfermedad, que miraba anhelante a su Memo. Quizá sólo ella, en su intimidad, conoce el verdadero dolor de Pacheco por abandonar su obra.

***

El final fue abrupto, como si hubiera un mañana. Ni siquiera Marín lanzó las palabras de despida.
Muchos imaginaban que vendrían Las golondrinas, pero no había mariachi a la mano.


Involuntariamente, con el fondo de la marcha imperial de La guerra de las galaxias, Pacheco abandonó Ciudad Judicial en la camioneta del gobernador, dejando a todos con las ganas de despedirse de él.
Quizá es la forma de decir que no se va. Que sabe algo más que nosotros.
Que nadie, en verdad, se va del todo.
Y que todo final, puede ser un nuevo principio.

 


 
 
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