Friday, 29 de March de 2024


Los políticos viven en otro mundo: los ejemplos de Blanca o Lastiri




Escrito por  Arturo Rueda
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Si por un lado el fracaso de la política es la incapacidad de los ciudadanos por permanecer atentos a la esfera de los asuntos públicos, del otro es la generación de una clase política que no entiende en lo absoluto a la sociedad: ni sus causas, ni sus necesidades, ni expresión. El divorcio es total. Al político le interesa la fotografía, y tras sus breves giras, terminan regresando a sus residencias de lujo, a sus generosos cheques, y sobre todo, a continuar sus planes para saltar a otra posición

Puede llamarlo ceguera o insensibilidad brutal, pero desde que arrancó la tremenda crisis político-social por la desaparición de los 43 normalistas, la senadora Blanca Alcalá no ha lanzado ni un tuit recriminando la violencia o solidarizándose con los padres que la noche del 26 de septiembre perdieron abruptamente a sus hijos. Ayotzinapa o Tlatlaya, simplemente, no existen en su realidad inmediata, por más que la sociedad exprese su ira, a veces con marchas pacíficas, a veces con ejercicios expresos de violencia. Blanca es el paradigma perfecto del político que no entiende la velocidad del cambio social y sus implicaciones para el sistema político. No ve ni la impunidad, ni el hartazgo, ni la corrupción, ni la pobreza. Será porque en los últimos veinte años, desde que forma parte de la elite de poder, no le ha tocado sufrir nada de eso. A diferencia de millones de mexicanos, ella no está cansada.

 

 

La senadora Alcalá, literalmente, anda en la luna. No entiende, ni quiere hacerlo, el agravio de la sociedad mexicana. Forma parte de una casta privilegiada que cada vez entiende menos a sus gobernados, y pese a ello, de alguna forma sigue subiendo en la red del poder. Su dilatada carrera, que arrancó en el sexenio bartlistta como diputada local y después secretaria de Finanzas, se entiende ya casi cuatro sexenios de forma ininterrumpida, saltando ahora aquí, acomodándose ahora allá. Y aunque en su hoja de vida hay cargos destacados, la alcaldía de Puebla capital y la senaduría, uno ya no sabe si formar parte de la casta del privilegio le ha quitado brillantez a la hora de analizar la realidad.

 

 

Por ejemplo, Blanca afirma que los escándalos que rodean a Peña Nieto —su casita de 86 millones, Ayotzinapa, Tlatlaya— no le van a pasar factura al PRI ni en las elecciones de 2015 ni en las de 2016. Aunque a mí me parece una noción absurda, la apuesta por el ciudadano conformista que regresará a la normalidad una vez que acabe su estallido de furia no parece descabellada, tomando en cuenta a nuestra clase política. “Hace changuitos”, pues, de que todo vuelva a la normalidad.

 

 

No es el único caso al interior del PRI que anda en la baba, haciendo como que no pasa nada. Otro espécimen destacado es Juan Carlos Lastiri, el subsecretario de la Sedesol que todavía no aclara su participación en el “robo hormiga” a las arcas estatales mediante el programa Unidos para Progresar. Para el zacatleco tampoco existe la crisis de Ayotzinapa, ni la casita presidencial, ni el dolor de los padres de los normalistas, ni la inestabilidad social que comienza a apostar por la violencia. Para Lastiri, existen sus ambiciones por gobernar Puebla y san se acabó.

 

 

Integrante de la burocracia dorada federal, tampoco se ha permitido enviar un solo mensaje de solidaridad a los padres de los normalistas a través de su cuenta de Twitter. Ni una sola mención a Ayotzinapa o a Iguala. Tampoco un pésame tras la rueda de prensa de Murillo Karam. Distancia total de la sociedad. Como si los problemas no existieran, o no fueran de él.

 

 

Tiene tiempo el subsecretario Lastiri, eso sí, de continuar su persistente estrategia de promoción con el sueño de convertirse en gobernador en 2016 o 2018. Su vehículo es el aparato del gobierno federal en materia de programas sociales y su jefatura de facto sobre los delegados federales que lo sigue como borregos, ayer a Tepeaca, ahora a Xicotepec, donde se trasladan todos juntos para promocionar al gobierno de la República en mítines a los que ya no se invita a los representantes del morenovallismo.

 

 

Rodeado de sus delegados federales, Lastiri es el rey de su propio escenario, en el que no le hacen competencia ni Alcalá ni Doger ni Deloya. Siempre es el último en hacer uso de la palabra, siempre les lleva el saludo de Peña Nieto, siempre habla de las bondades de los programas federales, siempre elogia la transformación de Oportunidades en Prospera, siempre habla del éxito de la Cruzada contra el Hambre. Con un discurso tan chafa, a nadie sorprende que no pase de los 15 puntos de conocimiento.

 

 

Si por un lado el fracaso de la política es la incapacidad de los ciudadanos por permanecer atentos a la esfera de los asuntos públicos, del otro es la generación de una clase política que no entiende en lo absoluto a la sociedad: ni sus causas, ni sus necesidades, ni expresión. El divorcio es total. Al político le interesa la fotografía, y tras sus breves giras, terminan regresando a sus residencias de lujo, a sus generosos cheques, y sobre todo, a continuar sus planes para saltar a otra posición.

 

 

Por ello es que cada vez se ensancha más la distancia entre políticos y ciudadanos. Esa distancia ya la había previsto Robert Michels con su Ley de Hierro de la Oligarquía, pero también Pareto y Mosca con sus estudios sobre la clase política. No es novedad entonces que existan los Alcalá o los Lastiri, pero en los últimos años se reproducen a velocidad inusitada. Que no se asusten cuando los mexicanos, en lugar de tocar las puertas de palacio nacional, deciden quemarlas

 

 

 

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