Martes, 14 de Mayo del 2024
Viernes, 23 Octubre 2020 02:30

Bolivia vale un potosí

Bolivia vale un potosí Escrito Por :   Francisco Baeza Vega

El cerro del Potosí, al sur de Bolivia, fue durante mucho, mucho tiempo la principal reserva de plata del planeta. Durante siglos, el expolio de la maravilla natural contribuyó a sostener las aventuras del Imperio Español al tiempo que apuntalaba el sistema patrón-cliente que sentaría las bases del autoritarismo característico de los países latinoamericanos y sembraría el germen de la desigualdad y el subdesarrollo de nuestra región. Mantener el imperio era costoso y los Austrias estaban ahogados en deudas que sus acreedores alemanes, flamencos o genoveses se cobraban con plata americana.


Bolivia es un buen ejemplo de la paradoja de la abundancia, la creencia muy tolstoiana de que las riquezas naturales suelen ser más una maldición que una bendición. Sobre la ciudad maldita de Potosí, otrora vena yugular del Virreinato del Perú, escribe Eduardo Galeano:

 

“[Potosí] es una ciudad condenada a la nostalgia, atormentada por la miseria y el frío; es todavía una herida abierta del sistema colonial en América: una acusación. El mundo tendría que empezar a pedirle disculpas” (Las venas abiertas de América Latina, 1971).

 

Tras siglos de saqueo aquellas minas ya no valen un potosí, diría Don Quijote, pero la generosa tierra boliviana ha manado otra riqueza: el litio. Bolivia, junto a Argentina y Chile, forman el triángulo del litio, la zona donde se concentran tres cuartas partes de las reservas globales del elemento indispensable para la fabricación de las baterías de los smartphones, de las computadoras o de los automóviles eléctricos; vital, pues, para la transición energética inminente. El codiciado salar boliviano de Uyuni, el depósito más grande del planeta, contiene 20 millones de toneladas del oro blanco que bajita la mano valen ¡20 veces la deuda externa del país andino!

 

El golpe de Estado contra Evo Morales, iniciado suavemente hoy, hace un año en forma de manifestaciones, disturbios y paros laborales, halló su oportunidad en la crisis generada por la necedad reeleccionista del presidente y por el mal rollo histórico entre La Paz y Potosí, pero se originó en la disputa geopolítica entre Estados Unidos, China y Alemania por controlar las reservas de litio de Bolivia, un pulso en el que los bolivianos prefirieron las inversiones sino-germanas a las estadounidenses. El mismo cuento, repetido: la litio-agresión fraguada en Silicon Valley fue el penúltimo intento neocolonialista gringo en Latinoamérica. “¡Derrocaremos a quien queramos!”, advirtió, entonces, el idolatrado dueño de una importante fábrica de autos eléctricos.

 

Un miserable año le duró el gusto a los golpistas gringófilos; un largo año, el exilio al ex presidente boliviano doblado en hermano mexicano: la victoria contundente del MAS-IPSP en las elecciones presidenciales del domingo confirma al partido plurinacional como la primera fuerza política de Bolivia, da aire a la renqueante izquierda latinoamericana y golpea en su enjuto rostro al tío Sam; pero, sobre todo, desmiente el mito de la llamada Revolución de las pititas, la versión oficiosa de que liderados por un puñado de clasemedieros, la mayoría de los bolivianos se alzó espontáneamente contra un dictador comunistoide, émulo de Maduro.

 

A los mexicanos, la experiencia boliviana debe sernos aleccionadora: a fin de garantizar nuestra soberanía energética, puestos a reemplazar inminentemente el petróleo por el litio, los motores de gasolina y diésel por los eléctricos, es oportuno empujar el debate sobre la nacionalización de nuestros recursos naturales estratégicos y, de paso, impulsar fuentes de energía limpias y el desarrollo económico y la industria nacional.

 

Igual que la Edad de Piedra no terminó porque se agotaran las piedras, la Era del Petróleo terminará mucho antes de que se agote el petróleo. Ese día es hoy.

 

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