Han bastado 45 días de campaña para que Enrique Cárdenas pasara de hombre impoluto a poluto, es decir, con mancha. En ese tiempo, pasamos de ver a un académico casi siempre sonriente, con chispazos cómicos, a un hombre enfadado con el mundo que explota con cada revelación de la prensa poblana, a la que imaginaba sumisa y adoctrinada a su idea de ciudadano honesto.
En ese estado de ánimo enfurruñado, Cárdenas Sánchez llega al debate organizado por el INE el próximo domingo en estado de asedio por las múltiples revelaciones periodísticas a las que deberá dar puntual respuesta si es que alguno de los otros dos candidatos, Barbosa o Jiménez Merino, lo cuestionan.
En estos 45 días, el traje del candidato pasó de gris rata a café pañal. Muy manchadito ya se le ve, por lo que cuando quiera volverse a poner el saco de activista, el mal olor le permanecerá.
La variedad de cuestionamientos va desde su empeño en seguir cobrando una beca como investigador SNI nivel III de casi 40 mil pesos por una función docente/investigadora que de momento no desempeña, pasando por la misteriosa adquisición de su Hotel ‘La Quinta Luna’, así como el valor actual que tiene tras las numerosas —y costosas— reformas que le hizo para que la casona fuera considerada patrimonio histórico por el INAH.
Sin embargo, a todas luces lo más escandaloso del candidato Cárdenas es su relación con el Servicio de Administración Tributaria (SAT) así como su tendencia a evadir impuestos. Lo hizo como director ejecutivo del CEEY, pero también como persona física. La cosa se agrava si, desde su perspectiva como economista, sabe de la debilidad del Estado Mexicano en sus capacidades recaudatorias.
¿Un hombre afortunado como él, en el decil más alto de ingresos, no debería contribuir más al gasto público? Desde ese punto de vista, Cárdenas es un farsante. Desde el punto de vista académico, un incongruente. Desde el punto de vista político, un aprendiz.
Por la evasión de impuestos como director ejecutivo del CEEY ya fue denunciado ante la Fiscalía General de la República por un académico de la BUAP que se puso a revisar documentos públicos fiscales y encontró francas ilegalidades, así como puntos opacos.
Entre las ilegalidades, la tendencia de desviar los recursos del CEEY —que provienen de los donativos de dos fundaciones ligadas a los Espinosa Rugarcía, quienes deducen de sus impuestos esos donativos— a los bolsillos del director ejecutivo, cajero, principal investigador, vigilante, director comercial y hasta velador, puestos que desempeñó Cárdenas para desquitar salarios exorbitantes.
Según esos documentos, al darse ‘sueldazo’ de arriba de cuatro millones de pesos, el Centro de Estudios ‘Espinosa Yglesias’ y/o su director ejecutivo violaron el reglamento de la Ley del Impuesto sobre la Renta (ISR) que prohíbe destinar más del 5 por ciento de los donativos a gastos operativos. Sus ‘sueldazo’s —en 2016 hasta 4.5 millones de pesos— llegaron a representar hasta el 12 por ciento del total de ingresos del CEEY.
Pero como persona física también evadió al SAT. En 2016 tuvo ingresos totales por 5.2 millones de pesos. Conforme a la tasa vigente, debió pagar 35 por ciento del Impuesto Sobre la Renta, alrededor de 1.8 millones de pesos. ¡Pero no pagó nada! Incluso requirió al SAT una devolución de 585 pesos. ¿Qué triquiñuelas hizo?
En 2017 fue menos cínico, pues con los mismos ingresos se dignó a pagar 64 mil pesos de ISR, por lo que evadió alrededor de un millón 700 mil pesos.
Por supuesto, no podemos saber con certeza de su manejo de impuestos, pues en sus declaraciones 3de3 sólo entregó las líneas de captura, pero no la totalidad de sus declaraciones anuales 2015, 2016 y 2017. ¿Qué tipo de deducciones hizo para que, en dos años, por ingresos totales por 10 millones 400 mil pesos, solamente pagara 64 mil pesos?
Al defraudar al fisco, Cárdenas le roba a todos los mexicanos, y le quita dinero al Estado para cumplir sus obligaciones. ¿Cómo puede entonces hablar de un bueno gobierno, de su integridad como ciudadano, si su manejo impositivo es un ‘cochinero’ inaclarable?
Claro, a nadie le gusta que le escudriñen su patrimonio, y menos sus declaraciones de impuestos. Pero Cárdenas se enoja con los periodistas y los medios de comunicación que lo hacemos. Dice que es una ‘guerra sucia’, pero no ha podido demostrar lo contrario.
¿Pensaba usted que éramos dóciles y no íbamos a cuestionarlo?
No se equivoque, señor Cárdenas: la prensa auténtica siempre muerde. No halaga. Ni se come dogmas de honestidad.