De acuerdo con datos del Coneval –Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social- el 23.5 por ciento de la población enfrenta problemas de pobreza alimentaria, es decir están mal comiendo, o comen una sola vez al día o terciado.
Los últimos estudios publicados exponen que 881 mil 752 niños están desnutridos, con todo lo que esto implica; una generación con deficiencias para enfrentar la vida, el estudio y hasta la tranquilidad, además de un problema serio de rencor social.
¿Qué se está haciendo por ellos?
Hay muchas políticas públicas para apoyarlos, pero la verdad es que en lugar de revertir los números, estos agarran vuelo y crecen.
Y es que para atender el problema no es suficiente entregar despensas y paquetes alimentarios, es necesario instruirlos para que aprendan a nutrirse en forma correcta, para aprovechar lo que está a su alcance.
En un universo de propuestas, surge la conveniencia de revisar hasta los depósitos que en muchas familias se reciben de los programas de Progresa, a los que se cobijan para obtener recursos por los programas de madres solteras, por adultos mayores y por becas como la Benito Juárez.
Quienes tienen el termómetro de estos son los maestros que denuncian que en muchos casos los jóvenes estudiantes están esperando los recursos para dar rienda suelta a su alcoholismo o drogadicción, que lamentablemente se ha disparado por “este apoyo económico”.
¿Cómo hacerle para que de verdad se apoye la evolución, la buena alimentación, el estudio?
No es tarea fácil, y menos cuando lamentablemente la corrupción asoma por todos lados.
Pero sí se considera oportuno sentarse a revisar los programas sociales que permanentemente deben de ser perfectibles a partir del momento en el que se implementan y comienzan a arrojar experiencias y resultados.
Y ya lo han dicho hasta el cansancio los especialistas: hay que apostarle a la inversión, al trabajo, a la promoción del emprendedurismo que comienza con lo mínimo, antes de pretender darles para supuestamente “comer”.