Ya en los años setenta el presidente José López Portillo, acompañado del entonces gobernador del estado, doctor Alfredo Toxqui, respondió las preguntas de los periodistas en las oficinas de la Oficialía Mayor de Gobierno, en el entonces Palacio de Reforma.
Eso sí, ésta será muy diferente. Los periodistas podrán preguntar lo que quieran y el mandatario mexicano siempre responderá las preguntas que se le formulen, como lo ha venido haciendo.
En los tiempos pasados las preguntas debían ser amables y a nadie se le hubiera ocurrido hacer una pregunta incómoda.
López Portillo había venido a Puebla para inaugurar la primera parte del conjunto habitacional La Margarita, destinado a proporcionar casas-habitación a trabajadores afiliados de la CTM.
Este reportero, entonces director de Cambio, caminaba en medio de la gente, mientras le mostraban al presidente los edificios inaugurados, los servicios de que disfrutarían los beneficiados y sus familias, en fin, hacía un recorrido por la unidad. Ahí vimos a don Fidel Velásquez, dirigente nacional de la central obrera; a don Blás Chumacero, dirigente local y a altos funcionarios federales que acompañaban al primer mandatario.
De pronto una persona nos dice con cierta alegría: “A usted andaba buscando”. Era el director de Comunicación de la Presidencia de la República, Luis Javier Solana Morales, con quien Jesús Rivera y yo habíamos desayunado en un hotel del Paseo de la Reforma, a invitación de él, claro.
Después de saludarlo y preguntarle si se le ofrecía algo me dijo: “Usted y un compañero suyo son las únicas personas que conozco aquí del medio periodístico y al ver su nombre en la lista de los periodistas que entrevistarán hoy en la tarde al presidente, pensé en pedirle un favor: al señor presidente le interesa hablar sobre este tema”, y me expuso lo que quería que le preguntara y desde luego que acepté.
Cuando llegó la hora de la conferencia de prensa presidencial, caí en la cuenta que no había apuntado nada y tal vez por el nerviosismo se me había olvidado el tema. Los nervios me entraron con fuerza y empecé a buscarlo ya en el Palacio del gobierno y para colmo no lo veía por ninguna parte.
Poco a poco me fui serenando y como me había advertido que yo formularía la última pregunta, traté de recordar toda la escena del encuentro en la unidad habitacional y logré como por arte de magia recordar gran parte de lo hablado.
Tuve tiempo para eso, pues varios compañeros que me antecedieron se alargaron en sus preguntas o el presidente se alargó en sus respuestas. Por fin llegó mi turno: había hecho un breve apunte para que no se me olvidara el tema y viendo mi apunte, formulé la pregunta.
Cuando el presidente dijo: “Qué bueno que me hace esa pregunta, porque esto me permite hablar de algo que considero importante…”, me volvió el alma al cuerpo. Pero varias décadas después, ahora, por más esfuerzos que he hecho, ya no me acuerdo del tema.
Sí me acuerdo que cuando López Portillo salió de la oficina de la Oficialía Mayor, la gente se amontonó: reporteros, fotógrafos, funcionarios y empleados públicos querían dar la mano al presidente y éste, caminando hacia la salida, volvió su mirada hacia donde yo estaba y como si fuéramos viejos conocidos, subió su mano y sonriendo agitó la mano en señal de adiós.
Las conferencias de prensa en la época priista eran muy raras. Los presidentes casi no hablaban y si tenían necesidad de hacerlo era a través de un discurso en un acto público o a través del vocero presidencial.
Sólo el presidente Luis Echeverría rompió con esa costumbre y llegó a dar conferencias de prensa banqueteras, lo que le era criticado.
Los presidentes de la época posrevolucionaria eran como los ‘tlatoanis’ de los tiempos prehispánicos. Alajados del pueblo, silenciosos, se dejaban ver poco y siempre en medio de extremas medidas de seguridad.
Cuentan quienes saben que cuando fue el encuentro entre Moctezuma y Hernán Cortés, en lo que ahora es la calzada San Antonio Abad en el Centro Histórico de la ciudad de México, los españoles creyeron que los nativos de La Gran Tenochtitlán los consideraban dioses porque tenían baja la cabeza y en braceros que portaban quienes rodeaban a Moctezuma, quemaban yerbas aromáticas. Lo que pasaba era que las reverencias eran para el gobernante Mexica y el incienso también, pues con las yerbas aromáticas evitaban que molestara a su señor, la pestilencia de los iberos que por el largo viaje y porque de por sí no eran afectos al baño, despedían un olor nauseabundo.
Bueno, ahora ya nada es igual: hay un presidente que tiene comunicación permanente con el pueblo a través de los medios de comunicación y hay plena libertad para preguntar lo que sea. El presidente hasta ahora ha respondido a todas las interrogantes que se le han formulado y los comunicadores han podido hacer crítica con toda libertad.