La Santísima Dualidad: Dios-Marín y Dios-Zavala


Crónica


Arturo Rueda / Selene Ríos Andraca


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Un cumpleaños a sangre y fuego. Palabras mayores pronunciadas en alto, a la vista de todos. Un bautizo de poder consagrado ante la plutocracia sexenal y la perrada zavalista, antes conocida como marinista.


Conjugación de masa e intensidad, la receta de la dominación. Un aceleramiento de la cargada, alineación de la Bufalada. Alfa y omega, también fortalecimiento de las resistencias que se niega a inclinar la cabeza. Pesos pesados en las asistencias, pero también pesos pesados en las ausencias.


Parábola de siembras y cosechas, un mensaje bíblico: la profecía del nuevo mesías que desde tiempos inmemorables anuncia las Sagradas escrituras del marinismo.


Todo eso, y más, fue la megapachanga zavalista. Un jolgorio que vio superadas sus propias expectativas cuando —contrariando a la lógica del poder— el gobernador Marín sacrificó su investidura para ungir a su heredero, entregarle la estafeta frente a todo el priismo.

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Casi puntual —arribó a las tres de la tarde con veinte minutos— propició un golpe de efecto. La chispa adecuada para enfebrecer a la masa tricolor que comprendió perfectamente la señal.


Sí, ¡la pinche señal! La que nadie entendió, excepto la conexión sucesor—sucedido.
La pinche señal, sí, fue el lugar de la pachanga: el salón Country Club.
El lugar donde sesionó el Consejo Político Estatal del tricolor, que en febrero de 2004 ungió a Mario Marín como su candidato a la gubernatura.
La señal era lugar.
Y el parto ya ocurrió.
Fue una señal indubitable.

***

Como se había previsto, el Salón Country lució a reventar. Las toneladas de arroz y de carnitas parecían insuficientes para calmar el hambre de poder de los miles de acarreados de todo el estado. Ahí, según anunciaba el orador oficial, se encontraban los 217 alcaldes de la entidad y varias de las organizaciones más variopintas de Puebla, desde la Unión de Mixtecos hasta el Honorable Consejo de Notarios, al frente de cuya delegación iba Carlos Roberto Sánchez Martínez.
Acomodados en secciones concéntricas se sentaron burócratas de todas las dependencias en cientos de mesas montadas, a su vez, por los burócratas de la secretaría de Desarrollo Social que, masivamente, abandonaron su edificio de trabajo antes de la hora permitida.


Y sin embargo, no sólo llegó la perrada.


Ahí, en primera fila, los poderes fácticos, en la mesa principal, la plutocracia generada por el marinismo.
Los empresarios favoritos del sexenio, que con la venia del patrón, organizaron y pagaron la comida de amigos.
Julián Ventosa Aguilera, Ricardo Henaine, Falín Posada, Santiago Bárcena, José González Cobián, Edgar Nava, Antonio Grajales, Leonardo Contreras, Ricardo Urzúa, Alejandro Cruz, José Hannan, Coral Castillo de Cañedo y Pepe Chedraui. La riqueza alimentada por el dinero público que se ve perpetuada gracias al pitazo del amigo que les adelantó, antes que nadie, del hombre que buscará encarnar el proyecto transexenal.


En la mesa principal, también, el maestro Guillermo Pacheco Pulido, viejo zorro experto en transitar de sexenio a sexenio. Incluso Jorge Estefan Chidiac, avalando con su presencia la derrota en la sucesión. Formándose a tiempo en la fila del nuevo rey.


Y sin embargo, hasta antes de la llegada del gobernador, el desprecio del gabinete era evidente. Una especie de veto fáctico a avalar la llegada de su compañero secretario. Al principio de la comida sólo eran visibles el contralor Sánchez Ruiz, Alejandro Montiel y Mario Ayón.


Presente, sí, y desde el inicio, la burocracia del Proyecto Z: Hernández y Genis, Juan de Dios Bravo, Paco Ramos, Rómulo Arredondo, Juan Carlos Lastiri, Vega Rayet, Leobardo Soto, Fernando Morales Martínez. Tan poderosa fue la convocatoria que José Alarcón evidenció sus preferencias a pesar de ocupar la titularidad de Procesos Internos. Y desde algún lugar de ultratumba, se apareció Germán Sierra. También Víctor Giorgana, par del “delfín” a nivel municipal.


Y de pronto, se abrió el mar Muerto y Marín aterrizó en el Country, cargando las Tablas de la Alianza Zavalista. Con él, tomaron sus lugares Enrique Agüera y Othón Bailleres.


Con las dudas disipadas sobre la presencia y aval del mandatario, en tropel empezaron a arribar los rebeldes, e incluso muchos de los que habían jurado que nunca irían a avalar a Zavala.


Intempestivamente apareció por ahí la alcaldesa Alcalá, acompañada por su síndico Román Lazcano. Javier García Ramírez y Gerardo Pérez Salazar, acérrimos críticos al interior del gabinete. Juan Celis de Antorcha Campesina, José Doger Corte, ex titular del Orfise. Carlos Peredo Grau, ex alcalde.


La cereza de la convocatoria se dio en dos momentos: con la llegada discreta de la familia Marín —Mario junior y Fernando— así de como de don Crescencio, padre del gobernador. Y posteriormente de David Villa Issa, el súper poderoso, el hombre de todas las confianzas.


Rocío García Olmedo, diputada monterista, fue la última en llegar. Los que la vieron dijeron que tenía cara de asistir a un funeral.

***Prácticamente toda la clase política tricolor estuvo presente. Pero las ausencias se notaron y se apuntaron. Del gabinete Mario Montero, Valentín Meneses, Javier Sánchez Galicia y Guillermo Deloya. De fuera, Melquíades Morales Flores, Jesús Morales y Enrique Doger. Los dos últimos comieron, solos, en el restaurante La Floridita, despreciando el tequila y las carnitas zavalistas.

***

Mario Marín arribó al Country por una puerta lateral para iniciar el singular y prematuro parto. Inmediatamente, fue convocado a la tribuna para felicitar a Zavala en su “acto eminentemente social”.


Y sí, su parábola sobre el derecho a cosechar surtió los efectos deseados: desatar el frenesí de la cargada, lista solamente para escuchar el “en sus marcas, listos, fueraaaaa!”


Los búfalos tricolores, entonces, enloquecieron.
La fila de la salutación, todos con regalo en mano, se hizo enorme. Después de abrazar a Zavala, el gobernador ya ni siquiera era tomado en cuenta. Muchos ya ni siquiera le ofrecieron su mano, ansiosos de tocar la mano que otorgará el presupuesto en los próximos años.


Las porras de antaño —¡Marín, Marín, Marín!— fueron sustituidas por el nuevo grito de guerra: “Zavala-Zavala, Zavala, gobernador”.


El poder se materializó en sudor, electricidad, euforia.


Después de devorar con avidez su chamorro y engullir tres caballitos de tequila, el gobernador salió escoltado por Julián Ventosa, Guillermo Pacheco Pulido y Javier García Ramírez, nuevamente por una puerta lateral.


Entonces —ya lo era— Zavala quedó dueño de la cancha e inició un largo peregrinar por todo el Salón Country para saludar de mano a todos sus “invitados”. La marea humana adquirió tal magnitud que puso en peligro la vida de Coral Castillo y Bárbara Ganime, cuando la turba derribó mesas y sillas a su paso en aras de cumplir con su anhelo.
Pero la fiesta no había terminado.


Por ahí de las seis de la tarde, el cantante de ex K-paz de la Sierra llegó a animar, y Zavala subió al escenario para entonar con él “Pero te vas arrepentir”, acto que repitió por ahí de las ocho de la noche.


Para entonces, las cazuelas de arroz y carnitas se habían vaciado, y los burócratas de la Sedeso podían retirarse a descansar después de la fiesta del patrón.

***

La señal fue inequívoca. Los más incrédulos terminaron por convencerse de la llegada de un nuevo rey.
O en el mejor de los casos, de la coexistencia de dos Dioses en una única Puebla.
Dos Dioses, algo que por definición contraría la lógica.
Pero ya se sabe que ya el Concilio de Nicea fijó la existencia doctrinal de la Santísima Trinidad: Dios Padre, Dios Hijo y el Espíritu Santo.
¿Por qué en Puebla no tendríamos una Santísima Dualidad?
Sí: son Dios-Marín y Dios-Zavala.

 

 

 

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