Han quedado aprobados, en los últimos días de diciembre de 2018, la ley de ingresos de la Federación y el presupuesto de egresos por el Congreso de la Unión, en donde, a decir de los expertos y de las declaraciones de los comunicadores, se prevé la implementación de apoyos económicos a los estudiantes de escasos recursos, la creación de 100 universidades gratuitas en todo el país, apoyos a las personas de la tercera edad, a los denominados ‘ninis’ que, a decir de Enrique Dussel, no son los mal denominados: “ni estudian, ni trabajan” sino que son los que el sistema, ni los pudo poner a estudiar, ni menos aún les pudo dar un empleo (Dussel, Enrique. Carta a los Indignados. México: La Jornada Ediciones, 2011). Además, se reduce a la mitad la tasa del Impuesto al Valor Agregado en la frontera norte, así como estímulos fiscales a los contribuyentes avecindados en el norte de país.
Sin embargo, poco se ha dicho de los profesionistas, de los profesores, de los medianos y pequeños comerciantes, de la mediana y micro industria mexicana, de los contribuyentes medianos ni, en general, de la vituperada clase media o las ruinas que dejó de ella la administración pública que acaba de salir, así como las que han correspondido a los últimos 30 años en nuestro país.
Pareciera que todos estos que conforman a la clase media han sido olvidados por el sistema, ya que en el sistema neoliberal se apostó por el libre mercado; una libertad, desde luego, solamente para las grandes empresas, en particular las extranjeras, transnacionales, las cuales buscan el menor gesto de represión hacia ellas por cambios legislativos en los impuestos, en derechos laborales o, bien, en restricciones medioambientales, y siempre dan la media vuelta buscando otros territorios en donde asentar su poder, si en uno no encuentran estas conformidades. Por su parte, en la posición opuesta, es decir, en un sistema denominado de políticas de izquierda, que apela a promover y proteger los derechos de igualdad, se busca el apoyo, subsidio y estimulo a las clases bajas, a las desafortunadamente más necesitadas, a las que, incluso, denominó el profesor Zygmunt Bauman como “el precariado” (Bauman, Zygmunt. Retropía. Barcelona: Paidos, 2017).
Pero ninguna de estas políticas, tanto de derecha (neoliberalismo) como de izquierda (la cual, valga para los despistados y los malintencionados, no es ni socialismo, menos aún, comunismo), se acuerdan de la clase media, que, bien puede decirse que al ser la clase social de en medio, es la verdaderamente “oprimida” del sistema. Ya sean políticas públicas de derecha o de izquierda, finalmente, en ambos casos, las legislaciones relegan la consideración y los programas políticos de aquel negocio denominado papelería, tlapalería, taller mecánico o, bien, de aquella oficina del contador público, del ingeniero y arquitecto o del abogado. Tales casos, para los políticos, pasan desapercibidos, al igual que sucede con los profesores de universidades privadas, que deben acudir de un lado al otro de la ciudad para impartir sus clases, jugándose la integridad de su coche y su cuerpo todo el día; ni hay interés en lo que le suceda al restaurante que cuenta con diversos empelados o, bien, a la mediana y pequeña industria, que es donde se ubica el empleo más permanente que pudiera existir actualmente, en donde cualquier trabajador encuentra su estabilidad, concepto que es despreciado por los bancos, por los restaurantes norteamericanos de comida rápida, los supermercados y las tiendas de los centros comerciales, en donde el trabajo tiene como adjetivo calificativo: “temporal”.
Prueba de que esta clase media, que se puede llamar profesor, profesionista, empleado, empresario, propietario de un pequeño negocio, etc, es olvidada por los legisladores cuando discuten las leyes y luego las tiran a la calle para que se apliquen es que las políticas públicas de derecha se concentran en invitar a la inversión extranjera para que se sitúe en nuestro territorio, exentándolos de cuanto costo sea necesario, empezando con los impuestos, a sabiendas de que la contraprestación de dichos inversionistas es mantenerlos en las siguientes elecciones en el poder. Así se olvidan de la clase media, que es a la que le cargan todas las obligaciones impositivas, sin prestar interés en si el costo de sus materias primas o si sus costos fijos han aumentado. Por su parte, las políticas públicas de izquierda se desviven en auxiliar a la extrema pobreza, pues saben que ellos son los votantes de las próximas elecciones; pero de la clase media no dicen nada, porque ―a su parecer― están más pegados de los ricos que de los pobres; por ello ―dicen― no requieren ayuda alguna, por lo que, como consecuencia, toda la carga de obligaciones burocráticas va sobe esa clase oprimida. De esta forma, la desafortunada clase media está viviendo a su suerte, dependiendo de sus capacidades, de sus posibilidades, de su salud, etc. Efectivamente, hay unos oprimidos en el sistema actual, y es la clase media. Así, pues, sean los gobernantes de derecha o de izquierda, los oprimidos seguirán siendo los oprimidos.