El caso desencadenó molestia el año pasado al conocerse la noticia de la detención de Castillo Montemayor y comenzaron a contarse una serie de anécdotas que abalaban la honorabilidad del ex funcionario, como el caso de que no aceptó ni siquiera la invitación de un café de una empresa a la que el gobierno por su conducto le compró 20 camiones.
O el caso de una empresa norteamericana que vendía la tecnología para equipar plantas residuales.
En fin, sobre su honorabilidad nunca nadie tuvo la menor duda.
Sobre el tinglado que se montó para frenar su voz de alerta todos coincidieron. Y lo peor es que se llegó a la conclusión de que en Puebla se inventa a los delincuentes, porque como este caso se acumulan otros de mayor peligro y riesgo como asesinos, secuestradores, asaltantes, feminicidas ¡qué pena! y que preocupante, porque esto ya trasciende los límites del estado de Puebla.
Y volviendo al caso de Francisco Castillo Montemayor, tan endeble fue el montaje del delito por el que fue a dar al reclusorio, que hoy cuando la gente lo identifica en la calle, se detiene a saludarlo y a externarle simpatía y solidaridad, convencida de que en Puebla las cosas no andan bien en materia de justicia y que se pretende llevar a la sombra a quienes levantan la voz opositora.
¡Qué tiempos!
Mientras tanto, los verdaderos delincuentes disfrutan de la libertad y siguen haciendo de las suyas por todas partes.
A la conclusión a la que llegamos es la trillada recomendación ¡Sálvese quien pueda!
Porque recuerde que en México hoy hasta por una bicicleta los delincuentes son capaces de vaciarle el revólver sin dudar.