Friday, 26 de April de 2024


La tradición de enviar a los alcaldes a su travesía del desierto




Escrito por  Arturo Rueda
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La travesía al desierto de Rivera Pérez, sin embargo, puede tornarse más grave que la de sus predecesores por varias razones. La primera, que “su” gobernador ha demostrado suficientes veces que va derecho y no se quita, a comparación del talante tolerante, por ejemplo, que mostró Melquiades Morales. En ese sentido, es previsible que Moreno Valle ni nadie de su grupo político aparecerá hoy en el tercer y último informe

La travesía al desierto que emprenden los alcaldes capitalinos que cierran periodo a medio sexenio se va convirtiendo en una tradición de la real politik poblana, resultado inevitable de la hoguera de las vanidades que entablan con el gobernador en turno. La sufrió Rafael Cañedo Benítez en 1996; la toleró Mario Marín Torres en 2002 y la enfrentó Enrique Doger Guerrero en 2008. Inexorablemente toca turno a Eduardo Rivera Pérez en 2013, que no se salvó de la maldición ni por ser el primer alcalde panista que coincide con un gobernador panista. Manda la lógica política y no la identidad partidista: para construir su juego sucesorio, necesariamente el gobernador destierra políticamente a quien acumula capital político y económico para adelantar a los posibles delfinazgos. Una ficha peligrosa que puede desestabilizar, e incluso, neutralizar el juego diseñado por el Gran Elector. El exilio, pues, no es una cuestión personal, sino de negocios.

 

 

No es una novedad: cada alcalde que abandona Charlie Hall recibe los mismos mensajes amenazantes de Casa Puebla. Que no le van a aprobar las cuentas públicas. Que lo van a meter a la cárcel, a él o a sus principales colaboradores. Que los expedientes son jugosos. Que la Auditoría Superior se le va a ir encima. Que ni se atrevan a recorrer el estado. Que más les vale largarse porque ya nadie les va a tomar las llamadas ni se van a sentar con ellos.

 

 

Los presagios funestos casi nunca se cumplen, aunque cada quien procesa las amenazas a su manera. El ejemplo más claro de ellos es el de Mario Marín, quien luego de dejar la alcaldía empezó un recorrido solitario de tres años por todo el estado, solamente acompañado por sus fieles Valentín Meneses y Javier García Ramírez, y en 2004 terminó imponiéndose al melquiadismo, al arrebatarles la candidatura tricolor. El mismo recorrido quiso hacer Enrique Doger, y aunque solamente le alcanzó para competir en la interna a Javier López Zavala, fue una de las causas eficientes de la derrota tricolor en 2010.

 

 

La travesía al desierto de Rivera Pérez, sin embargo, puede tornarse más grave que la de sus predecesores por varias razones. La primera, que “su” gobernador ha demostrado suficientes veces que va derecho y no se quita, a comparación del talante tolerante, por ejemplo, que mostró Melquiades Morales. En ese sentido, es previsible que Moreno Valle ni nadie de su grupo político aparecerá hoy en el tercer y último informe de gobierno lalista, misma receta que en 2008 le aplicó Marín a Doger, castigándolo con el látigo de su indiferencia.

 

 

La segunda diferencia es que Lalo erró la estrategia al ahondar los ataques al operador estrella del morenovallismo, Eukid Castañón, por interpósita persona de Juan Carlos Mondragón, quien desde Boston pelea una curul a la que cree tener derecho. Lalitis electoral por declarar “inelegible” a Castañón bajo el cargo de no haber renunciado con anticipación a su postulación como suplente de Fernando Manzanilla no tiene ningún futuro. ¿Por qué? Porque aún en el caso de que la justicia electoral federal le diera la razón, eso no implica que la darán la curul al estudiante harvardiano, sino que corresponderá al partido Compromiso por Puebla designar a otro suplente que sí sea elegible. De cualquier forma, Juan Carlos Mondragón no llegará al Congreso local, pero Lalo se equivocó al atacar el flanco más poderoso de Casa Puebla.

 

 

Tercera diferencia: la travesía al desierto de Lalo durará más tiempo que las de Cañedo Benítez, Marín Torres y Doger Guerrero. En el caso de ellos, solamente debían mantenerse en activo alrededor de dos años para poder llegar a la sucesión, un tiempo razonable. En el caso del panista, al haber descartado el 2016 de plano, tendrá que esperar hasta el 2018 para disputar la gubernatura. Nada más cinco años en la soledad más lastimosa. Yo creo que no hay gasolina que alcance tanto tiempo.

 

 

Gobernador y alcalde que arrancan el sexenio son parejas mal avenidas desde 1996, por tratarse fórmulas de composición. No son del mismo grupo, no se caen bien, pero se ven obligados a hacer campaña juntos. Las diferencias surgen desde ese periodo —en 2004 Enrique Doger renunció a la candidatura por los ataques de la burbuja marinista— y se extienden al gobierno por la competencia natural de espacios. Aunque el gobernador lleva las de ganar, tiene más poder, tiempo y dinero, el alcalde se convierte en un incordio al que es conveniente eliminar.

 

 

Quizá Lalo no deba sufrir ni acongojarse por la ausencia del gobernador a su informe, aunque sí debe preparar su defensa, además de mantenerse políticamente activo. El mismo final conflictivo tuvieron los hermanos Karamazov, Marín y Doger: en 2008 la burbuja marinista en pleno se ausentó del tercer informe y se le aplicó la ley del hielo durante dos años. Más tarde se arrepentirían de la decisión.

 

 

El problema, nuevamente, es que la travesía al desierto luce tan tan tan larga como el camino de Santiago, pero de rodillas.

 

 

 

 

 

 

 

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