Después de este lamentable hecho estamos obligados a vivir un nuevo proceso electoral por la gubernatura.

 

La incertidumbre que impera en los partidos políticos por elegir a su mejor alfil para contender en los próximos meses los tiene preocupados y divididos a todos.

 

Por una parte, Morena tiene muchas cabezas y pocos pies en la tierra.

 

Las divisiones internas generan que no tengan la certeza de que repita Luis Miguel Barbosa aunque de ‘dientes para afuera’ insistan que sí. Saben que son vulnerables.

 

El poder los está rebasando.

 

En el PAN y partidos aliados están los huérfanos morenovallistas y los que estuvieron exiliados por ocho años.

 

Su pugna  los ha llevado a continuar la división.

 

Están preocupados por ver quién o quiénes son los herederos.

 

Pierden de vista que están a punto de formar parte de las cenizas de aquel helicóptero si no logran cohesionarse.

 

Por su parte, el PRI tiene un doble reto.

 

Seguir escuchando a aquellos que sólo se lamentan, no aportan pero sí se apuntan o correr el riesgo de presentar al alguien como factor sorpresa que genere consenso.

 

El ánimo de los electores no es el óptimo para lograr que la participación se desborde por ir a las urnas como en  2018.

 

Las circunstancias hacen de este nuevo periodo electoral algo tenso y poco afable.

 

No alcanzarán los tiempos para hacer grandes ni llamativas campañas.

 

Forzadamente tendrá que haber duelo de estructuras, ya sin el efecto cascada veremos de qué están hechos los partidos políticos.

 

¡Que comiencen los juegos electorales!