Domingo, 28 de Abril del 2024
Jueves, 03 Diciembre 2020 00:47

AMLO: ad hominem

AMLO: ad hominem Escrito Por :   Francisco Baeza Vega

El “Con todo respeto…” a menudo es el preludio de una falta de respeto, se sabe. Gabriel Zaid llama a Andrés Manuel López Obrador “el poeta del insulto”, injustamente, reduciéndolo a un vulgar barbaján. En el célebre AMLO poeta (2018), Zaid enlista todos los insultos proferidos “respetuosamente” por López Obrador, la mayoría de los cuales (¿o todos?) los ha dirigido a la clase dominante tradicional. Entre ellos, en estricto orden alfabético:


 

Blanquitos, conservadores, fifíes, fresas, minoría rapaz, monarcas de moronga azul (Moreno Valle, Yunes), pandilla de rufianes (Peña Nieto, Videgaray), pirrurris (Anaya, Meade), salinistas, señoritingos, tecnócratas, neoporfiristas...

 

Ninguno de estos es producto de la pura visceralidad del presidente, como supone el escritor, sino el resultado de un cálculo frío: entrando a su tercer año de gobierno, López Obrador no rebaja la tensión; el candidato permanente sabe mejor que nadie que meterse con la clase política tradicional es política-electoralmente rentable, que el pueblo disfruta viendo a la élite ridiculizada. El tabasqueño, por supuesto, no ha descubierto el hilo negro del improperio: me vienen a la memoria algunos romanos antiguos, quienes eran aún menos solemnes de lo que cuenta el Claudio de Graves; recuerdo a Catilina abusar de la paciencia de Cicerón, a Calígula bromear con nombrar senador a su caballo o a Nerón violentar a las vírgenes vestales. Todos ellos fueron odiados por la aristocracia pero adorados por la plebe (cosas más horribles dirá de ellos Suetonio, el símil romano de Krauze).

 

Pero ¿es López Obrador el pirómano que toca la flauta de carrizo desde el balcón de Palacio Nacional luego de incendiar México con su discurso? No exactamente, porque el país ya estaba incendiado cuando él vomitó su primera bilis desde el púlpito presidencial, porque ya ardía en sus entrañas un fuego de siglos. La responsabilidad de López Obrador radica en la interpretación fiel de los más hondos resentimientos populares. El tabasqueño no es el padre del encono social, su voz no es más que el eco de la del indígena desposeído, de la del pobre ignorado, de la del débil sometido a macanazos; la voz de los de abajo, la de “los que esperan desde hace siglos en la cola de la historia”, diría Galeano.

 

La denuncia pública abona inevitablemente a la polarización social, empero; cosa peligrosa: en el intersticio crítico en la que todo se (cuarta)transforma, la verborrea presidencial desata monstruosidades que se enrocan en los extremos de una lucha de clases inédita en la cual despotrican los remanentes de la clase que gobernó el país las últimas tres décadas (el fascismo fifí) y los gibranes que aterrizaron en el poder cargando maletas llenas de rencores (la ultraizquierda chaira). Entre los primeros se mezclan la necesidad de ser una oposición seria y las ansias de recuperar los privilegios perdidos a golpe de claxonazos, y entre los segundos, nobles reclamos de justicia histórica y viles ajustes de cuentas.

 

Peor sería, sin embargo, seguir callando (como momias): es nuestra obligación moral, nuestro deber cívico, en el sentido más catilinario de la expresión, alzar la voz clara y contundentemente contra el político corrupto, el empresario evasor de impuestos o el magnate filantrocapitalista a fin de desenmascararlos. Si no lo hiciéramos, traicionaríamos al pueblo eligiendo tácitamente el lado de los opresores.

 

Es chocante que el presidente rompa las formas todas las mañanas pero más, que durante tantos, tantísimos años nuestros líderes guardaran ante las injusticias un pesado silencio semejante a la estupidez.

 

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