Lunes, 29 de Abril del 2024
Martes, 10 Noviembre 2020 01:30

La indefinición de la izquierda

La indefinición de la izquierda Escrito Por :   Francisco Baeza Vega

El 28 de agosto de 1789, la Asamblea Nacional Constituyente, el congreso convocado para atajar la grave crisis por la que atravesaba Francia, votó sobre el derecho de veto de Luis XVI a las leyes que aprobasen los futuros diputados. El conde de Clermont-Tonerre presidía la sesión. Los representantes del Primer y Segundo Estado, los del clero y los de la nobleza, votaron a favor de ratificar el poder del rey; los del Tercer Estado, los del pueblo llano, en contra. Los primeros se colocaron a la diestra del presidente; los segundos, a su siniestra. Del baile de perruqués nacieron la derecha y la izquierda, la primera asociada con la aristocracia; la segunda, con la plebe.


 

Entre otras grandísimas transformaciones sociales, la Revolución francesa desmontaría el orden feudal para propiciar uno aún más injusto, el burgués, el de la explotación capitalista ilimitada. Cambiaría, entonces, el pivote –el Estado por la burguesía, el rey por el patrón– pero permanecería la esencia original de la relación entre la derecha y la izquierda, identificándose la primera con los propietarios de los grandes medios de producción, la nueva clase dominante, y la segunda, con quienes vivían de la venta de su fuerza de trabajo, la de los desposeídos.

 

En el transcurso de dos siglos y pico, derecha e izquierda han envejecido de distinta manera: mientras una ha mantenido cierta capacidad de cohesión, la otra se ha disgregado. A reserva de discutir otro día si la clase obrera, el proletariado, existe per sé o existe sólo cuando tiene conciencia de que existe, inquietudes muy marxistas, podemos adelantar que esta no es una idea abstracta sino un sujeto social real, uno que, por supuesto, ha evolucionado: el estereotipo del obrero varón de barba rala y cuello azul ha dado paso a una ralea heterogénea que incluye también a cajeros de supermercado, a choferes de Uber, a oficinistas godínez y a todos los demás generadores de riqueza.

 

La dispersión de la clase obrera no es un problema menor, pero tampoco es el más serio: desde el movimiento estudiantil-obrero del 68, el boom de las luchas específicas, además, la izquierda ha ido sumando otras izquierditas, otras istas: abortistas, ambientalistas, feministas, indigenistas, legalizacionistas, migracionistas, etc. Cada una defiende su causa vehementemente y resulta complicado, incluso, contradictorio, defenderlas todas a la vez.

 

La nueva izquierda es, pues, ambivalente; ya no ancla en la clase obrera sino en las minorías que le hacen de vanguardia. La izquierda ha entrado en un ¿irreversible? proceso de indefinición, diría Gustavo Bueno; ha abandonado su aspiración emancipadora, el anhelo de asaltar los cielos para cobijar las reivindicaciones particularísimas de los modernos movimientos sociales, los hashtags que puntean en el trending topic. La indefinición la debilita; dificulta la identificación ideológica, la elaboración de la agenda política y el ejercicio de gobierno, y peor, la hace permeable a influencias extrañas. En tales circunstancias, sólo puede ser un eficiente receptor del popurrí de descontentos sociales.

 

(Lo anterior, dicho sea no tan de paso, contribuye a resolver el misterio del crossover de la clase obrera estadounidense, a explicar por qué en las últimas dos elecciones presidenciales los trabajadores han votado masivamente por el candidato de la derecha y no por el de la izquierda con el que teóricamente deberían identificarse. ¿Será porque los grandes sindicatos que habían sido la base de los Dems desde los días del New Deal han sido desplazados definitivamente por las organizaciones no gubernamentales progres y por una militancia típicamente joven, negra e hispana?)

 

Como dice el chiste: en el fondo, somos lo mismo… pero innumerables matices nos separan.

 

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