Wednesday, 24 de April de 2024


De cómo Mario Marín es la inspiración de La Dictadura Perfecta




Escrito por  Arturo Rueda
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Tras una entrevista telefónica fallida en el noticiero estelar —otro guiño al escándalo Cacho— en el que Carmelo Vargas dice que es él quien sale en el video, pero no es él (un claro recordatorio de “es mi voz pero no es mi voz”), Vargas se traslada a México para arreglarse con el ejecutivo de la televisora, un tal Pepe (clara referencia a Pepe Bastón de Televisa), con quien llega a un acuerdo millonario

La Dictadura Perfectaes la más malita de las películas satíricas de Luis Estrada en las que aborda la corrupción política de México. Muy inferior a La Ley de Herodes, un escalón debajo deEl Infierno. Anticlimática, no se atreve a ir a fondo en contra de Peña Nieto y a la hora de develar los misterios de la caja china televisiva, no ofrece más que una tropicalización de la excelente Whag The Dog que en los noventa protagonizaron Robert de Niro y Dustin Hoffman: cómo los medios de comunicación, en especial la televisión, manipulan la realidad mediante la construcción de escándalos noticiosos. Hasta ahí, nada nuevo aporta el filme, que incluso parte de una premisa cuando menos polémica para nuestro presente: la televisión como principal fuente de información para la gran mayoría de los mexicanos.

 

 

La Dictadura Perfecta, sin embargo, tiene interés para Puebla en la medida en que su punto de partida es, inevitablemente, Mario Marín Torres y su escándalo Cacho. Los guiños del guión redactado por Estrada son múltiples, desde el hecho de que Carmelo Vargas (Damián Alcázar) es ¡Otro Góber Precioso!, como titulan los diarios nacionales la mañana después de que la televisora dio a conocer el video comprometedor que da origen a la trama. Y aunque nuestro ex gobernador es la inspiración inevitable, los finales de los góbers preciosos, el de la realidad y el de la ficción, son abismalmente diferentes.

 

 

Ojo con los spoilers. Damián Alcázar regresa a su popular papel de Vargas, que ya no es alcalde sino gobernador sumergido en el escándalo a causa de un video en el que se le ve recibir fajos de billetes de conocido criminal. La televisora y su presentador estrella (Saúl Lizaso) alimentan el fuego como una forma de tapar una más de los burradas del presidente (Sergio Mayer), una evidente caricatura de Peña Nieto a quien apenas se le toca por encimita.

 

 

Tras una entrevista telefónica fallida en el noticiero estelar —otro guiño al escándalo Cacho— en el que Carmelo Vargas dice que es él quien sale en el video, pero no es él (un claro recordatorio de “es mi voz pero no es mi voz”), Vargas se traslada a México para arreglarse con el ejecutivo de la televisora, un tal Pepe (clara referencia a Pepe Bastón de Televisa), con quien llega a un acuerdo millonario para que la propia televisora que hundió su imagen sea el encargado de redimirlo con noticias a su favor que lo pongan rumbo a la Presidencia.

 

 

La televisora envía a su reportero estrella (Osvaldo Benavides), otra ridiculización ahora de Carlos Loret, y un prometedor productor (el ex RBD, Poncho Herrera). Sin duda, son la peor elección del casting de actores. A partir de ese momento, el hilo conductor de la película es cómo la televisión deforma la realidad política y social mientras los millones de espectadores asisten impávidos, idiotizados, al manejo informativo que se da para redimir a Carmelo Vargas-Mario Marín.

 

 

Aquí viene mi mayor crítica al planteamiento: si bien es cierto que la televisión continúa siendo el medio masivo de mayor consumo para una gran mayoría de mexicanos, los estudios académicos en la materia, así como las encuestas, demuestran la caída constante de la audiencia televisiva. El tema merece profundizarse, pero Luis Estrada recurre a la simplificación para hacer más exagerado el poder político de las televisoras, capaces de transformar a un gobernante corrupto en Presidente de México.

 

 

Ese México claro que existió, pero dudo mucho que siga existiendo. El consumo de información por redes sociales, YouTube y medios alternativos ha hecho caer la audiencia de las televisoras. Pero además, habría que revisar el porcentaje de mexicanos con televisión de paga. Por ejemplo, uno de cada tres hogares en México tiene un sistema de cable de acuerdo con cifras de INEGI. A finales de 2013, además, 46 millones de mexicanos ya tenían acceso a internet, se calcula que al terminar 2014 serán 52 millones.

 

 

Aunque Estrada, recurriendo al facilismo, quiere presentarnos una televisora todopoderosa, su lógica es más compleja en la realidad. Por ejemplo, en 2004 Televisa se asoció con el PAN para destruir a Andrés Manuel López Obrador con los video escándalos de Ahumada, pero no lo logró y en las elecciones de 2006 obtuvo más de 13 millones de votos. Misma cifra que tuvo en las elecciones de 2012, pese a que las televisoras lo sacaron de cuadro todo un sexenio.

 

 

Abunda la banalización y hace falta más sátira en La Dictadura Perfecta. Las risas escasean por realista, y por momentos la película se vuelve tediosa. Carmelo Vargas, el gobernador, es más acartonado que el espontáneo y hasta ingenuo edil Juan Vargas de La Ley de Herodes. Es más un criminal hecho y derecho que un antihéroe arrastrado por las prácticas de un sistema esencialmente corrupto. La larga, larguísima subtrama del secuestro de las gemelas, no es más que un preparativo para la recreación televisiva del rescate, un guiño para recordar los hechos ocurridos con Genaro García Luna en el caso de la francesa Florence Cassez. Y para entender mejor la relación entre prensa y poder, es más fiel la primera temporada de House of Cards.

 

 

Total, lo mejor de La Dictadura Perfecta son los múltiples guiños a Mario Marín. El fantasma Cacho ni lo deja vivir, ni revivir. Y en eso, tiene un final diametralmente opuesto al del Góber Precioso de ficción Carmelo Vargas

 

 

 

 

 

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