Friday, 19 de April de 2024


+ Sicilia: silencio ante el narco + Y muy agradecido con el PRI




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No debe extrañar que el poeta retirado Javier Sicilia se haya convertido en un rencoroso y nada cristiano perseguidor del ex presidente Felipe Calderón y lo vaya a marcar hasta Boston.

 

Pero lo que sí debe extrañar es que Sicilia hasta este momento se haya negado a escribir alguna carta de recriminación contra los narcos del cártel del Pacífico Sur y su venero el cártel de los hermanos Beltrán Leyva, los directamente responsables del asesinato de su hijo.

 

 

A lo largo de poco más de año y medio, Sicilia se ha convertido en un aliado de los cárteles del narcotráfico porque ha exigido el fin de la estrategia del combate contra el crimen organizado que se apoderó de espacios territoriales de la soberanía del Estado mexicano, demanda que beneficiaría a los delincuentes que son perseguidos por las fuerzas de seguridad.

 

 

En un estado de inestabilidad emocional, Sicilia culpa a Calderón de la muerte de su hijo, cuando los hechos fueron otros: su hijo y otros amigos se metieron en un pleito de cantina en un lugar de mala muerte, los agredidos eran narcos del cártel del Pacífico Sur, los esperaron fuera, los secuestraron y los asesinaron. Un año después del crimen, los gobiernos federal y de Morelos arrestaron a los cabecillas de la banda y los encarcelaron.

 

 

Pero en este año y medio de tragedia, Sicilia enfocó su movimiento contra el gobierno federal de Calderón y buscó obligarlo a cumplir con las exigencias de organizaciones sociales. No es gratuito que Sicilia haya escrito una carta a la directiva de la Universidad de Harvard para exigirle, en ese tono fundamentalista y autoritario que nada tiene de católico, que no reciba al expresidente mexicano como parte de su plantilla de investigadores. Y no es gratuito que esa carta haya sido posterior a la promulgación de la Ley de Víctimas que contiene muchos errores y que se convirtió no en un instrumento de justicia sino en una bandera de propaganda de Sicilia y sus seguidores.

 

 

Tampoco debe extrañar que a lo largo de casi año y medio Sicilia haya guardado un silencio infame respecto al cártel del Pacífico Sur y al cártel de los Beltrán Leyva, dos de las organizaciones a las que pertenecían los asesinos de sus hijos. En ese tiempo, Sicilia sólo ha realizado una escalada crítica contra el gobierno de Calderón quizá porque se negó a someterse a sus caprichos de líder social movilizador de masas.

 

 

Pero en realidad extraña que Sicilia haya escrito a la Universidad de Harvard y no haya dirigido, por ejemplo, alguna carta a la dirección de la revista Forbes que cada año incluye, con una metodología extraña que resulta más que sospechosa, a Joaquín El Chapo Guzmán en la lista de los mil más ricos del mundo, en una política editorial que hace apología del delito a favor del capo de capos del narcotráfico en México.

 

 

Extraña, por derivación, el silencio de Sicilia frente a los cárteles del crimen organizado, sobre todo los vinculados al narcotráfico, y peor por el hecho de que uno de ellos fue responsable directo del asesinato de su hijo. A lo largo de su año y medio de movilización, Sicilia ha confrontado, con diferentes grados de agresividad, a las fuerzas de seguridad que lograron la baja de varios líderes del narco y recuperaron el control territorial de zonas expropiadas con violencia por los narcos.

 

 

La estridencia de la crítica de Sicilia ha beneficiado, objetivamente, a los cárteles del crimen organizado porque la demanda del movimiento por la paz es justamente la exigencia de los delincuentes: detener la ofensiva de las fuerzas de seguridad, abandonar las plazas recuperadas y permitir por consecuencia lógica el regreso de los narcos a esos territorios. El repliegue de la seguridad llevaría de nueva cuenta a la consolidación de las bandas criminales.

 

 

El problema de Sicilia se localiza en el asesinato de su hijo. Pero el muchacho no murió en algún operativo de seguridad ni quedó atrapado en algún fuego cruzado ni fue secuestrado por consigna, sino que se vio envuelto en un pleito de cantina. Pero Sicilia, en su afán de venganza, no busca quién se lo hizo sino quién se lo paga. Y el repliegue de las fuerzas de seguridad, que es la exigencia de Sicilia, dejaría a comunidades enteras bajo el dominio del crimen organizado. Ahí es donde se debe contextualizar la insistencia de Sicilia contra la ofensiva de seguridad, el rencor contra Calderón y su silencio ominoso ante los cárteles del crimen organizado.

 

 

La estrategia de seguridad del gobierno del presidente Peña Nieto tendrá que navegar entre los grupos de presión con intereses individuales aunque estridentes en su manifestaciones, a fin de evitar la percepción de que las fuerzas federales de seguridad se van a retirar de las plazas calientes del crimen organizado.

 

 

Y Sicilia tendría sin duda un compromiso moral con las víctimas que dice defender y lanzar sus pasiones críticas no sólo contra Calderón --porque está de luna de miel con el nuevo gobierno federal priísta-- sino contra los altos jefes del crimen organizado que son los responsables de la ola de crímenes y asesinatos y de la abrumadora mayoría de muertos en el sexenio pasado.

 

 

Además, opino que Javier Sicilia, su movimiento por la paz, el rector de la UNAM José Narro, los periodistas, el Movimiento YoSoy132 y la Corte Suprema de Justicia de la Nación deben responsabilizar a los narcos de la violencia y los muertos, exigir sin dobleces la rendición incondicional de Joaquín El Chapo Guzmán, Ismael El Mayo Zambada, Servando Gómez La Tuta, Juan José El Azul Esparragoza, Vicente Carrillo Fuentes, el Z-40 y otros capos y demandar la entrega de su arsenal de armas para ser juzgados como responsables de la violencia criminal y la corrupción en el tráfico de drogas y de varios de miles de muertos en enfrentamientos entre cárteles.

 

 

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