Thursday, 28 de March de 2024


Peña Nieto y el gazapo propio como estilo de gobierno




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El PRI de Peña Nieto tiene un estilo personal de gobernar. Una constante en su paso por el Estado de México y en la campaña: el gazapo propio. Causan más daño los errores internos y dislates protagonizados por el mexiquense que los que le infligen sus sumisos opositores  

 

Confrontado con la realidad, el gobierno federal de Enrique Peña Nieto se desplomó con estrépito en su primera crisis. La explosión del complejo B2 en la torre de Pemex, en la que murieron 37 mexicanos que ni la debían ni la temían —entre ellos dos poblanos— sacó al gabinete de su zona de confort y evidenció que los funcionarios estrella ni son tan buenos, ni son tan eficientes como se habían vendido en los dos primeros meses del sexenio. Peor aún, evidenció el humor macabro del procurador general de la República, quien pretendió bromear en horas graves, y la tendencia a la dispersión del presidente que unas horas después de la explosión se fue a pasar el asueto a Punta Mita para quitarse de encima la tristeza por el duelo nacional de tres días.

 

 

En un país incrédulo a las versiones oficiales, nadie se cree la explicación de Jesús Murillo Karam de la “súbita concentración de gas” como hecho causal de la explosión. O sea, para el titular de la PGR nadie tiene la culpa ni es responsable de un accidente mortal. Y en eso se iguala a los panistas, que tampoco vio culpables en los accidentes fatales de Ramón Huerta, Juan Camilo Mouriño y José Francisco Blake. Como tampoco los hubo en la explosión de ductos de Pemex que en San Martín Texmelucan costó la vida de 30 poblanos. El PRI, pues, reedita la versión del México en el que no pasa nada.

 

 

Pero sí pasa. Emilio Lozoya Austin evidenció su novatez como director del monstruo que es la paraestatal: ni ató ni desató. El exdirectivo de OHL, perdido en el sudeste asiático, a donde viajó sin motivo aparente, estuvo de regreso cuando lo peor había pasado. Apenas mandó un tuit en el que calificó de héroes a los trabajadores de Pemex. El todopoderoso Miguel Ángel Osorio Chong exhibió que no deja de ser el gobernador de Hidalgo que pasó por su entidad ni con pena ni con gloria. Presente en los trabajos de rescate, tuvo oportunidad en la desgracia, pero nada más.

 

 

En julio de 2012, 19 millones de mexicanos votaron el regreso de la corrupción del PRI, pero también el regreso de su eficacia en la gestión de lo público. Lo primero está en marcha, pero en lo segundo el mito sufre un abollón. Pemex ha sido y será el símbolo de la disfunción en la gestión del tesoro público. Un monstruo de mil cabezas concentrado en un monopolio que está presente a lo largo y ancho del país en ductos, gasoductos, gasolineras, pipas, refinerías, complejos petroquímicos, pozos de extracción, refinería secundaria, plataformas, buques y helicópteros. Nada está a salvo de Pemex, pero tampoco nadie. Sus accidentes y omisiones son fatales para las personas y el medio ambiente.

 

 

El sospechosismo crece porque no es la primera vez, ni la última, que la paraestatal tiene responsabilidad en explosiones y accidentes ambientales que a toda costa trata de ocultar. Ocurrió en San Juanico en los ochenta, en Guadalajara en los noventa, en las plataformas de Campeche, en los ductos de San Martín Texmelucan, en los derrames de la Sierra Norte en Chicontepec y ahora en el edificio B2 de su complejo administrativo. Pero nunca nadie tiene la culpa.

 

 

Pemex, emblema de la corrupción y de la ineficiencia, el monopolio creado por el PRI vuelve a ser su piedra de toque. O como escribió el brillante John Harlin en su artículo “Sombreros mexicanos” para El País, asemejando la corrupción en España con la de México: la historia de siempre, en tiempos de crisis o en tiempos de boom.

 

 

La comunicación social del gobierno federal también falló estrepitosamente. La orden que ha salido de la oficina de David López Gutiérrez es silencio total, y la única herramienta de información es la cuenta de Twitter de Peña Nieto, así como la filtración a los medios elegidos. La serie de contradicciones sería cómica si no fuera dramática. Que no hubo rastros de fuego, pero siempre sí. Que no había huellas de atentados, pero en corto a muchos periodistas les dijeron que sí. Que no fue gas, pero al final sí fue gas, pero no se sabe ni de qué tipo, ni cómo llegó ahí, ni cuál fue la causa real.

 

 

Tampoco debería sorprendernos: el PRI de Peña Nieto tiene un estilo personal de gobernar. Una constante en su paso por el Estado de México y en la campaña: el gazapo propio. Causan más daño los errores internos y dislates protagonizados por el mexiquense que los que le infligen sus sumisos opositores adheridos en el Pacto por México.

 

 

Visto así, ineficiente y torpe, el Goliat de la Federación ya causa menos miedo rumbo a los comicios intermedios en 14 entidades. El Ogro Filantrópico sigue siendo ogro: lento, torpe, difícil para comunicar, elefantiásico. Pemex derrumbó el mito genial de la eficiencia del PRI en apenas dos meses. Duró más tiempo del que habíamos calculado.

 

 

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