Friday, 26 de April de 2024


A favor de la #LeyBala (por lo menos en su versión final aprobada por el Congreso)




Escrito por  Arturo Rueda
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La moda de la izquierda revoltosa es defender el derecho a la agresión que tienen los manifestantes en defensa de sus nobles causas. El debut de los encapuchados el 1 de diciembre de 2012, con motivo de la toma de protesta de Enrique Peña Nieto, inauguró la modalidad de protesta violentísima: jóvenes entrenados y equipados para madrear a policías. Al tú por tú, con tubos, pedazos de pavimento, bombas molotov, piedras y golpes. Y los cuerpos de seguridad se ven impotentes para responder con la misma intensidad.

La polémica por la llamada #LeyBala ya es internacional: un ordenamiento aprobado por el Congreso poblano que establece un marco para el uso de la fuerza por los cuerpos de seguridad. Medios de comunicación, organizaciones sociales y activistas, todos ligados al pensamiento izquierdista, no tardaron en poner el grito en el cielo, escandalizando por la “criminalización de la protesta social”, la “represión” y las “limitaciones a la libertad de expresión”. Me temo que la mayor parte de las críticas no están justificadas. O sí: dependiendo si uno se tomó el trabajo de leer la versión final aprobada por los diputados, o flojonazamente se quedaron con la iniciativa enviada por el Ejecutivo. Entre una y otra hay distancias abismales. Menos filo.

 

 

La iniciativa original dejaba un alto grado de discrecionalidad a los policías para decidir cuándo utilizar las armas de fuego, pero el dictamen final establece la prohibición expresa para utilizar armas a la hora de dispersar manifestantes en su artículo 46. Entre que un policía con su pobre criterio deba decidir si utiliza armas de fuego y una ley que las prohíbe expresamente hay un mundo de diferencia. Me asalta la duda de qué versión leyeron esos medios de comunicación, organizaciones y activistas que pusieron el grito en el cielo.

 

 

A riesgo de que mi opinión disienta abiertamente con la de santones del activismo social como Jesús Robles Maloof, creo que siempre será mejor que exista una ley que regule el uso de la fuerza, a la falta de ella. En su ausencia puede ocurrir todas las arbitrariedades del mundo, pero con su aprobación, los cuerpos policiacos quedan restringidos en su actuar. Es una camisa de fuerza.

 

 

Pero entiendo el por qué los medios de comunicación, organizaciones y activistas sociales pusieron el grito en el cielo. En el pensamiento de la izquierda hay un viejo paradigma que no ha podido superarse: la violencia es una fuerza social del cambio legítimo. Es decir, la Revolución amerita incluso la expresión violenta como mecanismo para modificar el statu quo económico. Es un paradigma del marxismo-leninismo que choca con cualquier tipo de pensamiento democrático.

 

 

Según Jesús Robles Maloof y activistas de la izquierda, es derecho de los manifestantes que luchan contra la injusticia del mundo que puedan agredir, golpear, patear y macanear a los policías, tal y como lo han hecho los famosos encapuchados del #YoSoy132. Afirman que los manifestantes pacíficos y los violentos no se diferencian. En cambio, los cuerpos policiacos deben asistir impávidos: resistir con la misma parsimonia las consignas que los madrazos.

 

 

La moda de la izquierda revoltosa es defender el derecho a la agresión que tienen los manifestantes en defensa de sus nobles causas. El debut de los encapuchados el 1 de diciembre de 2012, con motivo de la toma de protesta de Enrique Peña Nieto, inauguró la modalidad de protesta violentísima: jóvenes entrenados y equipados para madrear a policías. Al tú por tú, con tubos, pedazos de pavimento, bombas molotov, piedras y golpes. Y los cuerpos de seguridad se ven impotentes para responder con la misma intensidad.

 

 

Parte del Estado Fallido que es México se traduce en la incapacidad de los cuerpos de seguridad para hacer uso del monopolio del uso de la fuerza. Los manifestantes pueden secuestrar el espacio público, calles, carreteras, desquiciar una ciudad, paralizar la actividad económica hasta que sus demandas son satisfechas. Pero a veces las cosas son peores: los manifestantes-agresores, como los encapuchados, ni siquiera tienen demandas. Simplemente van a pegar, golpear, cachetear.

 

 

Lo cierto es que, a menos que uno sea Manuel Youshimatz, nadie aguanta mucho tiempo una agresión. Y en algún punto los policías han respondido con la misma vara a los encapuchados que inmediatamente se tiran al piso y gritan ¡represión, represión! Los medios con tendencia izquierdista, así como los activistas, se movilizan en redes sociales para denunciar los excesos policiales, los pobres manifestantes heridos o detenidos, las secuelas de la aplicación del uso de la fuerza. ¿Y los policías madreados? “Esos cerdos que chinguen a su madre”.

 

 

Por ello creo es que frente a las nuevas modalidades de la protesta social es mejor que exista un cuerpo normativo que regula el ejercicio de la fuerza policiaca, a que no exista. Seguramente esta opinión será sumamente impopular en muchos círculos progres. Pero ni modo: basta de que la televisión transmita imágenes de impotentes policías agredidos por oscuros manifestantes. Ahora, por lo menos en Puebla, ya tiene un marco legal para normar sus criterios en la aplicación de la fuerza. Pero hay que leer la versión final aprobada por el Congreso.

 

 

 

 

 

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