Friday, 26 de April de 2024


El desprestigio del presidente Peña Nieto




Escrito por  José Zenteno
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Ya sea que el propio Enrique Peña Nieto le ha faltado al respeto a la envestidura que ostenta o que los mexicanos no encuentran en la institución presidencial un motivo de respeto, digamos un dejo de autoridad moral.

 Quizá sea un poco de ambas. Lo cierto es que nunca, desde que me dedico a este oficio de encuestador, he visto que el trabajo de un presidente de la República sea evaluado por debajo de las autoridades locales. Tampoco recuerdo en la historia contemporánea de México a un presidente de la República que hubiese sido motivo de tanta mofa y desatado en su contra la ira burlona de tanta gente.

 

 

A la mano no tengo una encuesta nacional levantada por nosotros, sin embargo, sí tengo varias encuestas de diferentes estados y regiones del país que dan cuenta de una realidad alarmante: el presidente de la República está por debajo del 30 por ciento de aprobación y en ningún estado lo califican por arriba de 5 de promedio. Los números de los gobernadores y de muchos presidentes municipales son un poco mejores que los del jefe del Ejecutivo, aunque en ningún caso se encuentran en niveles de otros tiempos no muy lejanos.

 

 

¿Qué provoca este descrédito de los gobernantes? ¿Qué empuja a los ciudadanos a desaprobar todo lo que venga de un gobierno o de la política? La respuesta es simple: la economía no funciona. Lo he dicho muchas veces, si la situación económica fuese mejor —digamos como al principio del gobierno de Fox o a la mitad del de Salinas— los mexicanos serían más indulgentes con los escándalos, las equivocaciones y con la clase política en general.

 

 

Y lo peor es que quien tiene la responsabilidad política de procurar el progreso del país parece ser un hombre demasiado limitado. Los mexicanos saben que Enrique Peña Nieto no pudo recordar el título de tres libros (no lee), comete errores de dicción, confunde los nombre de lugares y personas, pierde el control del micrófono y se le salen palabras que no deberían escucharse de un presidente; además, hace negocios aprovechando su puesto, tiene lujos, casas, avión nuevo. En fin, parece frívolo e incapaz y la mala economía lo confirma.

 

 

En diciembre de 2011, en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, Enrique Peña Nieto cometió el primero de varios deslices. A partir de ese momento, comenzamos a observar una rápida disminución de la confianza en el entonces candidato priista entre importantes segmentos de electores urbanos. Lo que siguió todos lo conocemos y con apenas dos años de gobierno, el hoy presidente enfrenta la peor crisis de credibilidad en la época postrevolucionaria.

 

 

Es un error pensar que el descrédito de Enrique Peña Nieto es así porque se ha impuesto la misión de transformar a México. Falso. Las reformas le trajeron desgaste al PRI y también a su gobierno, pero la propaganda ya logró aminorar el rechazo e incluso entre algunos segmentos se ha convertido en esperanza. Tampoco debe creerse que el costo político es consecuencia de la lucha de intereses desatada por el cambio de paradigma institucional. El origen del descrédito está en la persona del presidente y en la incapacidad de su equipo de responder a las más elementales demandas del pueblo que pretende gobernar.

 

 

Esta situación a nadie le conviene. Una sociedad sin autoridad que la dirija es como una estampida de búfalos salvajes, y un dirigente político sin autoridad moral puede estar muy cerca de convertirse en dictador o sátrapa.

 

 

Los más recientes cambios y enroques al interior del gabinete federal muestran que el equipo del secretario de Hacienda, Luis Videgaray, está tomando el control del aparato gubernamental. Ojalá que el responsable de la (mala) economía nacional tenga en esos colaboradores la capacidad de sacar adelante al país. Todo indica que en los hechos quien gobierna ya no es Peña Nieto y las decisiones las comenzarán a tomar otros por él. Ojalá que sea para bien.

 

 

Concedamos por un tiempo el beneficio de la duda.

 

 

 

 

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