Friday, 29 de March de 2024


La vuelta de El Negro Durazo: cuando los policías son los jefes de los criminales




Escrito por  Arturo Rueda
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El cuadro es tan desesperanzador como en los años de 1976-1982, cuando “El Negro” Durazo por un lado era el director de la Policía y Tránsito del DF, y por el otro lado era el jefe de los criminales. Como cuando en los 90 se supo que el gobernador Mario Villanueva Madrid era en realidad un capo del narcotráfico, o cuando se supo que el General Gutiérrez Rebollo, el zar contra las drogas, estaba al servicio de Amado Carrillo, o como Jorge Carrillo Olea cayó del gobierno de Morelos una vez que se descubrió que él coordinaba a todos los secuestradores de su estado

En las dos últimas décadas el país ha perdido su capacidad de asombro con cada nuevo acto de barbarie cometido por secuestradores, narcotraficantes, policías o militares. Cada nuevo asesinato, magnicidio, matanza o secuestros, pensamos que ya llegamos al límite. La descomposición arrancó en 1993 con el homicidio del cardenal Posadas Ocampo, le siguió el magnicidio de Colosio, el asesinato de José Francisco Ruiz Massieu, la irrupción del “Mochaorejas”, el secuestro de Gutiérrez Barrios, Aguas Blancas y Acteal. No se puede aguantar más, dijimos, pero seguimos aguantando. Tras una breve pausa, el ritmo criminal que domina al país volvió a comenzar. La ola golpeó con más fuerza.

 

 

Surgieron entonces Los Zetas, “El Pozolero”, la matanza de migrantes de San Fernando, el secuestro del hijo de Alejandro Martí, los cuerpos amontonados en Veracruz, los narcobloqueos en Monterrey, el reinado de “La Tuta” en Michoacán, las balaceras con los Beltrán Leyva, el secuestro de Diego Fernández, las narcofosas de Jalisco, el asesinato de alcaldes, diputados, regidores, el candidato a gobernador de Tamaulipas, una nueva ola de secuestros, las vejaciones a los migrantes, las muertas de Juárez, una ola nacional de feminicidios, más de 20 mil desaparecidos en el sexenio de Calderón con 70 mil muertos, la pantomima de Florence Cassez, “La Barbie”, los terroristas del Morelia la noche del Grito, los descabezados de La Marquesa. El ritmo criminal del país no ha parado.

 

 

La sinfonía del horror vuelve a alcanzar un nuevo punto culminante con la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa y la incapacidad del gobierno federal para encontrarlos a casi un mes desde que el edil de Iguala mandó a ponerles un escarmiento. Ayer, la indignación se convirtió en una fuerza social cuyo único precedente es Tlatelolco en 1968. Los peores temores del sistema político autoritario se hicieron realidad cuando miles de estudiantes marcharon ayer en el DF, en casi todas las capitales del país, para exigir que los normalistas sean encontrados. Vivos se los llevaron, vivos los queremos de regreso, gritaron en consignas.

 

 

Ingenuos. Es evidente que los 43 normalistas están muertos. Que su asesinato es un crimen de Estado, ordenado por una autoridad electa por los ciudadanos del municipio pero que en realidad tenía como jefes o asociados a criminales. Con Iguala y los Ayotzinapos, el reloj histórico no viró de regreso una década o dos. México es nuevamente aquel de 1982, cuando el jefe de los criminales era al mismo tiempo el jefe de los policías del DF, Arturo “El Negro” Durazo. El país moderno regresó al tiempo de los criminales-policías, o policías-criminales. ¿Dónde quedó la modernización?

 

 

Los optimistas dirán que la multitudinaria marcha de universitarios y normalistas ayer es el principio de una nueva época. Se equivocan. Hace 10 años, en 2004, ocurrió la marcha por la paz: un millón de personas en el DF, vestidos de blanco, salieron a manifestarse. Los ingenuos creyeron que los políticos tomarían nota. No lo hicieron, por el contrario, en 2006 arrancó la fase superior del terror con la guerra al narco declarada por Calderón. Los mismos optimistas aplaudieron rabiosamente cuando el empresario Alejandro Martí pronunció su famosa frase: ¡si no pueden, renuncien! Pues nadie pudo, pero nadie renunció.

 

 

El cuadro es tan desesperanzador como en los años de 1976-1982, cuando “El Negro” Durazo por un lado era el director de la Policías y Tránsito del DF, y por el otro lado era el jefe de los criminales. Como cuando en los 90 se supo que el gobernador Mario Villanueva Madrid era en realidad un capo del narcotráfico, o cuando se supo que el General Gutiérrez Rebollo, el zar contra las drogas, estaba al servicio de Amado Carrillo, o como Jorge Carrillo Olea cayó del gobierno de Morelos una vez que se descubrió que él coordinaba a todos los secuestradores de su estado.

 

 

El final es el principio: más peligrosos que los criminales, son los funcionarios que se vuelven criminales. Abarcan los dos lados de la moneda y subvierten los principios mínimos del estado democrático: en lugar de proteger a los ciudadanos, son los principales agresores. Es un cuento de nunca acabar, mitad resultado de la corrupción y mitad de la impunidad. Por los pocos casos documentados, se cuentan cientos y cientos de funcionarios que de día son políticos honorables y por la noche criminales sanguinarios.

 

 

En treinta o cuarenta años, México ha cambiado poco: “El NegroE Durazo sigue mandando. Tenía que ser el PRI. 

 

 

 

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