Domingo, 28 de Abril del 2024
Martes, 08 Diciembre 2020 02:45

Efeméride de un fraude: ¡Puebla libre, hasta la victoria siempre!

Efeméride de un fraude: ¡Puebla libre, hasta la victoria siempre! Escrito Por :   Francisco Baeza Vega

Más sabe el diablo por viejo que por diablo: al día siguiente de que Luis Miguel Barbosa impugnó la elección de gobernador de Puebla, cuyos resultados favorecían (sospechosamente) a Martha Érika Alonso de Moreno Valle, Ricardo Villa Escalera realizó una cuidadosa disección del TEPJF, la autoridad que al final del vericueto legal decidiría el futuro del estado:


 

--La elección se definirá por un voto: el de Janine Otálora Malassis --pronóstico el diablo viejo, agitando bruscamente el más reciente ejemplar de La Jornada de Oriente. --O-tá-lo-ra --repitió, sílaba por sílaba, a fin de que memorizáramos su apellido.

 

Tal cual, hoy, hace 2 años, con el voto de calidad de la magistrada presidenta Otálora, el Tribunal validó la instauración de la monarquía camotera, del régimen caciquil, del maximato por la vía conyugal. ¿Qué mano meció la cuna de la máxima autoridad electoral del país? ¿Qué oscuros intereses obnubilaron al cuarteto de pillos que se pasó por el arco del triunfo el 41 constitucional, ignorando la violencia durante la jornada electoral, la descarada compra de votos y la mapachera del MM, y sobre todo, la flagrante violación de la cadena de custodia de las urnas, lo cual aniquiló el principio de certeza de la elección? (¿De a cuánto el cañonazo?)

 

Inmediatamente después de que la validara el Tribunal, Alonso de Moreno Valle rindió protesta como gobernadora; lo hizo de noche, rodeada de policías y vestida de riguroso luto, y escudándose en su condición de mujer para descalificar a la patriarcal oposición (¡qué trucazo!). Nunca se le juzgó por ser mujer, empero, sino por su necesaria complicidad en la elección de Estado. No hubo contra ella otra acción de violencia política de género además de las de su propio esposo, quien a fin de seguir gobernando por interpósita persona, la hizo su regente, aunque igualmente grave hubiera sido que por el mismo motivo hubiera frustrado sus genuinas ambiciones políticas (¡qué difícil compartir cama y profesión con el egocéntrico Narciso!)

 

Haiga sido como haiga sido: la gubernatura de Alonso de Moreno Valle fue obtenida no por mandato del pueblo sino como resultado de los cochupos cupulares más cínicos. La compra-venta de ésta era un negociazo en el que, a costa de pisotear la democracia, todos ganaban; ganaba la magistrada presidenta que se veía como ministra de la SCJN, los expresidentes priístas que obtendrían su tajada del saqueo del erario estatal y, obviamente, el flamante primer caballero del estado quien se perfilaría directo a la grande, e incidentalmente, algunos compañeros de partido que verían desbarrancar al odiado rival.

 

Quizá, viéndolos descorchar champanes caros a expensas suyas, Barbosa haya sentido el acre sabor que queda en la boca después de ser asaltado, el de la impotencia. Agotadas todas las instancias legales, lo único que le quedaba al excandidato doblado en indiscutible líder de la oposición era resistir a fin de entorpecer las acciones de la gobernadora desde el Congreso local y las presidencias municipales, y desde la calle, al ritmo del folk metal de Mago de Oz. Pronto, no obstante, el régimen probaría su capacidad para desarticular la estrategia mediante las triquiñuelas habituales: madreándonos, dividiéndonos, borrándonos la memoria con unos tristes melones que a algunos les parecerían suculentos: “¡A rey muerto, reina puesta! ¡A sus órdenes, señora!”

 

Según lo planeado, Villa Escalera y Barbosa hubieran terminado sus carreras intercambiando historias de atracos: uno, con la ligereza que el paso del tiempo da a las desgracias; el otro, desde su oficina en El Moro, sede de un irrelevante premio de consolación.

 

(¡Qué bueno que no!)

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