Friday, 19 de April de 2024


En México no hay sepulcros de honor, sino puras fosas clandestinas




Escrito por  Arturo Rueda
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Dicen que es Guerrero, pero las fosas clandestinas han sido encontradas por todo el país: occidente, norte, sureste y ahora, en Iguala, se llega al punto culminante de la ola de violencia que Peña Nieto quiso tapar con su telenovela de la modernización y la reforma energética. Dice el Himno Nacional que para la Patria un laurel de victoria y para sus hijos un sepulcro de honor. No hay tal: ni la guirnalda, ni el laurel de victoria para la Patria, y a sus hijos lo único que nos espera es una fosa común

México es un país en el que los muertos no cesan, como tampoco la violencia institucional. Después de Tlatlaya e Iguala, se confirma que los policías y militares son más peligrosos que los propios delincuentes. El asombro por tales matanzas primero recorrió México, pero ahora el pánico es internacional. ¿En qué tipo de país vivimos realmente? Uno en el que los cuerpos de seguridad son los peores enemigos de los mexicanos de a pie. Aunque siempre creímos que la violencia tenía un contexto propio de la guerra por el narcotráfico, en realidad dimos un paso hacia el abismo en los últimos años. El crimen ya no tiene lógica. Al día de hoy, nadie atina a explicar por qué los policías municipales de Iguala, coludidos con criminales, decidieron perseguir, disparar, secuestrar, torturar, asesinar, enterrar y por último incinerar a los estudiantes de la Normal de Ayotzinapa. ¿Qué tipo de crimen cometieron?

 

 

Ni siquiera la sucesión de hechos aclara las motivaciones. Los estudiantes de la normal rural realizaron su tradicional boteo para conseguir recursos en Iguala, una de sus tantas prácticas abusivas que justifican como herramienta para paliar su pobreza —también atracan camiones repartidores, toman autobuses, secuestran casetas para pedir cooperachas y linduras por el estilo—. Pero la noche del 26 de septiembre algo salió mal: los ayotzinapos estaban en el zócalo de Iguala cuando arrancó la balacera. Policías municipales y criminales dispararon contra ellos, hiriendo o matando a 17.

 

 

Los sobrevivientes se reagruparon en los tres camiones que tenían a su disposición, y ya de regreso a la normal rural, a la altura de la avenida Álvarez fueron alcanzados por patrullas municipales que dispararon en su contra. Fue en ese momento cuando también fue impactado el camión del equipo de futbol Los Avispones de Chilpancingo, matando a un jovencito de 15 años e hiriendo a varios jugadores. Incluso una mujer que iba a bordo de un taxi cayó en el tiroteo.

 

 

Los normalistas regresaron a Iguala para dar una rueda de prensa en el zócalo para denunciar las agresiones, pero nuevamente fueron sorprendidos en una ofensiva a gran escala de los policías-criminales coludidos. Ahí, entre las 22 y 23 horas del 26 de septiembre, cuando desaparecieron los 43 normalistas que se presume, fueron torturados, ejecutados, sepultados en fosas clandestinas y luego incinerados. Hasta el momento, 28 cadáveres han sido escupidos desde la tierra. Según el país, "los quemaron vivos. Pusieron todos los cuerpos en la fosa, les echaron diesel y les prendieron fuego". Ya no hay adjetivos que describan ese infierno.

 

 

Tres balaceras en momentos distintos, persecución a los autobuses, secuestro, tortura, ejecución, incineración en fosas comunes. ¿Qué es esto, por Dios? Y luego resulta que todo mundo sabía que el edil perredista de Iguala estaba coludido con un remanente del cártel de Los Beltrán Leyva, y que incluso las autoridades fueron alertadas. El PRD pide perdón por haberlo dejado pasar, como si eso borrara el horror.

 

 

Dicen que es Guerrero, pero las fosas clandestinas han sido encontradas por todo el país: occidente, norte, sureste y ahora, en Iguala, se llega al punto culminante de la ola de violencia que Peña Nieto quiso tapar con su telenovela de la modernización y la reforma energética. Dice el Himno Nacional que para la Patria un laurel de victoria y para sus hijos un sepulcro de honor. No hay tal: ni la guirnalda, ni el laurel de victoria para la Patria, y a sus hijos lo único que nos espera es una fosa común, como la que los policías municipales de Iguale le dieron a los normalistas de Ayotzinapa.

 

 

¿Hasta cuándo seguirá vendiendo Peña Nieto un país que no existe?

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