La tecnocracia encabezada por Carlos Salinas de Gortari, llegó con él mismo en la Presidencia de la República.
Con él se inició el proceso de demolición de la Revolución Mexicana y su proyecto social.
Esos jóvenes encabezados por Salinas, salidos con doctorados de las mejores universidades gringas, principalmente la ya famosa en México Universidad de Harvard, se apartaron del nacionalismo revolucionario que enarbolaba el PRI e impusieron el modelo económico denominado “Neoliberalismo”, impuesto por Estados Unidos e Inglaterra, a todos los países que formaban parte de su imperio (México desde luego).
Sin conocimiento a fondo de nuestra historia patria y con un sentido de modernidad que les impusieron del otro lado del río Bravo, los tecnócratas salinistas empezaron por borrar la conciencia histórica de los mexicanos. En los discursos de las ceremonias cívicas, dejaron de mencionarse los nombres de nuestros héroes y el discurso oficial empezó a girar sobre los “grandes logros alcanzados por la tecnocracia en la economía nacional y por la prédica sobre las virtudes del “libre comercio”.
La salvación del país, según la propuesta de los tecnócratas salvadores, estaba en la inversión extranjera, esa inversión que sólo buscaba mano de obra barata; en el abandono del campo, para iniciar la importación de los granos básicos para la alimentación en nuestro país, pues nosotros, pobres tercermundistas, no conocíamos las técnicas más avanzadas de la agricultura y la ganadería, pero producíamos lo que comíamos. Pero según ellos, debíamos cambiar cultivos para producir verduras, hortalizas y frutas sólo de exportación.
Casi todas las “maquiladoras” que se abrieron durante los regímenes tecnocráticos, donde se pagaba el salario mínimo, el más bajo del mundo y no se otorgaba seguridad social a los trabajadores, se cerraron en poco tiempo.
La producción agropecuaria se desplomó y hubo una crisis, la del 95, que nos dejó en la ruina.
El peso mexicano llegó a su más baja cotización y de repente todos fuimos millonarios, pues nuestros billetes casi no tenían valor.
Cuando los panistas llegaron al poder, el proceso de destrucción de la obra de los gobiernos revolucionarios, estaba en todo su apogeo. En tiempos de Carlos Salinas, llegó a pensarse en crear un nuevo partido en sustitución del PRI, que se llamaría “Solidaridad”. La destrucción del PRI, empezó por la destrucción de su sector más dinámico y mejor capacitado para el ejercicio del poder, la CNOP, que agrupaba a las llamadas clases medias y clases medias populares. Ahí estaban los maestros, los profesionistas universitarios, los trabajadores del Seguro Social, los trabajadores del gobierno federal, los comerciantes, los pequeños y medianos industriales, en fin, el sector más dinámico social y políticamente hablando.
El descontento dentro del PRI llegó a tal grado, que la tecnocracia tuvo que entregarel poder al PAN, para continuar su programa de destrucción de la obra revolucionaria.
El PRI se había convertido en un partido de derecha. Incluso el llamado “Jefe Diego”, consentido de Salinas, afirmó en forma categórica, que el proyecto neoliberal de Salinas, era un proyecto que se le había robado al PAN.
Los priistas, sin capacitación ideológica, ya sin sentido nacionalista y revolucionario, y confundidos por el comportamiento de los altos dirigentes y funcionarios de su partido, además de educados políticamente en el acatamiento de órdenes sin discutir, a lo que llamaban “institucionalidad”, no se atrevieron a protestar y cuando el PAN llegó al poder, buscaron acomodo en el equipo de los nuevos amos.
Cuando los priistas empezaron a cambiar de camiseta sin el mayor remordimiento, vino la debacle total, no sólo del PRI, sino de todos los partidos.
El PAN en el poder, como ya dijimos, dio muestras de ser tan corrupto o más que el PRI y más ineficiente en el ejercicio del poder que los priistas.
Ideológicamente PRI y PAN llegaron a confundirse: la inversión extranjera, la entrega de nuestros recursos a los de fuera, las privatizaciones de ferrocarriles, autopistas, puertos, aeropuertos y de todo lo demás, aunado a las concesiones mineras de Calderón que han permitido a las empresas canadienses y gringas la extracción en diez años de lo que los españoles extrajeron en 300 años de Colonia, ha sido el resultado de ese cambio en nuestra política económica y social.
Ha aumentado el número de pobres, el desempleo, la inversión extranjera, la salida de mexicanos hacia los Estados Unidos en busca de trabajo. Ha disminuido nuestro crecimiento económico que llegó a ser recesivo en tiempos de Calderón, en fin, hemos caído en el desastre nacional.
La culpa de los priistas ha sido el no oponerse a esa destrucción sistemática del sistema político y social que ellos mismos habían creado.
Las cosas podían haberse recompuesto, combatiendo en serio a la corrupción, impulsando nuestra agricultura, ganadería y pesca; apoyando al desarrollo industrial que ya teníamos, aunque incipiente, y manteniendo una política internacional basada en el respeto mutuo, con todos los países del mundo y en la cooperación para el desarrollo, como lo fue en un tiempo, hasta que llegaron los panistas para embroncarse con los países que no tuvieran una inclinación a la derecha, sin que los diputados y senadores priistas hicieran algo para impedirlo.
El PRI perdió, en los 12 años que estuvo fuera del poder federal, la mayor parte de su estructura y su organización. No hizo nada por fortalecer la convicción ideológica liberal y nacionalista de sus militantes; no hizo nada por formar cuadros capaces y honestos para el servicio público, como es obligación de todos los partidos, en fin, simplemente dejó que los electores vieran que con todo y sus enormes defectos, el PRI era el “menos peor” de todos los demás partidos.
Pero a su regreso al gobierno federal, los priistas dan muestras de torpeza, de pérdida de forma para ejercer nuevamente el poder. Ya ni siquiera saben defenderse de sus opositores que les echan la culpa de todo, hasta de los muertos y desaparecidos de los tiempos del Calderonato.
Esa crisis de los partidos políticos mexicanos, es la principal causa de la debacle del país.
Si los partidos no se recomponen internamente, no veremos una lucecita al final del túnel.
En un sistema democrático partidista, como el nuestro, los partidos tienen una gran responsabilidad en lo bien o en lo mal que se lleve un gobierno. Además, los partidos políticos mexicanos, son sostenidos con dineros públicos y su costo es el más elevado del mundo y sus resultados, los más pobres del mundo. ¿Es justo eso?