A fin de hacer más comprensible el recorrido por la historia humana, solemos dividirla con más o menos rigor científico en edades; las convencionalmente aceptadas fueron propuestas por Celarius, a mediados del s. XVII, desechando de paso la periodización tradicional sujeta a la cronología bíblica de Agustín de Hipona (Sex aetates mundi). Posteriormente, a las celarianas edades Antigua, Media y Moderna se añadiría una cuarta, la Contemporánea, la cual no sabemos cuándo terminará, pero sí cómo lo hará:
Del mismo modo que situamos el comienzo de la actual edad en el momento en que María Antonieta (¿o fue María Teresa?) escupió a sus hambrientos súbditos aquel improperio infame, es decir, cuando al calor de las revoluciones liberales de los siglos XVII (la Revolución gloriosa) y XVIII (la americana y la francesa) los regímenes conservadores que monopolizaron la anterior entraron en crisis, es sensato imaginar que su final ocurrirá cuando el proceso revolucionario culmine finalmente llevándose en su marabunta a Rusia, el trasnochado reducto del Ancien Régimen.
Desde su oficina medianita en la RAND Corporation, Francis Fukuyama teorizó que esto ocurriría en los años inmediatamente posteriores a la Guerra Fría, cuando la Rusia histórica, imperial y soviética, se desmoronó dando paso a una occidentalizada; el autor de The end of history and the last man (1992), sin embargo, falló en advertir que las grandes reformas económicas que ésta experimentaba no necesariamente implicarían otras políticas. Miles de rusos hacían cola afuera del primer McDonald’s de Moscú para devorar una muy capitalista Big Mac, pero el régimen no sólo no avanzaría en su apertura, sino retrocedería hacia una nueva guerra fría que estos días ha roto violentamente.
Tres décadas después de archivarla en el librero detrás de las obras de Tucídides y de Qiao y Wang, y del malinterpretado Huntington, este fin de semana, Fukuyama desempolvó su teoría para advertir con la mayor seriedad posible que: “Putin no sobrevivirá a la derrota de su ejército [en Ucrania]”, un desenlace que a medida en que Rusia se empantana militarmente en las interminables estepas a las que por necesidad vital se tuvo que meter y en que las sanciones políticas y económicas impuestas contra ella comienzan a hacer mella a ras de pavimento parece ir cobrando apocalíptica forma. Tal implicaría, se regodea el neocón, el fin del imperialismo ruso y, por ende, ¡el fin de la historia!
Quizá no ocurra con la algarabía que pronostica Fukuyama pero me parece que esta vez tiene razón y estamos presenciando, perplejos, el principio del fin del protagonismo de Rusia en Europa y, en consecuencia, el principio del fin de la historia o, para ser más precisos, el del fin de la historia contemporánea; siendo así, los nuestros serían los últimos días de la era y los primeros de una nueva que ya asoma en los anales.
Superado, por fin, el gran debate ideológico que marcó los últimos dos siglos, la nueva era se caracterizaría por la lucha por la hegemonía mundial no cultural sino comerc… pero antes, hablando de productos chinos de importación, ¿qué pinta China en la guerra que marca el principio del fin de la historia?
