Friday, 26 de April de 2024

Martes, 31 Marzo 2015 01:46

Elogio del sufragio de castigo vs la propaganda del “yo no voy a votar”




Written by  Arturo Rueda

El voto es el arma para castigar a los partidos para quitarles el poder mal empleado. Es cierto, después vendrán otras que pueden resultar mucho peores, o un poco mejores. Pero nada les duele más que verse arrojados de sus castillos de privilegio, nóminas abultadas, camionetas, choferes, prebendas y negocios. El voto nos permite desalojarlos y apostar por otro grupo, por otro rumbo


La afirmación más estúpida de los tiempos recientes comienza a repetirse y repetirse en todos los estratos sociales: yo no voy a ir a votar. Y lo dicen en tono contundente, como para sentirse muy cabrones. Las razones para justificar su idiotez —en el sentido griego del término— radican en la desconfianza generalizada en el sistema político mexicano dominado por los partidos. El sentimiento de indignación generado en el último semestre, lejos de convertirse en un impulso para involucrar a los ciudadanos a construir mejores gobiernos e instituciones, ha generado un movimiento en sentido contrario: la despolitización de los de por sí apolíticos ciudadanos, una tara congénita de nuestra historia.

 

En teoría mejor informados que en décadas anteriores gracias a las redes sociales, tal despolitización solamente confirma una y otra vez el fenómeno descubierto por Malcolm Gladwell hace casi un lustro: Facebook y Twitter no fomentan el compromiso político, sino todo lo contrario. Es decir, el griterío de los guerrilleros de las redes es el clásico “mucho ruido y pocas nueces”. Los ciudadanos que creen que ahí está la realidad sienten que su compromiso político está satisfecho con varias ráfagas de insultos, mentadas de madre o comentarios ingeniosos. Pero fuera de la red, en la vida real, retornan a su estado de somnolencia habitual.

 

Contrario al paradigma de la modernidad, más información no genera mejores ciudadanos, ni mejores decisiones. Una encuesta de Lexia Global entre usuarios de redes señala el tamaño del problema. Cuestionados por LA PEOR NOTICIA que ha escuchado en los últimos días, 31 por ciento responde al avionazo de Germanwings, seguido con9 por ciento por la muerte del luchador El Hijo del Perro Aguayo. Apenas 5 por ciento considera la salida de Carmen Aristegui, y empatados con un ínfimo 3 por ciento la desaparición de los normalistas de Ayotzinapa y la devaluación del peso.

 

¿Qué clase de país podemos construir si muchísima gente considera una peor noticia la muerte de El Hijo del Perro Aguayo —por lamentable que sea— que la desaparición de los normalistas de Ayotzinapa, o la devaluación del peso mexicano? Tal razonamiento lo único que genera es preguntarnos qué esta jodido, si los ciudadanos o el gobierno.

 

Lo que falla no es la inteligencia individual de cada mexicano, sino nuestra inteligencia colectiva como país. El primero, y garrafal, por supuesto, es haber traído de regreso al PRI a Los Pinos bajo la etiqueta de “corruptos pero eficientes”. La élite tricolor nunca tuvo necesidad de una auténtica transformación de sus prácticas y valores, sus votantes nunca se lo exigieron. Por el contrario, los inoculó al resto de los partidos. El resultado final es que hoy todos se parecen en sus vicios: amarillos, tricolores, azules y el resto de las faunas.

 

El primer argumento para gritar “yo no voy a votar” es que todos son iguales, no importa qué candidato gane las elecciones. Todos son corruptos, ineficientes y usan el poder para enriquecerse. La tradición autoritaria ha terminado por moldear nuestro pensamiento: los ciudadanos no pueden hacer nada frente al abuso de los poderosos.

 

El segundo argumento es que “yo no voy a votar” porque el sufragio lo único que hace es legitimar a esa clase política rapaz: mejor anular, o de plano ni acercarse a la urna. Este tipo de pensamiento pasa por alto que, precisamente, lo que los políticos desean es alejar a los ciudadanos de los asuntos públicos: mientras más husmeen, deseen participar o se entrometan, menos negocios podrán hacer. Desincentivar la participación es fortalecer a las partidocracias y sus votos duros.

 

Leyendo con atención la encuesta publicada ayer en Reforma, queda claro que hay una mayoría de mexicanos masoquistas: en conjunto con sus aliados Verdes y Panales, el PRI ronda el 43 por ciento de los votos y obtendría, más o menos, 220 diputados, casi los mismos que en la actual legislatura. En términos generales, saldría bien librado tras un semestre de pesadilla entre Ayotzinapa y la corrupción de las “Casas Blancas”. Es cierto que la mayoría de los sondeos muestran una caída consistente de las preferencias del PRI, pero no hay un descalabro mayúsculo.

 

El voto es el arma para castigar a los partidos para quitarles el poder mal empleado. Es cierto, después vendrán otras que pueden resultar mucho peores, o un poco mejores. Pero nada les duele más que verse arrojados de sus castillos de privilegio, nóminas abultadas, camionetas, choferes, prebendas y negocios. El voto nos permite desalojarlos y apostar por otro grupo, por otro rumbo. Un principio de renovación pro tempore del poder.

 

La cantinela del “yo no voy a votar” lo único que hace es fortalecer a los partidos y a sus políticos. Al fin y al cabo, la democracia no promete buenos gobiernos, sino que estos serán temporales y terminados sus periodos podremos desalojarlos pacíficamente. No se trata de romanticismos, sino de utilizar nuestro único instrumento.

 

Las demás salidas —suspender las elecciones, el populismo— son fantasiosas. No caigamos en la trampa. Y si conocen a alguien que repite y repite “yo no voy a votar”, sacúdanlo y grítenle: ¡ES EL VOTO DE CASTIGO, ESTÚPIDO!

 

 

 

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