Thursday, 25 de April de 2024


Adiós al “feuderalismo”, hola a la centralización




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Lo más sorprendente es que en este proceso de recentralización, los gobernadores permanecen mudos. Se mueven en los drenajes de la política mexicana, ahí se quejan, pero hasta el momento ninguno ha hecho una declaración a favor del federalismo. Quizá en el fondo no les disguste tanto la idea de volver a los brazos de la Federación

La reconstrucción de la pirámide política en la que el presidente es el jefe máximo de la nación pasa por reiniciar el proceso de centralización de decisiones y recursos en un nuevo movimiento del péndulo que marca la historia nacional: federalismo vs centralismo. Aunque las constituciones de 1824, 1857 y 1917 señalan expresamente que México es un estado federal, en los hechos la impronta dominante es la centralización. Discurso contra realidad. El triunfo del PAN en las elecciones presidenciales abrió un espacio de federalismo que al final se convirtió en feuderalismo, según la expresión acuñada por Héctor Aguilar Camín, y que duró del 2000 al 2012: gobernadores-señores feudales que terminaron dilapidando y endeudando las arcas públicas, señores de horca y cuchillo que negociaron con el crimen organizado, perdieron el control de sus territorios y asumieron el control político para detener los procesos de transición democrática. Con Peña Nieto, todo indica que el feuderalismo llegó a su fin.

 

 

Los gobernadores se preparan para perder casi todas las prebendas que ganaron entre 2000 y 2012, especialmente las referentes al uso indiscriminado del erario. Varios de los movimientos del tricolor, en su regreso a Los Pinos, se dirigen a desarmar el poder de los gobernadores, y la dedicatoria va dirigida especialmente a los del PRI, un poderoso sindicato de 21 mandatarios estatales que dudaban en apoyar a Peña Nieto ya que su victoria implicaría asumir que se convertiría en el nuevo jefe máximo del partido. La hora les llegó.

 

 

En el conjunto de medidas que implican el regreso al centralismo y la caída del feuderalismo destaca la creación del Instituto Nacional de Elecciones que se encargará de sustituir al IFE y a los 32 órganos electorales locales, centralizando la función de organizar las elecciones de presidentes, gobernadores, alcaldes, diputados locales, así como de los integrantes del Congreso de la Unión. Para ello, deberán abrogarse todas las legislaciones electorales para sustituirlas por un código único. Además, también desaparecerán los 32 tribunales electorales y el TEPJF asumirá todos los juicios. Es decir, los partidos políticos van a construir un monstruo, aunque nada garantice que los comicios sean más baratos. Más dinero a la partidocracia.

 

 

La creación del INE tiene como objetivo erosionar el poder de los gobernadores en su entorno local, atentos a que los organismos locales respondan a sus intereses y, por tanto, dejan pasar todas sus trapacerías. Los principales afectados serán los 21 gobernadores del tricolor quienes perderán el control de sus sucesiones.

 

 

Como lo explicamos en una ocasión anterior, la recomposición del magisterio ha tenido como objetivo el retorno de las 60 secciones sindicales del SNTE al control de la SEP federal para que dejen de responder a los intereses de los gobernadores. La reforma educativa, entendido como una modificación de la relación laboral entre el Estado y los maestros, le da forma al establecer el catálogo único de docentes a través del censo de plazas y escuelas. La pinza se cierra con la centralización del FAEB para que sea la Federación quien pague a los maestros y las tesorerías estatales reciban solamente de forma contable ese dinero, pero no podrán disponer de él.

 

 

El movimiento del péndulo que se mueve del feuderalismo a la centralización incluso se observa en la inminente aprobación del Código Penal Único, luego de la promulgación de la reforma constitucional que le da al Congreso de la Unión esa atribución. Con ese Código Único van a desaparecer los código procesales estatales, se uniformarán plazos y fases de la investigación, pero no habrá mecanismos regionales para afrontar la delincuencia ni enfoques específicos.

 

 

Al final, el federalismo es una forma de Estado que permite convivir las diferentes regiones de un país para aglutinarlas en una sola nación. Por supuesto que la Federación es más fuerte que los estados, pero son las distintas vocaciones regionales las que permiten constituir la policromía del paisaje nacional. Sin embargo, nuestro federalismo es siempre desequilibrado al grado de terminar en un feuderalismo como el que se vivió entre 2000 y 2012 con gobernadores fuera de control. Pero también el centralismo es desequilibrado y su mejor paradigma es el monstruo del Distrito Federal. Su expresión política es el presidencialismo: jefe máximo, cúspide de la pirámide, único factor de decisión. ¿Un monarca a cambio de 32 señores feudales?

 

 

Lo más sorprendente es que en este proceso de recentralización, los gobernadores permanecen mudos. Se mueven en los drenajes de la política mexicana, ahí se quejan, pero hasta el momento ninguno ha hecho una declaración a favor del federalismo. Quizá en el fondo no les disguste tanto la idea de volver a los brazos de la Federación ante la multitud de problemas que los aquejan y no atinan a resolver: si no es el crimen organizado son los desastres naturales y si no los maestros. Total, en los últimos 12 años sus presupuestos crecieron arriba del 200 o 300 por ciento, así como las transferencias federales. Quizá en este momento ya no sea cuestión de ganar sino de no perder.

 

 

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