Thursday, 28 de March de 2024


¿Peña Nieto sacrificó su primer año a cambio de engañar al PAN-PRD?




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La segunda vuelta de la elección presidencial salió de la agenda por la absoluta renuencia del PRI a discutirlo. En otras palabras, el tricolor se negó a conceder lo único que en verdad hubiera valido la pena de tal reforma. Es decir, la posibilidad de formar megacoaliciones de facto, como las poblanas de 2010 y 2013, para enfrenar en bloque al candidato presidencial del PRI

Cargando sobre sus espaldas el mayor desastre en percepción del desempeño presidencial desde que la opinión pública lo registra, Enrique Peña Nieto llega a su primer año en el gobierno con un “excelente” en el rubro de estrategia política para sacar adelante el ciclo de reformas. Con poco más de una quincena para culminar el periodo ordinario de sesiones del Congreso en pos de la reforma energética, el equipo presidencial se apunta un éxito inobjetable al sacar de las negociaciones con PAN y PRD lo único que no estaba dispuesto a entregar a cambio de las modificaciones constitucionales para permitir la inversión privada en el sector energético: la segunda vuelta en las elecciones presidenciales. Después de eso, todo puede ser concedido en el marco de la reforma político-electoral que negocian como moneda de cambio a la energética.

 

 

En efecto, el diputado perredista Alejandro Encinas, uno de los negociadores de la reforma política por el PRD, aceptó que la segunda vuelta de la elección presidencial salió de la agenda por la absoluta renuencia del PRI a discutirlo. En otras palabras, el tricolor se negó a conceder lo único que en verdad hubiera valido la pena de tal reforma. Es decir, la posibilidad de formar megacoaliciones de facto, como las poblanas de 2010 y 2013, para enfrentar en bloque al candidato presidencial del PRI. El temor es fundado, ya que el PRI en 2018 —fuera con Luis Videgaray o con Miguel Ángel Osorio Chong— tendría pocas posibilidades ante un bloque PAN-PRD-Morena. Por eso la segunda vuelta es innegociable, ni siquiera para los gobiernos de los estados.

 

 

Fuera de esa petición, todo puede ser concedido, como la reelección de alcaldes y legisladores federales: los diputados podrán hacerlo dos veces y los senadores una. La creación del Instituto Nacional de Elecciones (INE) que sustituiría al IFE y pondría bajo su control a los órganos electorales locales, además de una facultad de atracción de elecciones locales controvertidas. El rebase de los topes de campaña como causal efectiva de la anulación de los comicios. El crecimiento del umbral límite de votación para mantener el registro de los partidos del 2 al 3 por ciento. Finalmente, que la Suprema Corte de Justicia pueda elegir a los consejeros del INE por insaculación si en San Lázaro los partidos no se ponen de acuerdo. En una de esas, el PRI también le regala al PAN-PRD la autonomía constitucional de la PGR.

 

 

La dupla ambidiestra PAN-PRD se da por bien servida con todas esas concesiones, aunque no les den la segunda vuelta, pero un solo punto muy negociable complica el epílogo del acuerdo: ellos quieren que la reelección aplique a partir de 2018 para que los actuales legisladores puedan mantenerse hasta el 2024. Pero el PRI quiere que se aplique hasta 2024 para que se pudieran sostener, imagínese, hasta el 2036. Una locura.

 

 

PAN-PRD deben andarse con cuidado porque caminan bajo hielo muy quebradizo, y en unas de esas, pueden acabar dando hasta los calzones en pos de un escenario poco realista. Es decir, además de cerrar la posibilidad de crear megacoaliciones, incluso podrían darle herramientas para que el PRI, de manera legal y legítima, sostenga una hegemonía que dure por lo menos hasta el 2036 sin posibilidades de romperla, en caso de que la elección arranque a partir de 2024. ¿Qué pasara si ese Congreso de la Unión tiene una marcada mayoría priista que podría sostener hasta ese lejanísimo 2036?

 

 

El PRI de Peña Nieto está reprobadísimo en gestión de la economía, así como en gobernabilidad y seguridad pública. Pero su estrategia de mantener atados a sus rivales del PAN-PRD en el Pacto por México, su capacidad para mantener divididos internamente a los militantes de esos partidos, le da un sobresaliente a su estrategia política, cuyo pináculo más alto es la reforma hacendaria —aprobada en complicidad con el PRD— que les dio muchísimo dinero para comprar lealtades, como el Profeproa de 5 mil millones de pesos con el SNTE.

 

 

Su otro pináculo será la aprobación de la reforma energética en que, por primera vez desde 1938, abrirá el candado para la inversión privada en el sector energético, lo que traerá nuevamente al país las grandes petroleras del mundo con la capacidad de corromper a políticos locales, destruir el medio ambiente, apropiarse de la producción y hacernos perder la soberanía energética. Al PAN le van a conceder lo que más desea: no quiere los contratos de utilidad compartida, sino de producción compartida. Es decir, que las petroleras sean dueñas del petróleo y no del dinero generado por su venta. Aunque se prevé un órgano regulador que, en completa opacidad, decidirá qué tipo de contrato se firma.

 

 

Quizá tienen razón aquellos que dicen que Peña Nieto sacrificó su primer año de gobierno a cambio de someter a PAN y PRD a su ciclo de reformas que le darán muchísimo dinero, margen de operación política y roce internacional, para que a partir del 1 de enero de 2014 salga disparado a reconstruir su vapuleada imagen que apenas llega al 50 por ciento de calificación. Entonces, el Pacto por México saltará por los aires ya que la nueva misión será que el PRI gane en 2015 todas las gubernaturas y la mayoría en San Lázaro para asaltar en 2018 con éxito su continuidad en Los Pinos. Si esta misión tiene éxito, es porque PAN y PRD le dieron todas las armas al mexiquense para competir con ventaja insultante.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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