Viernes, 19 de Abril del 2024
Lunes, 15 Julio 2019 02:15

Rudos contra técnicos

Rudos contra técnicos Escrito Por :   Mario Riestra Piña

Andrés Manuel López Obrador alcanzó la Presidencia de la República con un amplio respaldo popular. Un tsunami de 30 millones de votos de todos los espectros ideológicos vio en él una opción confiable. Además del evidente hartazgo generalizado hacía los gobiernos previos, la victoria de AMLO se logró gracias a su paulatina moderación a lo largo del tiempo.


 

A diferencia del López Obrador de la campaña presidencial de 2006, en 2018 no hubo un ‘cállate chachalaca’ ni un ‘al diablo las instituciones’. Por el contrario, en la contienda presidencial de hace un año Morena se convirtió en un partido ‘atrapa todo’, en el cual cabían figuras tan disímbolas y contradictorias como Alfonso Romo y Gerardo Fernández Noroña. Personajes con visiones antagónicas como Carlos Urzúa y Manuel Bartlett.

 

AMLO entendió que para ganar contundentemente y evitar cualquier riesgo de manipulación de la elección, debía sumar respaldos. Contrario a lo sucedido en sus campañas previas, en esta ocasión admitió suscribir alianzas públicas con liderazgos como Elba Esther Gordillo, Napoleón Gómez Urrutia o la CNTE. Ello no implicó, sin embargo, que López Obrador descuidara el centro del electorado. Buscó desprendimientos de otras fuerzas políticas. Sumó a panistas como Germán Martínez e intentó, en todo momento, enviar señales tranquilizadoras a la iniciativa privada.

 

La clave de esta capacidad de aglutinar un inédito respaldo popular recayó en presentarse como un moderado. A fin de tranquilizar a los sectores menos propensos a la radicalidad ideológica que pudiera amenazar el andamiaje democrático institucional, AMLO sumó a verdaderos referentes incuestionables, intachables en su propuesta de gabinete. Personajes como Olga Sánchez Cordero refrendaban el compromiso con el estado de derecho. Carlos Urzúa era un mensaje directo de tranquilidad para los mercados internacionales. Alfonso Romo tuvo como principal función el tender puentes con el empresariado. Esteban Moctezuma y Marcelo Ebrard enfatizaban una visión política de conciliación.

 

Estas figuras contrastaban con otros miembros del equipo lopezobradorista que tienen como común denominador una fuerte carga. Sin embargo, el balance general del gabinete y equipo cercano al presidente de la República permitió dar credibilidad al discurso de la moderación.

 

Una vez obtenido el triunfo electoral en julio del año pasado, el equipo de López Obrador comenzó a experimentar un reacomodo en su interior. Las placas tectónicas comenzaron a chocar. El epicentro de las diferencias, al menos inicialmente, se localizó en la discusión sobre el Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (NAICM). Las fracturas evidenciadas en aquella batalla fueron públicas y persisten al interior del grupo en el poder.

 

Lamentablemente, las posturas al interior del Gobierno federal se han distanciado. Lejos de que ambas visiones enriquezcan las decisiones gubernamentales, lo que ha sucedido es una radicalización de las políticas públicas. Los moderados fueron doblegados y se anunció la construcción de Santa Lucía. No hubo argumento técnico que hiciera recapacitar la absurda construcción de la nueva refinería de Dos Bocas. A pesar de los riesgos legales y comerciales, la CFE ha anunciado que incumplirá los contratos firmados relativos al gaseoducto que va de Texas a Tuxpan. Aunque la economía mexicana requiere el impulso que le brindaba la Reforma Energética, los más radicales han logrado que, en los hechos, ésta haya sido cancelada. El ala moderada ha sido relegada.

 

La mejor versión de Andrés Manuel López Obrador fue precisamente aquella en la que lograba conciliar visiones distintas, aquella donde su moderación atraía incluso a los más críticos. La economía requiere confianza, y la moderación es la mejor carta de certidumbre que el gobierno podría mostrar. Antes de calificar como neoliberal a cada crítico, debería de evaluarse cada uno de sus argumentos. Todos deseamos el éxito del Gobierno federal, pero su radicalización es una preocupación constante. Rudos y técnicos deben coexistir en el gabinete federal. El principal beneficiado será el propio ejecutivo federal.

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