Tuesday, 23 de April de 2024


Oda contra el conformismo de los mexicanos. Compártela si también estás hasta la madre




Escrito por  Arturo Rueda
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Hoy el país está encabronado, indignado. #YaMeCansé es el grito de guerra contra Murillo Karam, pero también lo es contra todos los políticos de México. Pero es la misma indignación que vi en el fraude electoral de 1988, en el asesinato de Colosio de 1994, en la crisis económica de 1995-96, en el Fobaproa de 1997, en el fraude electoral de 2006, en la larga guerra contra el narcotráfico de Calderón en todo su sexenio. Y en todas indignaciones, no pasó nada después. Los mexicanos nos hemos vuelto expertos en encabronarnos por las chingaderas de nuestros gobiernos, tirar dos o tres improperios, y después regresar a nuestras vidas diarias

Este país se está cayendo, dicen muchos tras Tlatlaya, Ayotzinapa, y ahora, la casita de 86 millones de pesos de Peña Nieto. Yo creo que México viene cayéndose desde hace tiempo y nada más no termina de caerse, sólo descendemos un peldaño más hacia la descomposición sin límites. La primera vez que escuché eso fue tras el asesinato de Luis Donaldo Colosio en 1994. Luego lo volví a oír en 1995, con la crisis económica del error de diciembre y poquito después con la aprobación del Fobaproa. Tras un breve respiro que nos dio la victoria de Fox en el 2000, el país volvió a caerse con la secuencia de los videoescándalos, el desafuero y el fraude electoral de 2006, cuyo desenlace fue la entrada por la puerta de atrás a San Lázaro de un presidente, en medio de una campal de diputados, mientras otro presidente se declaraba legítimo en el zócalo.

 

 

El país de no aguanta más se extendió todo el sexenio de Calderón, con sus miles de muertos, balaceras y desaparecidos. Cansados de tanto caernos y no, una mayoría de mexicanos decidieron traer de vuelta al PRI tras 12 años decepcionantes del PAN. El modelito funcionó más o menos, o duró lo necesario, para que las reformas que requería el gran capital fueran aprobadas con la promesa de una nueva modernización y prosperidad. Y cuando ya se festejaba, el México Bronco regresó. La ola de violencia se quiso esconder debajo del tapete. El drenaje de Iguala se desbordó, la cañería explotó y la caca nos bañó a todos.

 

 

Hoy el país está encabronado, indignado. #YaMeCansé es el grito de guerra contra Murillo Karam, pero también lo es contra todos los políticos de México. Pero es la misma indignación que vi en el fraude electoral de 1988, en el asesinato de Colosio de 1994, en la crisis económica de 1995-96, en el Fobaproa de 1997, en el fraude electoral de 2006, en la larga guerra contra el narcotráfico de Calderón en todo su sexenio. Y en todas las indignaciones, no pasó nada después. Los mexicanos nos hemos vuelto expertos en encabronarnos por las chingaderas de nuestros gobiernos, tirar dos o tres improperios y después regresar a nuestras vidas diarias cargando un nuevo pesar a la espera de la siguiente derrota del alma.

 

 

La indiferencia, la abulia, el conformismo, es el fuego fatuo que nos ha matado en los últimos 20 años. Los políticos ya lo saben y nos tomaron la medida. Saben que tras un episodio vergonzante, lo único que hay que hacer es aguantar el tiempo que dure el chaparrón que nunca se vuelve diluvio. El manual secreto del funcionario para hacerse pendejo dice: hay que declarar lo menos posible, no sumar pendejadas, y en el peor de los casos, cortar algunos fusibles, hacer rodar cabezas, encontrar chivos expiatorios, inventar ondas expansivas o fugas increíbles, prometer otro caiga quien caiga. Todo ello en lo que la indiferencia, la abulia, el conformismo, vuelven a apoderarse de las mayorías desorganizadas que se dejan manipular por las minorías organizadas.

 

 

El país que se está cayendo y no se cae, se alimenta de numerosas tragedias individuales. Los que perdieron casas, empresas, patrimonios con la crisis del 95. Los cientos de miles que derramaron padres, hermanos, hijos, en la guerra contra el narcotráfico, y los miles que sufrieron más porque esos padres, hermanos, hijos, simplemente fueron declarados desaparecidos y en realidad hoy están en una fosa común o una bolsa de plástico, como los ayotzinapos.

 

 

Hay que esperar que el río revuelto se aplaque. Por eso Murillo Karam ofrece la versión increíble de tres “narquitos” que lograron calcinar a 43 normalistas solamente con un fuego alimentado por llantas, gasolina y plásticos. Un fuego digno de Harry Potter que logró, incluso, hacer ceniza los dientes cuya anatomía los hace resistir aun las temperaturas más extremas. Y que lo único que quedó fueron unas bolsas de plástico para que la universidad de un país lejano las analice para que en tres años resulte que no, que eran cenizas indescifrables.

 

 

El fuego no se apagó gracias a que, a diferencia de los padres que en 1968 fueron acallados por el poder, los de 2014 están en pie de guerra y con eco internacional. El mundo informativo global está pendiente por los horrores de un país que promete permanentemente su modernización. La última es que el presidente Peña Nieto y su esposa “La Gaviota” tienen un hermoso palacete de 86 millones de pesos en las Lomas, y que jurídicamente se encuentra a nombre de las empresas de unos de los grandes constructores sexenales que ya había ganado la licitación del primer tren rápido en el país.

 

 

Este país que ya no aguanta más es una paradoja que ni las mentes más brillantes de México han podido resolver. Octavio Paz, quien escribió que la única salida histórica para evitar otra matanza de jóvenes como la ocurrida en 1968 era la democracia, se sorprendería de saber que fue la democracia lo que mató a los 43 normalistas en 2014. ¿Cómo le explicaríamos que el pluralismo, la presencia de partidos fuertes y medios independientes, nos trajeron de regreso en el tiempo?

 

 

Hay un consenso en esta explosión de energía social liberada por Ayotzinapa: lo que pudre al país es la impunidad, la ausencia del Estado de derecho. El hecho de que la clase política en realidad es una sociedad delictuosa solidaria entre sí. Que se saben con el derecho de darnos cada cierto tiempo una sacudida, pero que al final de ella, la pobreza, la marginación o la simple mediocridad harán que nos apaguemos.

 

 

Que esta vez no suceda así. Que la llama de Ayotzinapa no se apague. Que arda nuestro enojo contra Salinas, contra Zedillo, contra los Zetas, contra Peña Nieto, contra AMLO, contra los policías-asesinos, contra los narcos, contra los politiquillos corruptos del día a día, contra Televisa. Que no se apague la indignación. Para que, ahora sí, este país se caiga y podamos construir uno nuevo. 

 

 

 

 

 

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