Saturday, 20 de April de 2024


Usted, señor Peña Nieto, es responsable del timón y de la tormenta: haga algo




Escrito por  Arturo Rueda
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El incendio agobia al Presidente. Pero no hay nada peor que su parálisis: no sabe qué hacer, a dónde moverse o a quién encomendarse. Su equipo tripartito claramente luce rebasado, pero ni siquiera se atreve a correr a Osorio Chong, a Videgaray, a Nuño o a Murillo Karam. Aunque su plan original de gobierno naufragó, y la nave se fue a pique, continúa aferrado al mismo grupo de marineros con los que llegó al poder, sin entender que una cosa es ganar una campaña y otra diferente gobernar.

A dónde voltee, Peña Nieto tiene un incendio de grandes proporciones. La crisis sistémica prácticamente lo ataca por todos los frentes que se conocen en la política moderna. Ya sea la economía, la gobernabilidad, su imagen personal, legalidad, la seguridad pública, y sobre todo, aparece pulverizada la visión del hombre que podía conducir la cosa pública con una relativa eficiencia, pese a su ausencia de honestidad. A la crisis detonada por Ayotzinapa y Tlayaya, se cierne poco a poco el estruendo económico: el dólar alcanzó ayer una paridad de 14.18 pesos, lo que ya puede considerarse una minidevaluación en curso, aderezada por la caída de los precios petroleros que tocaron fondo también ayer con 62 dólares por barril, muy lejos de los 70 planteados en el Presupuesto de Egresos.

 

 

Que si la PGR ni siquiera pudo probar los cargos contra los 11 detenidos del #20NAyotzinapa, por lo que el Poder Judicial los liberó, dejando en un nuevo ridículo a Murillo Karam. Que si en el pasmo general los enanos se crecieron y estuvieron a punto de consolidar la coalición PAN-PRD. Que si todos los organismos de defensa de derechos humanos voltean su mirada a México, y no hay día que los medios internacionales le tundan al presidente subrayando su incapacidad para enfrentar la crisis. Y para colmo, que la caída de los petroprecios hacen inviable la Ronda Uno de licitación de los campos petroleros, frustrado la privatización energética. ¿Qué otra desgracia le hace falta a Peña? ¿Qué la universidad de Innsbruck dictamine que los restos de los normalistas no son de los normalistas, o que no pudieron analizarse por lo que el misterio del paradero se mantendrá?

 

 

El último golpe ha sido la confirmación de que la evaluación a su gestión ya tocó el piso histórico de Ernesto Zedillo, en los funestos años del error de diciembre: según Reforma, solamente lo apoya un 39 por ciento de la población. En otras palabras, 6 de cada 10 mexicanos lo reprueban. Ya lo habíamos advertido en este espacio y lo confirma la encuesta de Reforma: en Puebla, la aprobación de Peña Nieto es incluso más baja que la de Mario Marín en el escándalo Cacho. El presidente ya tocó el 30 por ciento de aprobación, por lo que en Puebla capital 7 de cada 10 lo reprueban, mismo porcentaje que manejó ayer Reforma.

 

 

Pero nada debe atormentar más a Peña Nieto que la desaprobación es todavía más amplia entre las elites, a quien Reforma de forma eufemística llama “líderes”. En esa minoría dominante de la población, el repruebo roza el 80 por ciento, es decir, 20 puntos más que a población abierta. Para que se entienda: los capitanes de las grandes empresas, intelectuales, rectores, académicos y activistas, le han retirado totalmente la confianza, ya que en abril de 2013 la cifra era al contrario, pues 78 por ciento aprobaba esa gestión. En cuestión de meses, Peña Nieto dilapidó lo que siempre se supo era un capital precario.

 

 

So, el presidente Peña Nieto está en el suelo. Ha tocado fondo. En cualquier país democrático, hace tiempo que habría debido presentar su dimisión para convocar a nuevas elecciones. Pero en el sistema mexicano no hay renuncia ni revocación de mandato: por las buenas o las malas, el mexiquense continuará ahí otros cuatro años a menos que ocurra algo gravísimo.

 

 

El incendio, alimentado o no por los centros económicos globales, agobia al Presidente. Pero no hay nada peor que su parálisis: no sabe qué hacer, a dónde moverse o a quién encomendarse. Su equipo tripartito claramente luce rebasado, pero no ni siquiera se atreve a correr a Osorio Chong, a Videgaray, a Nuño o a Murillo Karam. Aunque su plan original de gobierno naufragó, y la nave se fue a pique, continua aferrado al mismo grupo de marineros con los que llegó al poder, sin entender que una cosa es ganar una campaña y otra diferente gobernar.

 

 

La noción de liderazgo del mexiquense lleva dos meses siendo puesta a prueba. De algo está hecho Peña Nieto que le permitió llegar a Los Pinos y embarcarse en un proyecto de restauración. Talentos tiene, ya sea su frialdad a la hora de tomar decisiones, su charming personal o su amplio pragmatismo. Pero no puede seguir pasmado, porque la ola lo va tumbar. Es cierto que no tiene muchos aliados, pero tiene instrumentos de Estado, aunque todo pasa por una evaluación realista: diseccionar quién puede ayudarle, pertenezca o no a su grupo de amigos. Y los que no pudieron con el paquete, darles una palmada en la espalda y mandar a traer al siguiente.

 

 

Peña Nieto ya no necesita mover a México. Antes, necesita moverse a sí mismo para reaccionar al pasmo. Ya no puede caer más en la encuestas, pero su partido puede pagar en las elecciones a gobernador que se avecinan, así como la disputa por 2015, así como darse por anticipada una derrota en la sucesión, al igual que le pasó a Ernesto Zedillo.

 

 

Las peores pesadillas del país se han despertado dos meses. Ya no son solamente corrupción, impunidad, ejecuciones, colusión de criminales con autoridades y policías. Ahora es devaluación, endeudamiento, las palabras malditas de mi generación. No vale el pretexto de López Portillo: soy responsable del timón, más no de la tormenta. Usted, señor Peña Nieto, sí es responsable del timón y de la tormenta.

 

 

 

 

 

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