Nos estamos despachando una por año.
Y es que las campañas no aportan, por el contrario, dividen y polarizan, lo cual tiene un costo para los poblanos y la sociedad en su conjunto.
Aunque hay que admitir que sí consiguen mover círculos específicos de la economía: agencias de imagen, diseño, publicidad, casas encuestadoras, de asesoría estratégica y otras que van surgiendo para este mercado.
Un sector de la población logra regalitos de los candidatos: playeras, bolsas, tortilleros, vasos, que no garantizan el voto de quien los recibe, pero en las fotos el candidato y su partido lucen bien.
Para los académicos y analistas las campañas cada vez aportan menos en materia de contenidos como para que el elector serio y responsable tome una decisión.
Por lo que llegamos a la conclusión de que nosotros como sociedad, no avanzamos, seguimos en un nivel de párvulos en civilidad política, por lo cual quienes hacen las campañas políticas se preocupan más por enfrentar y confrontar a los contrincantes ante un electorado pasivo, desinteresado.
Todo apunta a que el electorado se conforma con seguir el hilo del morbo, el chisme, hoy interpretado en ingeniosos memes que saturan todas las redes y pone feliz al destinatario: el gran elector.
Todo esto mientras los contendientes se asestan golpes y desencadenan escándalos frotándose las manos en espera del gran día el 2 de junio.
Vistas así las cosas, no cabe la menor duda de que el final volverá a ser de suspenso, y quién sabe qué ocurra el 3 de junio, porque los derrotados recordarán la experiencia anterior, y tienen claro que no puede haber silencio en una lucha, y más si es por el poder.