Wednesday, 24 de April de 2024


+ EU: crisis de pensamiento económico + (Neo) populismo no fortalece mercado




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Nueva York.- El tema central de la crisis económica es el que nadie quiere discutir: el colapso del pensamiento de la ciencia económica. Los principales economistas se la han pasado justificando el origen de la crisis pero han sido incapaces de explorar nuevas recetas para salir de la recesión.

El pesimismo del pensamiento intelectual de los economistas ha pasado a formar parte de la propia crisis. Sólo Paul Krugman, premio nobel de economía por difundir la ciencia económica, sigue insistiendo en las recetas de John Maynard Keynes de los años treinta, pero en un escenario diferente en materia de dinámica del mercado.

 

 

Los promotores del aumento del gasto público para convertirse en demanda de consumidores no aciertan a explicar por qué el mercado se ha resistido en reactivar la demanda, sin entender que justamente el mercado modificó su estructura y no necesariamente el aumento en el gasto público se transforma en demanda. De ahí que el déficit presupuestal de los EU haya subido a 9% promedio anual y la deuda nacional se haya colocado cerca de los 20 trillones de dólares sin que se haya sentido un aumento en la demanda y sin que haya habido un aumento en la actividad económica.

 

 

Los resortes de la política económica son ahora diferentes a los existentes en la gran depresión de los años treinta. La conformación de la demanda que genera actividad económica ni siquiera responde a los programas de seguro de desempleo porque los consumidores que han recibido estímulos fiscales prefieren guardar el dinero que gastarlo. La tendencia del PIB estadunidense se sigue colocando alrededor del 1% anual y con ello ofrece un panorama de recesión por la baja actividad económica desde el estallamiento de la crisis en 2008.

 

 

Los economistas estadunidenses se han negado a racionalizar los resortes del comportamiento económico. En los años setenta y la mitad de los ochenta, los centros de influencia internacional --el FMI y el Banco Mundial-- promovieron la condicionalidad de las reformas estructurales que después derivaron en el programa del Consenso de Washington de finales de 1989: privatización de las empresas públicas, globalización productiva y desregulación corporativa. Veinte años después, en 2008-2009, el modelo globalizador se desmoronó justamente por la ineficacia de sus medidas.

 

 

Los enojos de Krugman por el rechazo a su neokeynesianismo de libro de texto han servido para tener un pulso del estado de depresión del pensamiento económico en los centros del capitalismo. A ello contribuyen los mecanismos de politización del (neo) populismo estadunidense en los tiempos de Barack Obama. Sin embargo, Obama ya gastó su primer periodo de gobierno tratando de convencer que las inversiones públicas en corporaciones y subsidios se iban a convertir en demanda y ésta en reactivar la economía, sin que hasta la fecha el modelo estadunidense de mercado haya dado respuestas automáticas.

 

 

Ello quiere decir que los resortes del capitalismo han comenzado a deteriorarse y con ello a ofrecer evidencias de que el funcionamiento del mercado ya no es automático ni reacciona ante los impulsos externos. Pero es la hora que los economistas siguen sin brújula. Fue paradójico que el gurú del neokeynesianismo de la crisis actual, Paul Krugman, hubiera recibido el premio nobel justamente en el 2008 del estallamiento de la crisis financiera actual y sus columnas y blogs se sigan hundiendo en la confusión de las expectativas económicas de corto plazo.

 

 

En las universidades estadunidenses existe una crisis en el pensamiento económico frente a la crisis. Pero también ahí se han negado a estudiar los nuevos comportamientos del mercado. La crisis del 2008-2009 fue una mezcla de colapso de la globalización financiera en corporaciones sin regulaciones y desequilibrios por aumentos de gasto público sin apoyo en ingreso y aumento sin control de la deuda nacional de los países en problemas. Lo grave para la reflexión económica ha radicado en el hecho de que las presuntas soluciones se han convertido en parte del problema.

 

 

Los economistas estadunidenses se han ahogado en la dinámica del mercado, pero sin poner en duda el funcionamiento del mercado. Esta falta de reflexión teórica y práctica ha llevado justamente a decisiones que forman parte más del concepto de (neo) populismo que economía de mercado. Es decir, existen indicios de que el modelo del capitalismo estadunidense ha llegado al final de sus posibilidades de dinámica productiva pero ante una ausencia de reflexión teórica.

 

 

La crisis del capitalismo 2008-2013 es una crisis atípica, diferente a la gran depresión de los años treinta. Sin embargo, los economistas la han llevado al terreno de la ideología (neo) populista. En la crisis de 1976 y de 1982 de México, los presidentes Echeverría y López Portillo supusieron que el gasto público como subsidio iba a estimular la economía, un error en que ha caído el presidente Obama en su intento de consolidar su imagen progresista. Pero como ocurrió en México, ningún país ha podido sobrevivir sólo con gasto directo a la espera de reacciones automáticas del mercado. Los ideólogos del (neo) populismo se han olvidado que una economía en crisis macroeconómica necesita primero estabilizarse.

 

 

El presidente Obama se encuentra atrapado entre cuatro coordenadas: la expectativa de que el capitalismo estadunidense reaccione e impacte en mejor crecimiento, la negativa de los republicanos de seguir aprobando presupuestos deficitarios y más deuda, la falta de liderazgo de Washington para poner orden en la economía internacional con los chicotazos de la eurozona y la necedad e seguir gastando más y más a la espera --durante cinco años-- de que la economía internacional se reactive.

 

 

En los debates sobre la crisis en los centros de pensamiento económico estadunidense no existe reflexión sino ideología: quienes estén contra el orden económico son reaccionarios y los que apoyen el gasto son progresistas. Pero la crisis económica en realidad es mucho más que usarla como coartada ideológica, en lugar de darle un sentido para encontrar los nuevos caminos del capitalismo, ante la única certeza del corto plazo: el (neo) populismo genera más desequilibrios y no aporta estímulos al crecimiento.

 

 

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