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Viernes, 11 Enero 2019 02:06

Oración fúnebre ante el féretro de mi padre

Oración fúnebre ante el féretro de mi padre Escrito Por :   Arturo Rueda

Mueren los malos y mueren los buenos. 

Mueren los exitosos y los fracasados.

También mueren los que van en helicóptero y los que van a pie.


 

Ranulfo Rueda, mi padre, tuvo dos grandes amores y una suprema ambición. Su primer amor y el más perdurable, el amor por su tierra, Guerrero. Un amor que marcó su trayectoria personal, política, y en los últimos años, periodística, pues tuvo la desgracia de conocer tardíamente su verdadera vocación.

 

Su otro amor fue el PRI, el vehículo que en su generación era único para los interesados en la participación política. Los años de la transición, las ‘vacas flacas’, la época de las derrotas, no lo hicieron flaquear en su romance mientras la mayoría de sus compañeros de generación transitaban de un partido a otro acomodando sus lealtades conforme a sus oportunidades.

 

Estos dos grandes amores cristalizaban en su suprema ambición de gobernar su estado. Pero la política es una amante cortesana cruel, que nunca respondió a sus quereres de la forma esperada.

 

No por ello flaqueó en sus aspiraciones, y aunque tuvo ofrecimientos de crecer en la política nacional apoyado por los encumbrados de su generación, siempre eligió Guerrero. Aquí nació, aquí vivió, y aunque no murió aquí, aquí reposará.

 

Las sucesivas derrotas no lo sumirían en el resentimiento, la rabia o su hermano mayor: el odio. Resultó invulnerable a la frustración pues acometió cada nuevo intento con la misma esperanza.

 

De ese carácter inaccesible a la frustración y al resentimiento dan cuenta sus numerosos amigos, compañeros de bohemia y mezcales, a la vez compañeros de lucha y de trago.

 

Para perseguir a sus amores sacrificó a su familia, pero encontró una nueva en Magdalena y Brayan, que lo acompañaron en la hora más dura, la de la enfermedad y la soledad.

 

Mueren los malos y mueren los buenos.

 

Mueren los exitosos y los fracasados.

 

También mueren los que van en helicóptero y los que van a pie.

 

Todos morimos, pero hay formas. 

 

Ranulfo tuvo la muerte del hombre afortunado, la que pensamos justa para los que no hacen daño. Sin dolor, sin agonía. 

 

Como nadie conoce todos los finales, y sólo tenemos el tiempo que se nos ha dado, el dio su tiempo a Tulimán, a sus gobernadores, a su pozole, a la oratoria, a la guitarra, al mezcal y los quesos de cincho, al recuerdo de don Federico y doña Caya, a mi campeonato de El Universal, al saxofón y a la política.

 

Vivió sin resentimientos ni tristezas. Con esa imagen en nuestro corazón dejémoslo partir.

 

Adiós, papá.

 

Viviste como quisiste, moriste como quisiste, el privilegio reservado a los grandes hombres.

 

Adiós.

 

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