Friday, 29 de March de 2024


Hay que ser realistas




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Los mexicanos debemos enseñarnos a pensar con realismo, no con utopías producto de mentes fantasiosas y no de la realidad.

Desde que Carlos Salinas de Gortari, como presidente de este país, dio el albazo para cambiar el programa de la Revolución Mexicana, de alto contenido social, por un sistema económico neoliberal, todo en México ha ido de mal en peor, como en Europa y en los propios Estados Unidos.

 

 

Aumento del desempleo, de la pobreza, de la delincuencia (organizada y desorganizada), deterioro de la educación, de los servicios de salud, abandono del campo, lo que nos lleva a una dependencia alimentaria, privatización de la banca, de teléfonos, de los ferrocarriles, de los aeropuertos, de las autopistas y ahora del petróleo y de la energía eléctrica. El objetivo es alcanzar el plan maravilloso de quienes mandan en este mundo: menos, mucho menos estado y mucho, pero mucho sector privado.

 

 

Las leyes del mercado lo van a ir regulando todo, para alcanzar un equilibrio que nos beneficiará a todos. Así de fácil.

 

 

Los mexicanos producimos mucha azúcar, tenemos alta productividad, pues eso perjudica a los productores de otros países, principalmente a los Estados Unidos. Entonces vamos a regular las cosas: que México importe azúcar de otros países, digamos 240 mil toneladas en el último año de Calderón, para que se desplome el precio del dulce mexicano, y que la industria refresquera nacional utilice “fructuosa” endulzante derivado del maíz, que se debe importar de los Estados Unidos porque aquí sólo hay una pequeña planta productora.

 

 

México produce mucha papa, pues hay que obligar a México a importar papa gringa, llena de plagas, para que infecte los cultivos mexicanos y así baje naturalmente la producción nacional y se tenga que importar papa, de los Estados Unidos.

 

 

Hubo una epizootia que afectó a las granjas avícolas del norte y tuvieron que ser sacrificadas muchas aves. No hay problema, para eso están los Estados Unidos, para vendernos miles de toneladas de huevo para abastecer al mercado nacional ya que la producción bajó. Faltaba más.

 

 

Y así vamos a seguir hasta el infinito.

 

 

Pero para que nos sigan “ayudando”, debemos facilitarles las cosas: debemos acabar con esos odiosos monopolios de estado, como Pemex y la Comisión Federal de Electricidad. Que se nos quite la idea atrasada de que un país, cualquiera que este sea, para ser realmente independiente debe mantener el control de sus fuentes de energía.

 

 

Bueno, seguirá manteniendo la propiedad del subsuelo y el petróleo seguirá siendo orgullosamente mexicano, pero lo podrán explotar otros, como antes de 1938, y los gerentes de las compañías transnacionales que lo hagan serán tan importantes como un alto funcionario del gobierno, como un gobernador, como un secretario de Estado o tal vez más. No hay que olvidar que cuando el General Lázaro Cárdenas, jefe de una importante zona militar en Veracruz, y parece que el General Múgica, quisieron recorrer una refinería petrolera, los pararon a la entrada. Después de varios trámites, los pasaron a una pequeña oficina donde tuvieron que hacer otra larga espera para que les dijeran que el recorrido sería restringido, sin dar mayores explicaciones. Ahí nació, al parecer, la idea de la nacionalización.

 

 

Bueno, pues con eso del programa económico neoliberal, impuesto durante el régimen salinista, ellos, los gringos, han hecho de nosotros lo que han querido y lo seguirán haciendo.

 

 

El avance de la pobreza, del desempleo, el deterioro de los pilares de nuestra economía, el abandono del campo, todo eso y más, han contribuido al incremento de la inseguridad, al deterioro acelerado de nuestro sistema educativo, al deterioro de nuestro sistema de salud y estamos cayendo en el peor de los mundos, en ser un pueblo de millones de pobres, con mala educación, con mala atención a la salud, con violencia en sus calles y en sus campos y convertidos ya en dependientes alimentarios y, próximamente, sin independencia energética. ¿Hay salvación?

 

 

Las protestas no se escuchan

 

 

Las protestas de maestros y de grupos izquierdistas por los cambios estructurales en educación y en energía, no son escuchadas por las autoridades.

 

 

Con todo y protestas, las reformas fueron aprobadas, es decir, las voces airadas del pueblo valen sombrilla. Ellos ya determinaron que las reformas son necesarias para impulsar el desarrollo del país y no hay opinión contraria que valga.

 

 

Y no van a lograr nada.

 

 

Los sudamericanos, concretamente los brasileños y los chilenos, ya le dieron al clavo. Ellos están luchando ya en las calles para que sea abolido el neoliberalismo como sistema económico de sus respectivos países. Ya están luchando por ello los españoles, los griegos, los italianos, los portugueses.

 

 

Es decir, ya se dieron cuenta dónde está el meollo del asunto. Mientras el sistema económico no se cambie, esto irá de malo a peor. No hay salida posible por una sencilla razón, porque las leyes del mercado no tienen sentimientos y sólo buscan la elevada utilidad de los dueños del capital y de las empresas explotadoras de los recursos naturales de los países pobres. Aquí en México ya quieren explotar todas las minas de oro y plata, y se dice que en 20 años con las nuevas técnicas saquearán a nuestros países más de lo que logró en 300 años la Colonia, la que todavía algunos llaman “madre patria”.

 

 

Esa es, pues, la realidad. Es necesario luchar para cambiar las cosas, pero viendo el problema con realismo. El gobierno mexicano está sometido a un sistema que, queramos o no, tiene la fuerza suficiente para imponerse. ¿Se imagina si ahora surgiera un valiente que encabezara una revolución? En menos de lo que canta un gallo seríamos invadidos, o nos armarían una guerra interna con decenas de miles de muertos. Si nomás con esa guerra contra el narcotráfico de Calderón, miren cómo nos ha ido.

 

 

Debemos oponernos a lo que consideremos perjudicial a nuestro país, con inteligencia, de otra forma no podremos hacer algo y menos con los partidos que tenemos.

 

 

 

 

 

 

 

 

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