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Los mexicanos amamos la mano dura.
El orden en la fila del reparto del poder dictada por el Jefe Máximo.
El Índice Supremo que indica el rumbo, los cuándos y los porqués.
La nostalgia por esa mano dura hizo que los mexicanos se entregaran al PRI de nueva cuenta en 2012.
Y aplauden rabiosamente cada vez que el Índice Flamígero de Peña Nieto imparte justicia.
Que si ahora vamos contra Elba Esther, vamos claro, aplaudimos en rebaño.
Que si ahora le toca a Slim y mañana a Azcárraga Jean y Salinas Pliego, felicidades.
Entre aplauso y aplauso, el Edificio Histórico del Ogro Filantrópico se reconstruye con precisión salinista.
La gestión del poder diluido, la competencia de poderes fácticos, la inacción del panismo, el monopolio quebrado de la coacción, quedaron atrás.
Enrique Peña Nieto, utilizando todos los instrumentos del poder a su disposición, restaura el Antiguo Régimen del siglo XX en pleno siglo XXI.
Un experimento político fascinante por su capacidad para sacudirse aliados incómodos.
No un tecnócrata, no es un ideólogo y tampoco corre por sus venas la sangre revolucionaria.
Con su pragmatismo a cuestas, el Nuevo Jefe Máximo toma todo lo que le sirve, imbuye miedo en los actores potenciales de disputa y sólo otorga premios a sus incondicionales.
El Pacto por México es la rendición, en los hechos, del PAN y del PRD a su papel opositor.
¿Cómo diseñó magistralmente el nuevo equilibrio de las fuerzas políticas?
Atrayendo al principal partido de izquierda para no caer en el chantaje de la derecha, como le ocurrió a Salinas.
El Elbazo le generó un aplauso unánime, en parte porque Elba Esther Gordillo es símbolo máximo de la corrupción sindical.
Sin embargo, apenas se trata de un ajuste de cuentas al interior del sistema.
Peña Nieto castigó a Elba Esther no por su apropiación del sistema educativo, sino por su traición triple al PRI.
Lo hizo en 2000 cuando subterráneamente apoyó a Vicente Fox para enterrar a Francisco Labastida.
Lo hizo en 2005, cuando creó su propio partido político y le quitó al tricolor el apoyo de los maestros.
Y lo hizo en 2006 cuando defenestró a Roberto Madrazo, integró gobernadores priistas al calderonismo y provocó que varios cuadros valiosos —entre ellos Moreno Valle— renunciaran al partidazo.
Delitos de alta traiciónque no fueron perdonados.
Ahora los mexicanos aplauden a rabiar a la iniciativa en telecomunicaciones que limita el poder de Carlos Slim y del duopolio Televisa-Tv Azteca.
Al hombre más rico del mundo le partirán en varias porciones su emporio.
A Azcárraga Jean y Salinas Pliego les crearán competencia con dos nuevas cadenas televisivas.
El resto del sector telecomunicaciones se ve amenazado porque ahora se permite 100 por ciento de inversión extranjera.
Irritados, ni Slim ni el dueño de Tv Azteca fijaron posturas.
El hijo del Tigre, temeroso, apoyó la iniciativa desde su Twitter.
A 100 días de gobierno, a Peña Nieto parece que nada le es imposible.
A una orden suya, el Golfo de México se partirá en dos para dejarlo caminar por en medio.
El crimen organizado sigue haciendo de las suyas, pero falta poco para ponerlos en orden.
En 100 días, según la leyenda que cuentan prácticamente todos los medios, un país a la deriva ya tiene dirección.
Un México sumido en la anarquía encuentra orden.
Una nación sin oportunidades de desarrollo ya encuentra vías estratégicas en las telecomunicaciones, la privatización de Pemex y la “reforma fiscal integral” que incluye IVA generalizado a alimentos y medicinas.
Una sociedad que navegó a la deriva durante 12 años hoy se reconstruye con la dirección del nuevo PRI.
México, pues, se mueve, porque los nuevos tricolores no vienen a administrar sino a renovar.
Todo suena de lujo.
Excepto que nuestro amor a la mano dura, la nostalgia por la disciplina tricolor, hace retroceder la transición democrática a su origen.
Una vuelta atrás a los relojes de los años setenta y ochenta del siglo pasado.
Cuando los presidentes de esa época, Echeverría, López Portillo, De la Madrid, Salinas, gozaban de los mismos atributos que hoy goza Peña Nieto.
Infalibilidad.
Visión histórica.
Liderazgo.
La leyenda del Jefe Máximo renace.
La primera duró 70 años.
¿Cuánto durará la segunda versión?