Historias de traición en la Corte


Crónica


También lo dicta la naturaleza humana: el que traiciona una vez, traiciona siempre. Sobre ambos pilares se escribió la desgracia de Lydia Cacho, quien no necesitó de una última cena para ser apuñalada dos veces en el mismo día


Arturo Rueda

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Es la naturaleza humana: en la lucha de justicia contre el poder, siempre vence éste último.


También lo dicta la naturaleza humana: el que traiciona una vez, traiciona siempre.


Sobre ambos pilares se escribió la desgracia de Lydia Cacho, quien no necesitó de una última cena para ser apuñalada dos veces en el mismo día.


La jornada inicio con una sorpresa para propios y extraños: nadie cercano al entorno de la periodista se presentó en el Salón de Plenos. Ni ella misma, su pareja Jorge Zepeda Patterson, o el abogado Xavier Olea. Tampoco ninguno de sus hijos. Antes de que empezaran los lanzamientos de penalties, abandonaron el campo de batalla.


No fue casual: los Olea argumentaron que se trataba de una estrategia. Que las cosas iban también que no necesitaban ir.


¿Helloooooooooo?


Es un truco muy gastado en el medio abogadil. El asunto camina tan bien que no hay necesidad de que el defendido esté al pendiente, mientras el abogado patrono negocia con la contraparte.


Muy conveniente la ausencia de Lydia Cacho para el marinismo. En su ausencia, los abogados del gobernador poblano se adueñaron de la plaza. Vestidos de luces, con la seguridad de que sus rivales huyeron despavoridos, Alonso Aguilar Zínser y Fabián Aguinaco Bravo intercambiaban miradas cómplices con la Tonina Aguirre Anguiano. Sentados detrás de ellos, como aprendiéndoles, Ricardo Velázquez Cruz atendía sus dos teléfonos al mismo tiempo.


Comenzada la sesión se aparecieron a husmear el Mosco Díaz García y Memo Velásquez, diputados federales del PAN que atestiguaron la masacre.


El presidente de la Corte tenía prisa. Nada de discusiones bizantinas. Un cuestionario de cuatro puntos para resolver el tema de las pruebas. Y otro para la culpabilidad.


Todo en chinga. Nadie quiere tener al muerto en su cajuela demasiado tiempo. Siempre hay que lavarse las manos tintas en sangre, antes que las mismas manos empiecen a apestar a cadáver.


Aguirre Anguiano, como buen full back, llevaba la lucha cuerpo a cuerpo contra Silva Meza y José Ramón Cossío. Tras un breve escarceo guiado por el derecho romano, Góngora Pimentel desistió de enfrentar directamente la Tonina.


La situación se mantenía en un tenso equilibrio. Los bandos definidos y el escenario previsible un 5-5, lo que llevaría a suspender la sesión hasta que estuviera presente Fernando Franco González, ausente convenientemente por comisión.


En la piara de enfrente La Tonina, Azuela, Valls, Margarita Luna y el presidente de la Corte. En el bando de los académicos Cossío, Góngora, Silva Meza, Gudiño Pelayo y Olga Sánchez Cordero.


Pero bien dicen que a los planes Dios se los lleva a la chingada. Es su voluntad inescrutable.


En el principio fue el verbo, dice la Biblia. En el principio, dice Maquiavelo, fue la traición.


Una mujer acuchilló a otra mujer. Jugada inesperada, magistral. Evidenciados Salvador Aguirre, Mayogoitia y Azuela, el marinismo necesitaba un nuevo asesino. Alguien con reputación impecable. Al estilo de Matt Damon en Los Infiltrados.


Lo encontraron en Olga Sánchez Cordero, que un minuto antes se había rasgado las vestiduras por la tortura psicológica a Lydia Cacho en el traslado de Cancún a Puebla.


El giro fue inexplicable. En todas las votaciones anteriores siempre apostó en contra de Marín: por ejercer la facultad investigadora; por ampliar la investigación; por ratificar a Silva Meza.


Y un buen día, de buenas a primera, Olga Sánchez se volvió marinista.


Y con seis marinistas en la Corte, más uno en el búnker de Lydia Cacho, la historia cambió.


Sí, Los Infiltrados.


En el principio fue la traición, reza Maquiavelo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


 
 
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