Se rozó el 32 por ciento y nadie debería estar celebrando que sólo 1 de cada 10 poblanos en la lista nominal haya elegido a quien será el gobernador por los próximos cinco años.
La apatía, el enojo, el hartazgo, pocas propuestas, fueron elementos determinantes para ahuyentar a los votantes de las casillas.
Haciendo un análisis municipio por municipio, las cosas se siguen poniendo peor sobre todo porque apenas hace un año las filas para votar eran interminables, la participación había superado las expectativas y de eso sólo recuerdos quedan.
Por ejemplo, en el municipio de Ahuatlán apenas participó el 6.8 por ciento del listado nominal, es decir, sólo 173 personas de las más de 2 mil en los listados ejercieron su voto.
Otro caso alarmante es Chila de la Sal, donde apenas se registró el 14.7 por ciento de participación.
Y así podemos enlistar casos de cabeceras distritales como San Martín Texmelucan o Tecamachalco donde no se rebasó ni el 22 por ciento.
¿Qué podemos pensar bajo estos escenarios?
Ningún gobierno debería legitimarse frente a estos números.
Dado que constitucionalmente el ejercer el voto es un derecho y una obligación para los ciudadanos, también debería ser para las autoridades una señal de alerta el que la mayoría de la gente se abstenga y diseñar estrategias que prevengan tan bajas participaciones.
En México no nos podemos seguir dando el lujo de dejar que las minorías elijan gobiernos.
Como tampoco podemos dejar que las autoridades electorales validen procesos en los que definitivamente no se refleja la voluntad popular.