Zavala, el colado de la fiesta legislativa

A pesar de no ser diputado, se quedó en el festejo de los nuevos diputados

El momento esperado llegó: la fotografía de la bancada priista y la de un colado. El arte de la fotografía inmortalizó a Zavala y su sueño de presidir el Congreso

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Selene Ríos Andraca

Como en las buenas fiestas de pueblo siempre hay un gran colado que resulta ser el más divertido. O como diría Chava Flores: “llegaron los gorrones”. Aunque Javier López Zavala se quedó a un paso de ser diputado, coordinador de bancada y presidente de la Gran Comisión, en el último momento, tras la toma de protesta, penetró al Pleno Legislativo y gozó como el gran festejado.

Poco valió ser la cabeza de la lista de diputados plurinominales, en sus sueños quedó la estrategia sacrificio y en sus ilusiones murió la posibilidad de arribar a una curul como el gran hombre del sexenio.

Sus 26 compañeros priistas probaron el sabor de la curul. Se recostaron, doblaron la pierna, se acomodaron, sonrieron, saludaron, rindieron protesta, actuaron como diputados. Se creyeron su papel.

En la galería izquierda, vestido de oscuro, en primera fila brillaba una falsa sonrisa. Ahí estaba el hombre que debió ser. El hombre que nunca estuvo. El hombre que no.

Observaba con detenimiento la curul de José Othón Bailleres. Se comió cada uno de los torpes movimientos que hacía desde la comodidad de la silla del líder.

Una firme voz rompió su trance. Parpadeó dos veces, le sonrió a Mercedes Guillén, y dirigió su mirada a la enérgica Rocío García Olmedo, quien con la mano al frente se comprometió a respetar y a hacer respetar los lineamientos de la Constitución: “Compañeros les pido que se mantengan en pié”.

En el abarrotado salón de sesiones, 40 diputados de pié comenzaron con la clásica perorata de la rendición de protesta. López Zavala volvió a moverse, por un momento, parecía que se iba a poner de pié ¡que también rendiría protesta!

Pero la realidad lo alcanzó. Él estaba en las galerías. No estaba en el Pleno. Nadie reservó su entrada. No figuró entre las estrellas del momento. No era el niño del bautizo, ni el novio de la boda, mucho menos era la quinceañera. No era más que un invitado, como las decenas que colgaban desde gayola.

La sesión concluyó. López Zavala dio paso a su instinto. Se hizo espacio entre las decenas de invitados pero su urgencia por estar “ahí” lo rebasó. No esperó a llegar a la puerta del Pleno, la cruzó por una galería.

Ultrajó las orillas del Pleno Legislativo y comenzó a saludar como si fuera el gran esperado del evento. Los abrazos intensos y las sonrisas desbocadas de su rostro fueron sus armas para llegar a cada uno de los 26 legisladores.

El momento esperado llegó: la fotografía de la bancada priista y la de un colado. El arte de la fotografía inmortalizó a Zavala y su sueño de presidir el Congreso.

En el frente, con las manos cruzadas, los ojos brillosos escondidos bajo sus enormes cachetes maximizados por su aún más grande sonrisa, López Zavala se coló en la bancada del PRI y por un instante, en sus adentros, fue el hombre, el gran hombre de momento.

Los más contentos

La emoción de arribar a una curul fue evidente en dos personajes: Carlos Martínez Amador y Enrique Marín Torres.

El diputado por Huauchinango arribó al Congreso con toda su familia. La abuelita, las sobrinas, las tías lejanas, las viejas vecinas y las amigas de las amigas. Con todas hubo fotografía en cualquier rincón de la sede legislativa.

Pero fue el hermano del gobernador Mario Marín, Enrique, el que dejó salir su origen de Nativitas, Cuautempan. Cual chilango en Acapulco por primera vez, Enrique Marín se fotografió en todas las poses, en todas las partes del Congreso.

Con la bandera, con la estatua, en la escalera, en la rampa, en la tribuna, en la mesa. Viendo a la derecha, viendo a la izquierda, mordiéndose un labio. Pensativo, alegre, luchador, molesto, preocupado.
Para su suerte en el Congreso no encontró un burro chelero, aunque descubrió que desde su curul podía sentarse en 17 formas distintas.