Y Doger prefirió velar sus armas


—Crónica—


No salió a la verbena popular preparada para él. Su oficina ahora lució casi vacía: una computadora prendida y el escritorio, unas sillas, nada más. Él, sentado, observó los últimos movimientos de su agenda, pensaba, meditaba, se preparaba para lo que él sabe que viene, mientras, justo afuera de este pequeño reino, el grupo Caravana amenizaba en el zócalo de la ciudad


Zeus Munive Rivera

 

Un “secreto de amor” culminó con tres años de dogerismo. “Te voy a cambiar el nombre” se escuchaba retumbar por las paredes del Palacio Municipal. Ahí, mientras esa canción sonaba en todo este bellísimo inmueble planeado por Charlie Hall, Enrique Doger se metía a su oficina, que en unos cuantos días dejará de serlo.


No salió a la verbena popular preparada para él.


Prefirió velar armas.


Su oficina ahora lució casi vacía: una computadora prendida y el escritorio, unas sillas, nada más. Ahora se vio mucho movimiento porque los espacios son muy grandes.


Él, sentado, observó los últimos movimientos de su agenda, pensaba, meditaba, se preparaba para lo que él sabe que viene, mientras, justo afuera de este pequeño reino, el grupo Caravana amenizaba en el zócalo de la ciudad, mientras que las chalupas y las memelas eran deglutidas por un buen número de seccionales del PRI o de habitantes de juntas auxiliares y orejas de Gobernación.


Unos minutos antes. A Blanca Alcalá se le ve un poco molesta, incómoda. Ella, vestida de dorado, estuvo en primera fila observando el último informe de Doger. Nadie sabe a ciencia cierta qué era lo que le incomodaba, parecía que los policías metidos a columnistas ya le habían mandado los mensajes desde la mañana por haber impuesto a Víctor Manuel Giorgana y por tratar de quitarse de encima esa presión que ha caracterizado la nueva relación con el poder.


Lo mejor del informe, aparte de las edecanes, son los ex presidentes municipales, casi todos ellos se durmieron durante el tercer informe: Miguel Quiroz y Amado Camarillo.


Notorias fueron las ausencias del marinismo.


Su desaire fue como el primer mensaje de guerra declarada desde Casa Puebla.


Sólo llegó “El Cantinflitas” y López Malo, así como Gerardo Fernández, es decir, pura bala de salva.
Ni Mario Montero ni Enrique Agüera.


Los panistas tampoco asistieron, excepto, Francisco Fraile, y es que se corrió el rumor que Javier López Zavala operó en contra de Doger al solicitarles a los albiazules que no asistieran, como no lo hicieron con Marín.


No obstante, sí llegó Jorge Estefan Chidiac y, en uno de los lugares privilegiados, Porfirio Muñoz Ledo, quien mandó un mensaje clarísimo con su presencia en el informe de Doger.


Muñoz Ledo fue escoltado en todo momento por uno de sus amigos en Puebla, Javier Casique Zárate, a quien conoce desde hace varios años.

 

****

 

En la mesa principal estaba Enrique Doger, Alberto Ventosa, Rafael Moreno Valle, Fernando Alberto Crisanto y un personaje montado en el potro del alcohol: “A ver, a ver, tráeme a tu fotógrafo”, dijo en tono imperativo.


Llegado el fotorreportero de Cambio, el personaje que visitó las faldas de Dionisio le miró y de plano le dijo: “Éste es un hijo de la chingada… y tú, y tú, y tú”, señalando a todos los demás de la mesa principal. Cuando vio a Enrique Doger, se detuvo, recapacitó y espetó: “Bueno, tú no”.


Las carcajadas se escucharon por esa parte del restaurante cubano en el que el dogerismo se despidió de los tres años de poder.


El personaje montado en el potro del alcohol saludó efusivo a Rafael Moreno Valle, quien llegó partiendo plaza al restaurante La Floridita, acompañado de Crisanto.


“Ay, caray. Sí llegó”, se escuchó decir en las mesas.


Un panista que observaba la escena interrumpió: “Pero en el PAN no lo van a dejar llegar”.


Moreno Valle también le dio un fuerte abrazo a Enrique Doger quien disfrutaba de un daiquiri y de la charla de Carlos Meza Viveros.


A unos pasos de todos ellos, un negro con el cabello rizado cantaba casi a capela. En cada una de las mesas se servía ron Matusalem o un Havana 7 años. Algunos cuba libre, otros preferían mojitos.


Víctor Hugo Islas saludaba a casi toda la concurrencia, incluso, hasta al negro, porque resultó su maestro de canto.


Algo curioso, a Doger no se le vio triste ni nostálgico, aquí se le vio contento, alegre, sonriente, relajado. A pesar de que a él la vitamina P o la hormona P, como muchos le llaman, se acabó y que a partir del próximo lunes será el primer día que se levantará sin la euforia del Nextel y el celular. El primer día que regresará a ser el ciudadano común y corriente que es en su íntima intimidad —como diría Melquiades Morales—. El primer día que no le dirán “señor”.


Doger estaba a sus anchas, saludando a todos los que se encontraba.


Alistando amigos, descartando enemigos.


Listo para lo que viene.


Alrededor de las seis de la tarde, Enrique Doger se despidió y todo lo que quedó ahí fue un buen ron Matusalem.

 

 


 
 
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