Thursday, 25 de April de 2024


Ser corrupto dejó de ofender a políticos y funcionarios




Escrito por  Jesús Ramos
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El adjetivo “corrupto” se agrega a un individuo, según su oficio, en nuestro país sin que cause sorpresa ni indignación. Y no debería ser así. Sin embargo, hay que repetirlo hasta que atormente, México es un país con niveles de corrupción demasiado altos comparado con homólogos suyos de Europa y Latinoamérica, así lo ha dicho desde siempre el Departamento de Estado Norteamericano, lo confirmó WikiLeaks hace no mucho y hoy lo ratifica el INEGI en su más reciente informe.

En Puebla y en el resto de los estados de la república mexicana decimos y sabemos que un presidente municipal es corrupto, que también lo es un diputado, un senador, un partido político, un gobernador, un agente de tránsito, un federal de caminos o un burócrata y no pasa nada. Adjetivar a cualquiera de ellos de “corrupto” dejó incluso de preocuparles a ellos mismos como lo demuestra el alcalde de Nayarit, Hilario Ramírez, que reconoció haber robado al ayuntamiento de San Blas… pero poquito.

 

 

Otro informe, el del Instituto Nacional Electoral, reveló que sólo 2 de cada 10 mexicanos le tienen confianza a los políticos y a sus partidos. ¿Qué significa esto? Para llorar. Que al paso que vamos ser sinvergüenza, ratero y corrupto podrá ser incluso lema de campaña de los candidatos y escudo institucional de los funcionarios públicos. ¿Por qué? Porque no les ofende ni los denigra ni los pone en riesgo de ir a la cárcel.

 

 

El INEGI sostiene que Puebla es de los estados más corruptos de la nación. Que efectuar trámites gubernamentales o agilizarlos implica dar mordidas o diezmos en el caso de la obra pública. El señalamiento por supuesto que no es nada halagador como tampoco lo es acostumbrarnos a adjetivar de “corruptas” a las personas que nos representan en lo legislativo, en los ayuntamientos, la administración estatal y federal.

 

 

Las cosas no tendrían por qué seguir así. Y tampoco deberíamos conformarnos. Claro que tenemos la manera de impedir que los corruptos continúen con sus pillerías. Debemos denunciarlos, exhibirlos, sancionarlos, votar en su contra si aspiran a cargos de elección, demostrarles que nos indigna lo que son y lo que hacen, impedir a toda costa su modus vivendi y evitar con ello que ser corrupto sea tanto como tomar un vaso con agua.

 

 

Los gobiernos presumen todo lo que han hecho en materia de corrupción. Le echan demasiada crema a sus tacos en lo publicitario y quieren engañarnos, pero la verdad ha sido muy poco. Sancionan administrativamente, despiden o meten a la cárcel a los corruptos chiquitos, a los de abajo, y rara vez castigan a los grandes, a los corruptos que accionan el mecanismo para que la corrupción funcione. Hete ahí a los mandos policiacos y de vialidad que exigen cuotas, a los jefes administrativos de las oficinas que instruyen a sus agremiados, a los directores de las cárceles, a los responsables de compras, a los de obras públicas y a Juan de las pitas.

 

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