Durante siglos, Roma fue el arquetipo de república. Oponiéndose a los reyes etruscos como quien lo hace a Farmer George, el republicanismo romano era una idea radical; la res publica se regía por un conjunto de tradiciones complejas que consagraban la separación de poderes, la soberanía popular o los derechos civiles. Cada año, los ciudadanos elegían mediante votación a sus magistrados. En época electoral, las paredes de las ciudades se cubrían con graffitis imperecederos del tipo: “Vesonio Primo solicita la elección de Gneo Helvio como edil” o “Elegir a Albucio”.
El idilio republicano, sin embargo, empezó a desvanecerse al tiempo que la superpotencia iba conquistando otras naciones. La rapidísima expansión de la otrora sencilla aldea de Lacio tuvo consecuencias político-sociales negativas que llevaron a sus ciudadanos a cuestionar el contrato social:
Las largas guerras de conquista de Roma devastaron la economía local: el surgimiento de una mano de obra esclava proveniente de los territorios sometidos abarató el precio de los productos agrícolas, arruinando a los pequeños empresarios, quienes debieron rematar sus posesiones, e hinchando a los grandes terratenientes, quienes, a su vez, acumularon tantas que llegaron a ser tan poderosos como el mismo Estado.
Desaparecida la clase media, la brecha entre patricios y plebeyos se ensanchó dramáticamente. Las ciudades se llenaron de parias que deambulaban sin oficio ni beneficio; las calles se poblaron de trabajadores desempleados, campesinos sin tierras, soldados desencantados.
Por otro lado, a medida que Roma se expandía territorialmente necesariamente se iba haciendo más burocrática y sus instituciones iban pervirtiéndose, prevaleciendo a menudo los intereses privados sobre los públicos. La debilidad institucional convirtió a la honrada república en una vomitable tangentópolis.
La expansión, además, facilitó el intercambio cultural entre Roma y las naciones vencidas, lo cual hizo mella en la identidad nacional latina. Catón El Viejo dedicaría sus últimos años a defender las tradiciones romanas de los peligros de la helenización. No tendría éxito: Júpiter sería Zeus con toga.
Sucediéndose los acontecimientos a una velocidad vertiginosa, los gobernantes no atinaron a responder eficientemente a las novedosas demandas sociales. En tales circunstancias de malestar general surgieron primero, los hermanos Graco, Tiberio y Cayo, cuyo programa político adversaba al de la corrupta clase gobernante tradicional recogiendo las inquietudes de la Roma profunda, y finalmente, Julio Cesar, cuyo ascenso llevaría al poder a una casta de semidioses doblados en autócratas que conducirían a Roma a una época esplendorosa en la cual la república no existirá más que en papel.
(El muy fifí Suetonio dirá de ellos cosas espantosas: Calígula, esto; Nerón, lo otro; que el caballo de aquel tenía un depa mejor amueblado que el mío).
Quo vadis, Americae? ¿Qué le depararán los próximos días a la república americana? ¿Confirmarán su revolución los populares (Donald Trump) o reaccionarán los optimates, la aristocracia senil (SleepyCreepy Joe)?