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Martes, 27 Octubre 2020 01:26

La crisis de la república

La crisis de la república Escrito Por :   Francisco Baeza Vega

Omnes viae Romam ductum”, “Todos los caminos conducen a Roma”. En cierto modo, la inscripción grabada en el Milliarium Aureum, el monumento que marcaba el kilómetro cero de la antigua Roma, sigue siendo válida: dos mil y pico de años después, Roma sigue siendo el lugar común de las más elevadas aspiraciones humanas: la Rusia zarista no tuvo empacho en considerar a Moscú la tercera Roma, después de Bizancio; la Francia revolucionaria se alimentó de su mitología y la Italia fascista se apropió de sus símbolos y sus costumbres y de su historia para legitimar su ambición imperialista. Los padres fundadores estadounidenses, por su parte, se miraron en el espejo romano más cautelosos; eran conscientes de que todo lo que sube...


 

Durante siglos, Roma fue el arquetipo de república. Oponiéndose a los reyes etruscos como quien lo hace a Farmer George, el republicanismo romano era una idea radical; la res publica se regía por un conjunto de tradiciones complejas que consagraban la separación de poderes, la soberanía popular o los derechos civiles. Cada año, los ciudadanos elegían mediante votación a sus magistrados. En época electoral, las paredes de las ciudades se cubrían con graffitis imperecederos del tipo: “Vesonio Primo solicita la elección de Gneo Helvio como edil” o “Elegir a Albucio”.

 

El idilio republicano, sin embargo, empezó a desvanecerse al tiempo que la superpotencia iba conquistando otras naciones. La rapidísima expansión de la otrora sencilla aldea de Lacio tuvo consecuencias político-sociales negativas que llevaron a sus ciudadanos a cuestionar el contrato social:

 

Las largas guerras de conquista de Roma devastaron la economía local: el surgimiento de una mano de obra esclava proveniente de los territorios sometidos abarató el precio de los productos agrícolas, arruinando a los pequeños empresarios, quienes debieron rematar sus posesiones, e hinchando a los grandes terratenientes, quienes, a su vez, acumularon tantas que llegaron a ser tan poderosos como el mismo Estado.

 

Desaparecida la clase media, la brecha entre patricios y plebeyos se ensanchó dramáticamente. Las ciudades se llenaron de parias que deambulaban sin oficio ni beneficio; las calles se poblaron de trabajadores desempleados, campesinos sin tierras, soldados desencantados.

 

Por otro lado, a medida que Roma se expandía territorialmente necesariamente se iba haciendo más burocrática y sus instituciones iban pervirtiéndose, prevaleciendo a menudo los intereses privados sobre los públicos. La debilidad institucional convirtió a la honrada república en una vomitable tangentópolis.

 

La expansión, además, facilitó el intercambio cultural entre Roma y las naciones vencidas, lo cual hizo mella en la identidad nacional latina. Catón El Viejo dedicaría sus últimos años a defender las tradiciones romanas de los peligros de la helenización. No tendría éxito: Júpiter sería Zeus con toga.

 

Sucediéndose los acontecimientos a una velocidad vertiginosa, los gobernantes no atinaron a responder eficientemente a las novedosas demandas sociales. En tales circunstancias de malestar general surgieron primero, los hermanos Graco, Tiberio y Cayo, cuyo programa político adversaba al de la corrupta clase gobernante tradicional recogiendo las inquietudes de la Roma profunda, y finalmente, Julio Cesar, cuyo ascenso llevaría al poder a una casta de semidioses doblados en autócratas que conducirían a Roma a una época esplendorosa en la cual la república no existirá más que en papel.

 

(El muy fifí Suetonio dirá de ellos cosas espantosas: Calígula, esto; Nerón, lo otro; que el caballo de aquel tenía un depa mejor amueblado que el mío).

 

Quo vadis, Americae? ¿Qué le depararán los próximos días a la república americana? ¿Confirmarán su revolución los populares (Donald Trump) o reaccionarán los optimates, la aristocracia senil (SleepyCreepy Joe)?

 

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