Thursday, 18 de April de 2024


Las tres muertes de Julio Scherer: periodismo de revancha, el Sísifo clasemediero y Octavio Sala




Escrito por  Arturo Rueda
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Scherer no ha creado un semanario, sino un sudario en el que cree envolver el cadáver de México cada semana. La causa es explicable. En nuestro país dominan la hipocresía y la demagogia, lo que produce en algunos seres la extravagante creencia de ser jueces con la norma maniquea de dividir la realidad entre el Bien y el Mal, en cuyo combate no ocurre la aniquilación del Mal —sino conforme a la doctrina maniquea— su relegación al reino que es propio, el de los adversarios perpetuos. Ni San Agustín pudo convencer de su error a los maniqueos de su tiempo

Nadie puede negar que Julio Scherer es el punto de partida del periodismo mexicano a secas, sin adjetivo, entendido como la crítica persistente del poder y no como relaciones públicas mutuamente benéficas. A lo largo de los años, como lector, varios personajes se mezclaron hasta formar un mito reverencial, casi imposible de acceder realmente. Del periodista cortesano del poder hasta 1976, hasta el crítico excepcional que nació con su expulsión como director de Excélsior, así como la fundación de Proceso. Del periodista capaz de todo por la nota, vil al grado de exhibir la demencia senil de su amigo García Márquez o el vencimiento de la enfermedad de Paz. En los últimos años, el propio Scherer se encargó de revelarnos más de lo deseado, de desmitificarse, en libros como La Terca Memoria, e incluso sus errores garrafales como la célebre portada con “El Mayo” Zambada, o el penoso librito en el que usa como fuente a un resentido para supuestamente demostrar el alcoholismo de Felipe Calderón.

 

 

A Scherer, sin embargo, se le perdonó todo. Pero, ¿hay alguna forma de acercarnos al personaje real, y no al furioso vindicante, personaje de novela rusa, como lo calificaba Octavio Paz?

 

 

Tres son mis Julios Scherer favoritos.El primero, con el texto personalísimo que escribió para el aniversario 30 de Proceso, donde explica la naturaleza furiosa de su periodismo. El segundo, el texto escasamente difundido en el que Gastón García Cantú, el grandioso intelectual poblano que acompañó a Scherer en la caída, hace un juicio histórico durísimo sobre él y Proceso. Por último, mi Scherer favorito siempre será Octavio Sala, el director de La República en la prodigiosa novela de Héctor Aguilar Camín, La guerra de Galio. Solamente en esos tres textos es posible romper el mito y entender al periodista. Aquí van:

 

 

Ajuste de Cuentas, un texto para los 30 años de Proceso.

 

 

“Después de su artera intromisión en Excélsior en 1976, nació Proceso y más de una vez me pregunté si el periodismo del que dimos cuenta, implacable hasta donde nuestras fuerzas alcanzaban, tuvo su origen en una pasión vindicativa o en un encendido revanchismo.

 

 

“No eran tolerables sujetos como Echeverría, construido con materiales de baja calidad, ni resultaba admisible nuestra defunción por decreto. Nos habían arrojado de un gran diario, pero no eran dueños de nuestro futuro.

 

 

“Hijas de la misma hoguera, la venganza y la revancha se parecen hasta en el lenguaje y a la distancia pueden confundirse. Ambas son obsesivas y exigen un brutal desgaste de energía. La venganza se instala en el aborrecimiento y la revancha ronda por ahí, pronta a ceder a la tentación del ‘todo se vale’. En mi fuero interno, en las meras vísceras, deseaba para Echeverría un daño grande, él que tanto daño había causado a tantos.

 

 

“La vida la había vivido en Excélsior y de pronto me vi fuera. De un momento a otro, sucesos encadenados me plantaron en un patético exilio. Las calles perdieron su sentido, daba lo mismo el norte que el sur y aprecié el inconmensurable valor de la rutina. Las citas en busca de información cayeron muy bajo y el teléfono enmudeció, inútil, agresivo.

 

 

“En el derrumbe interior fueron conmovedores los testimonios de solidaridad jurada y cumplida ‘hasta la muerte’, los abrazos que cercan el corazón, las húmedas pupilas como única e incomparable expresión de dolorosa elocuencia. Pero el reportero y director no existiría más. Yo simulaba entereza, dominio sobre mí mismo y trataba de restarle importancia a un desprecio que me acosaba. Había perdido un gran periódico ‘por pendejo’, me zaherían. ‘Te cogieron, hermanito y quiénes’, escuché muchas veces.

 

 

“Me presionaba con ánimo de completar la derrota y perderme en un largo sueño. Una mañana, vacío el estómago, la presión peligrosamente baja, insomne y exangüe, caminé horas y horas en reclamo de un infarto. Las piernas me temblaban y más de una vez me sentí a punto de caer. Recuerdo a Susana, iluminados los ojos verdes por la fiebre del amor y la angustia, que tenía para mí dos expresiones: ‘no te vayas’ o, simplemente, ‘ven’.

 

 

“En estos largos treinta años he revisado los materiales de Proceso y vuelto a leer y releer mi propio trabajo. Abiertos los sentidos, no me llega el olor de la calumnia o su hermana menor, la difamación. A otros posiblemente alcance algún hedor, autores como son de libelos y libros apócrifos, expertos en la amenaza solapada, hábiles en la intimidación que derive en pesadilla.

 

 

El tiempo hace suya la historia y la escribe sin retórica. De Echeverría sólo da cuenta de los malos momentos que padece, hoy, los últimos de su vida. Acaso subsista por ahí algún grupo que jure por su honor que el ex Presidente ha sido hombre de bien, patriota, ‘santo laico’, que así llegó a llamársele en la aurora de su poder.

 

 

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Gastón García Cantú, sobre Scherer, en Los intelectuales y el poder

 

(Desmitifica la versión de la intervención de Echeverría en el diario)“Si partimos de que el presidencialismo en México actúa en aquellos que interesan al poder, podríamos decir que un cambio tan significativo como el de la dirección de Excélsior pudo intervenir el Presidente en los dos únicos sentidos dables: para desplazar, suprimir o desbaratar al adversario, o no intervenir y dejar que los propios problemas llegaran a su fin.

 

“No hay evidencia de los primero: sólo conjeturas que se difunden sin pruebas, así fuere circunstanciales, y sí de la abstención del Presidente: sencillamente dejó hacer. En el primer sentido se apoya Scherer para sobrevivir con rencor; el segundo lo habría llevado a reconocer sus desaciertos y omisiones. La intervención del Presidente habría significado la supeditación de todo el periodismo al gobierno, y por consiguiente, la desaparición de la crítica. Proceso habría sido imposible, y también la primera época de Uno más Uno y de La Jornada.

 

“No existió el Excélsior de Rodrigo de Llano como tampoco el de Julio Scherer; no existe el de Regino Díaz Redondo, porque es cooperativa desde hace sesenta años. Nadie podría reclamarlo como propietario personal.

 

(Sobre el pleito con Proceso)“Escribí en Proceso los primeros 22 o 23 números. Recibía mis artículos Miguel Ángel Granados Chapa. En diciembre de 1976 me invitó a colaborar como director del INAH. Mis consideraciones para aceptar las escribí en un artículo que llevé a Proceso. No se publicó. Días después quise refutar a Fernando del Paso. Tampoco. Traté de hablar con Scherer, no estaba en México; con Vicente Leñero y me dijo que no sabía absolutamente nada. Envié una carta a Vicente pidiendo que se publicara. Julio me habló por teléfono: ‘no publico tu carta, retírala’. ‘La publicas porque me has ofendido’. ‘Es que yo no estaba en México y tampoco Leñero’. La publicó, casi escondida, en la última hoja de su revista. Como antiguo colaborador, fui traicionado por ellos. No hablo de su amistad porque es evidente que nunca existió… regresé a Excélsior porque un escritor elige su fuente de trabajo, lo que es un acto de autonomía moral.

 

(Su opinión sobre su antiguo compañero de armas)“Revisado lo que hace Scherer en su Proceso, y los resultados de Díaz Redondo en Excélsior, el periodista está en ese periódico. Scherer no ha creado un semanario, sino un sudario en el que cree envolver el cadáver de México cada semana. La causa es explicable. En nuestro país dominan la hipocresía y la demagogia, lo que produce en algunos seres la extravagante creencia de ser jueces con la norma maniquea de dividir la realidad entre el Bien y el Mal, en cuyo combate no ocurre la aniquilación del Mal —sino conforme a la doctrina maniquea— su relegación al reino que es propio, el de los adversarios perpetuos. Ni San Agustín pudo convencer de su error a los maniqueos de su tiempo, porque la soberbia era el soporte de su conciencia.

 

Proceso y Scherer deben inventarse cada semana para atizar el rencor. Es obra de un Sísifo clasemediero; cuando imagina que ha demolido el poder, vuelve, soberbio y olvidadizo, a empezar de nuevo”.

 

 

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Scherer, el Octavio Sala en La Guerra de Galio

 

De Galio sobre Octavio Sala:

 

“Lo juzgué en algún momento un bon vivant, pero resultó un cruzado. Me pregunto cómo será su desplome. Y si se ha desplomado alguna vez. Es posible que su fe lo nuble hasta impedirle ver lo mucho que ha perdido. Pero seguro que si llega a verlo, su orgullo le impedirá penar esa catástrofe como el enorme fracaso que es. En ese caso, de la hoguera de su fe ciega y de su orgullo herido, saldrá algo todavía más peligroso que lo que hemos visto hasta ahora. Saldrá un hombre sin reversa, un persuadido de su causa que no sabe sino ir hacia adelante”.

 

De Galio, sobre Octavio Sala II

 

“Si mi juicio sobre Sala es correcto, La Vanguardia abrirá sus páginas, cada vez más, a la difusión de hechos y movimientos que desafíen al gobierno. Como no hay muchas cosas de esas, La Vanguardia acabará, como nosotros con las mujeres, en el regazo desconocido e incoherente de la causa guerrillera. Pero no porque crean en esa causa, sino porque pensará, tontamente, que la furia guerrillera puede vencer el agravio periodístico. Si hubiera una insurrección religiosa en este momento La Vanguardia sería cristera. Pero no hay más que una izquierda idiota en armas, por lo tanto, será guerrillera”.

 

De Galio, sobre Octavio Sala III

 

“Sala y su Iglesia son un extremo de la vida nacional. Y como todos los extremos, serán sometidas al justo medio terrenal, a la sabia mediocridad de los promedios, al paso lerdo y sonámbulo de la muchedumbre”.

 

 

 

 

 

 

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