Thursday, 18 de April de 2024


Hoguera de las Vanidades entre los hijos del Yunque




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Los hijos del Yunque se han fagocitado entre ellos mismos en un cruce de historias que incluye deslealtades, envidias, traiciones y ambiciones. Cualquier argumento de Yolanda Vargas Dulché en Lágrimas y Risas apenas alcanzaría a reflejar el cortocircuito que existe entre los “Príncipes” de la organización.

Aquellos que pronostican un enfrentamiento inminente entre el Yunque y el morenovallismo, el reinicio de las fricciones entre las facciones dominantes de Acción Nacional, quizá deberían revisar sus previsiones. O quizá contrastar sus fuentes. Al elegir a Pablo Rodríguez Regordosa como próximo dirigente municipal del partido en sustitución de Gerardo Maldonado Balvanera, los acuerdos firmados entre el gobernador Moreno Valle y la organización continúan sin conflictos. ¿Por qué? Porque el ex titular de Secotrade si bien forma parte del morenovallismo, es un miembro distinguido del Yunque que cuidará sus intereses en la recta final del sexenio, pero sobre todo en el movido 2016. Tan conformes están los patronos de la organización que ya han expresado su beneplácito a través del dirigente estatal Rafael Micalco. ¿Cuál guerra? En todo el proceso hay solamente un inconforme: el alcalde que se extingue, Eduardo Rivera, que empuja y puja por colocar a un incondicional, pero sin resultados.

 

 

Así, en el PAN se ha abierto una brecha: por un lado la agenda de intereses del Yunque, y por otro, la agenda personal de supervivencia de Eduardo Rivera Pérez, quien ve venir el desierto y busca colocarse para sobrevivir. El problema del alcalde es que ya no tiene asideros, pues comienza a pagar los costos de su propio éxito. O soberbia. En otras palabras, lo que antes era un grupo unido entre Lalo, Rafael Micalco y Pablo Rodríguez, ahora es una guerra abierta entre ellos. El amor no sólo sale por la ventana cuando el hambre entra por la puerta, sino también el éxito. Entre los hijos del Yunque hay una verdadera hoguera de vanidades de la que Moreno Valle no forma parte, ni quiere o necesita tomar bando.

 

 

Los hijos del Yunque se han fagocitado entre ellos mismos en un cruce de historias que incluye deslealtades, envidias, traiciones y ambiciones. Cualquier argumento de Yolanda Vargas Dulché en Lágrimas y Risas apenas alcanzaría a reflejar el cortocircuito que existe entre los “Príncipes” de la organización.

 

 

En el principio, era Pablo Rodríguez la única estrella del firmamento panista, heredero del patrimonio yunquista. Debajo de él venía un plebeyo toluqueño, estudiante regular de la UPAEP pero con muchas de las cualidades que aprecia la organización. Eduardo Rivera vendría a ser algo así como la cultura del esfuerzo en el tricolor. Y todavía debajo de Lalo Rivera venía Rafael Micalco, a quien muchos se solazaban en llamar el “chofer de Lalo”. Los tres participaron en la campaña a la alcaldía de Ana Teresa Aranda en los tempranos noventa y arrancaron su carera. Pero ese era el orden natural de las cosas: Pablo, Lalo y Micalco.

 

 

La estrella rutilante de Pablo Rodríguez alcanzó su punto de inflexión en 2004 cuando compitió por la alcaldía de Puebla y perdió ante Enrique Doger. En sus horas bajas, el plebeyo Lalo Rivera se encumbró como dirigente estatal del PAN, siempre asociado y protegido por Rafael Micalco. Luego de un breve exilio en España para estudiar una maestría, Rivera Pérez regresó a Puebla en 2007 para asumir una diputación plurinominal que, ya en su calidad de dirigente estatal, le cuidó diligentemente Rafael Micalco.

 

 

Pero luego Lalo le jugó chueco a Rafa Micalco en 2010, a quien no le respetó un lugar en la lista plurinominal de Compromiso por Puebla. Micalco, lastrado por un accidente automovilístico y limitado por el pacto Espino-Marín, había perdido la elección intermedia de 2007 de forma amarga. Su antigua sociedad con Rivera de poco funcionó: primero fue obligado a dejar la dirigencia para entregarla a Juan Carlos Mondragón. Luego Lalo maniobró para que no le dieran la plurinominal. Ya que ganó la alcaldía, nunca lo invitó a trabajar con él.

 

 

Las pasó duras y maduras hasta que Javier Lozano Alarcón lo hizo delegado de la Secretaría del Trabajo. Luego la suerte le sonrió: el PAN nacional lo reconoció con una diputación federal, y en la crisis de la Ley Antiyunque se convirtió en el personaje confiable para ambos bandos y asumió de nueva cuenta la dirigencia estatal que coronó con la gran victoria de 2013. Pero el daño que Lalo Rivera le hizo está anotado.

 

 

Pablo Rodríguez, por su parte, fue superado por el plebeyo cuando éste sí pudo ganar la alcaldía de Puebla. Desde entonces, la soberbia de Lalo hizo que se fueran alejando más y más. Rodríguez Regordosa consumó su alianza con Moreno Valle: ingresó al gobierno estatal como titular de la Secotrade y su nombre ya quedó grabado en la historia de la entidad gracias a Audi. Ahora consiguió una diputación local y se prepara para asumir el Comité Municipal. Nunca ha renegado, ni renegará del Yunque, pero es un aliado inamovible del gobernador.

 

 

De esta forma, la crisis política es de Eduardo Rivera, no del Yunque. Paga sus traiciones, su soberbia. Aunque Micalco no es su enemigo, ya no es su aliado. No tiene cabida en el Comité estatal. De consumarse el arribo de Pablo Rodríguez, tampoco lo tendrá en el municipal —quien se dedicará a construir su propia estructura para disputar en 2018 la candidatura a la alcaldía—.

 

 

Suele pasar: los problemas del Yunque ya no son los problemas de Lalo Rivera.

 

 

 

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