Inédito, dijeron unos.

Ejemplar, dijeron otros.

Lo cierto es que el encuentro entre el presidente constitucional y el electo nos mostró un camino que no habíamos recorrido antes.

Lo que vemos es un proceso en el que priva la civilidad, las buenas maneras, la cortesía política y la caballerosidad entre quien nos gobierna y quien nos gobernará los próximos seis años.

Y este proceso no podría darse sin las instituciones que los mexicanos nos hemos dado en los últimos 30 años.

Es importante recordar que la democracia que hoy vivimos tiene un origen en una serie de reformas impulsadas desde el gobierno de la República y avaladas por el Constituyente Permanente que reformó la Constitución General de la República.

Esas reformas entregaron instituciones ciudadanas para organizar las elecciones, garantizaron recursos públicos para los partidos políticos, equidad en la contienda, acceso a los medios de comunicación; en fin, pusieron a todos los partidos y candidatos en un mismo plano.

Y así, modificando la Constitución y las leyes, pudimos tener tres alternancias en 18 años, y hoy un proceso de transición marcado por la civilidad.

Hoy los votos ciudadanos se cuentan y cuentan, y los ciudadanos premian o castigan con sus sufragios.

Pero aún faltan pasos por dar. Es necesario que todos los que hoy participan en procesos electorales aprendan a aceptar las derrotas y los triunfos.

El discurso que señalaba que era fraude cuando ganaba uno y democracia cuando ganaba otro debe quedar atrás, y las controversias deben dirimirse a través de las vías institucionales.

Lo que hoy priva es la civilidad, y ésa es la que debe permanecer, a pesar de que hay intentos de muchos por seguir alentando conflictos.