Friday, 29 de March de 2024


Un Prozac para los priístas, por el amor de Dios




Escrito por  Arturo Rueda
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Nada desespera más a los priístas poblanos que la indiferencia que les profesan desde Los Pinos, Gobernación y el CEN. Dieciocho meses después de recuperar la Presidencia es la hora en que nadie les tira un cable para rescatarlos. La visión pesimista que tienen muchos es que los acuerdos de Moreno Valle con Peña Nieto, incluida la operación de las reformas, así como la victoria de Gustavo Madero, lo único que han hecho es fortalecer a su enemigo.

La lectura global del Termómetro Electoral 2016-2018 de la encuestadora Mas Data muestra que el PRI sigue postrado en el diván del psicólogo, preso de la depresión poselectoral que no cesa desde que perdieron Casa Puebla en 2010. Los datos duros son contundentes. No sólo el PAN duplica las preferencias electorales del tricolor rumbo a la elección de minigobernador: 32 contra 16 puntos. También le sobran cuadros para enfrentar con éxito la batalla por la mini, sino también la de 2018: si no es Lalo Rivera por el panismo tradicional, Martha Erika Alonso o Antonio Gali pueden competir con garantías fuertes de triunfo. Incluso Cabalán, el delfín morenovallista que es un proyecto todavía en construcción, ya podría enfrentarse a los dos mejores posicionados del PRI, Blanca Alcalá y Enrique Doger.

 

 

La depresión tricolor no es sólo el análisis de las fortalezas del morenovallismo como grupo, sino de las debilidades propias de sus “gallos”, empezando por el presidente Peña Nieto, aprobado apenas por uno de cada tres poblanos. Si el presidente emanado del PRI no tiene reconocimiento, si el gobierno federal no tiene logros qué cantar, si la economía es un desastre, y sobre todo, si los delegados federales se dejan arrebatar los arranques de obra, como le ocurrió ayer al de la SCT, Raúl Salvador Aguirre Valencia, es claro que el tricolor tiene poco futuro.

 

 

El caso de los aspirantes a la gubernatura es para llorar.

 

 

Blanca Alcalá, a quien muchos consideran el mejor perfil, la mejor posicionada, en realidad arrastra números negativos terribles. En la ciudad capital que ella gobernó, 50 por ciento tiene una opinión negativa y 61 por ciento no votaría por ella. Dice que no le interesa la minigubernatura de 2016, pero si se espera a competir en 2018 es probable que Martha Erika Alonso le ponga una madrina brutal.

 

 

El poco interés de Blanca Alcalá —quizá espera que sus negativos mejoren mágicamente— se confirma en los hechos: en lugar de dedicarse a la reconstrucción del PRI estatal, a sumar liderazgos regionales, prefiere acumular millas a cargo de los viáticos del Senado. En vez de hacer un trabajo que mejore su imagen, anda de viaje en Madrid con pretexto de los homenajes al centenario del nacimiento de Octavio Paz. Absurdo en quien pretende ser gobernadora.

 

 

El otro priísta mejor posicionado, Enrique Doger, también tiene una carga fuerte de negativos, aunque no tan altos como los de Alcalá. A diferencia de la senadora, él sí ya alzó la mano según se destapó en una entrevista con el diario Síntesis. Tiene la voluntad, pero requiere alianzas con otros grupos priístas, y sobre todo, disminuir sus percepciones negativas.

 

 

Otra figura emergente tampoco tiene qué presumir. Pese al aparato de propaganda, uso y abuso de recursos de programas sociales, así como presencia constante en Puebla distrayendo su cargo en el gobierno federal, Juan Carlos Lastiri apenas logró sumar unos cuantos puntos de conocimiento en casi seis meses. Con su 36 a cuestas, y al ritmo mostrado, hasta finales de 2016 podía tener un “conocimiento” competitivo, aunque su posicionamiento de positivos y negativos no le da mucho margen.

 

 

En ese mar de depresión una leve esperanza es Guillermo Deloya Cobián. El presidente nacional del Icadep, con apenas dos meses de activismo tiene un posicionamiento superior al de Lastiri. Sin embargo, en caso de ser designado dirigente estatal tendría que aparcar sus aspiraciones por lo menos para el 2016 y construir para 2018. Además se le menciona con insistencia como uno de los brazos operadores de César Camacho en la próxima legislatura federal, de tal forma que a partir de 2015 tendría que dividir su tiempo entre el trabajo cameral y la construcción de su estructura. Su posicionamiento, sin embargo, en un pizarrón en blanco que le permite trabajar.

 

 

Pero nada desespera más a los priístas poblanos que la indiferencia que les profesan desde Los Pinos, Gobernación y el CEN. Dieciocho meses después de recuperar la Presidencia, es la hora en que nadie les tira un cable para rescatarlos. La visión pesimista que tienen muchos es que los acuerdos de Moreno Valle con Peña Nieto, incluida la operación de las reformas, así como la victoria de Gustavo Madero, lo único que han hecho es fortalecer a su enemigo. A falta de rescate, incluso aquellos que intentaron tener una postura más beligerante, como Víctor Giorgana, ya han preferido replegarse y nadar de a muertito en espera de mejores tiempos.

 

 

El rescate de Peña Nieto u Osorio Chong no llega, y la esperada recomposición de Ivonne Ortega tampoco, quien decidió tomarse su tiempo para designar a un nuevo líder, como anunció la delegada Araujo en entrevista con CAMBIO. De esa forma, el PRI poblano sigue descabezado, desesperanzado, sin liderazgos con capacidad de reconstruir. Y no hay fecha para la designación. Quizá desde el CEN se ve al PRI poblano como un caso perdido. Por eso no les corre prisa.

 

 

Un buen psicólogo, tras varias sesiones de terapia, descubriría que a los priístas poblanos les aqueja un síndrome de orfandad. Esperan que desde fuera, Los Pinos, llegue la respuesta que ellos no encuentran: cómo reorganizarse y construir nuevos liderazgos. Son adolescentes a la espera de que todo se los resuelva papá Peña Nieto. En otras palabras, son incapaces de encontrar la salida al laberinto en el que ellos mismos se mintieron.

 

 

Los priístas poblanos, sí, tienen buenas razones para seguir deprimidos. Alguien, por favor, que les dé un poco de Prozac.

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