Thursday, 25 de April de 2024


Alegato a favor de la guerra sucia (que Agüera y Gali se sigan destrozando)




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En un país de desmemoriados todo es perdonado: desde el aprovechamiento del erario hasta promesas electorales incumplidas. Todo se justifica. Incluso, cuando algún político es evidenciado, se dice que lo agarraron por pendejo y no por ratero. La guerra sucia, así, tiene sus virtudes

Varios lectores, a través de correos electrónicos y redes sociales, hacen varios señalamientos a la columna de ayer sobre la inminente kakistocracia —el gobierno de los peores— que nos amenaza en plena guerra sucia entre Enrique Agüera y Antonio Gali Fayad. El principal de ellos: que las elecciones, precisamente, sirven para conocer a los candidatos y exponerlos al escrutinio ciudadano. Que la exhibición de fortunas, mansiones, bienes y desempeños previos en sus funciones es parte del suplicio al que son sometidos unas cuantas semanas que dura la campaña a cambio de hacerse de enormes prebendas y presupuestos que les da el cargo público.

 

En otras palabras: la guerra sucia, el lanzamiento libre de lodo, lejos de provocar la decepción de los electores, eleva el morbo al máximo y provoca más interés en la contienda. Que siga corriendo la mierda, pues.

 

Otro argumento pro guerra sucia: las campañas electorales son una vacilada porque en México, a diferencia de otros países, las promesas son gratis. Los políticos que llegan al poder no tienen ninguna obligación de cumplirlas. Si los medios de comunicación no exhiben los pecados de los candidatos, las campañas no sirven de nada y se vuelven aburridas porque nadie quiere escuchar promesas que nunca se van a cumplir. El único incentivo que tienen los ganadores es medio cumplir para escalar a otra posición. Pero como en nuestro sistema político no hay reelección inmediata, a nadie le interesa cumplir su palabra.

 

En ambos argumentos hay una alta dosis de cinismo, pero no puedo dejar de reconocer que también tiene su parte de realismo. Sólo en la cultura política mexicana el pasado de un candidato, las más de las veces, no le pasa factura. En un país de desmemoriados todo es perdonado: desde el aprovechamiento del erario hasta promesas electorales incumplidas. Todo se justifica. Incluso, cuando algún político es evidenciado, se dice que lo agarraron por pendejo y no por ratero.

 

La guerra sucia, así, tiene sus virtudes porque nos permite, en tiempos electorales, profundizar en todo aquello que los políticos se guardan unos a otros como buenos cómplices.

 

Pongo como ejemplo a Enrique Agüera: a lo largo de los dos primeros años del morenovallismo, pocos fueron los elogios que le lanzaron quienes hoy lo crucifican. Que si era el mejor rector de todos los tiempos en la BUAP, que si sus obras no tenían igual, que había cumplido con las expectativas de darle prestigio académico. No había inauguración o evento de Moreno Valle al que no fuera convocado.

 

Pero en cuestión de días Enrique Agüera se volvió el diablo hecho persona: que si robó a manos llenas, que tiene un enriquecimiento inexplicable, que su mamá e hijas son sus prestanombres, que si no se atreve a publicar su verdadera declaración patrimonial es por miedo a un escandalazo, que si toda la obra pública se la dio a su amigo López Chargoy sin licitaciones de por medio, que su vida de excesos. Vaya, el peor rector de la historia en la BUAP.

 

Total, ¿quién los entiende? Antes el mejor, ahora el peor. La única diferencia es que antes era aliado del régimen morenovallista y ahora es su rival.

 

Lo mismo pasa con Antonio Gali. Conocido por su carácter bonachón, su don de gentes y afición a la cantada, en estos meses descubrimos que su fortuna alcanza los 77 millones de pesos y que es uno de los políticos más ricos de México. También que tiene un carácter explosivo que sus hijos heredaron —viernes negro en la Udlap—, que la fábrica textil de sus antepasados quebró hace unos años y que su residencia en La Vista costó 15 millones de pesos. Hasta ahora, pocas cosas graves, pero sí interesantes.

 

Piden los lectores que la guerra sucia para que nuestros políticos se encueren y den show al electorado. Que seguramente todavía hay tela para cortar y no hemos visto todo porque de ambos lados todavía hay misiles que esperan el momento correcto para ser lanzados.

 

Lo único que parece salvarse, hasta el momento, es el éxito como funcionario que ambos tuvieron en sus encargos. Como secretario de Infraestructura desarrolló sin retrasos ni sobreprecios el ambicioso plan de obras del morenovallismo, así como Agüera en sus ocho años de rectorado colocó a la BUAP como la universidad 77 en el ranking de las 300 más importantes de América Latina. ¿O también eso será puesto en duda?

 

¿Y entonces en qué lugar quedan las propuestas de campaña? ¿En verdad son discursos fantasiosos que no van a ser cumplidos por la simple y sencilla razón de que nadie lo exige? ¿Qué, terminado el periodo electoral, cada quien regresa a su vida normal mientras los políticos y sus grupos de interés se dedican a repartir el botín obtenido, así como a explotar el erario los siguientes tres o seis años?

 

Políticos cínicos, al parecer, han engendrado a electores cínicos. Entonces, que siga la guerra sucia y esperamos los próximos capítulos.



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